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Amor y responsabilidad: La batalla por la Pureza

  • EDWARD SRI

La batalla por la pureza se da al final de cuentas en lo profundo del corazón humano.


JohnPaulIIEl siguiente artículo está basado en el libro del Dr. Sri, Men, Women and the Mystery of Love (Hombres, Mujeres y el Misterio del Amor)

Nuestros corazones fueron hechos para amar, pero desde la caída, son tentados por el deseo de usar a los otros. Tal vez este efecto del pecado original se ve más dramáticamente en nuestros encuentros con el sexo opuesto, en los que nuestros corazones se ven atraídos a la otra persona más por el placer emocional o sensual que podemos obtener de ella; que por un compromiso verdadero por lo que es mejor para ella o sus auténticos valores como persona. En esta reflexión, veremos que la castidad es mucho más grande que simplemente decir "no" a algunas prácticas sexuales del cuerpo. Al final, la castidad es un asunto del corazón.

Castidad: Sí y no

La palabra casto significa literalmente "limpio" y los cristianos la usaban para describir la virtud particular que modera nuestro deseo sexual, pero no porque el deseo sexual en sí mismo sea sucio o impuro. De hecho, Juan Pablo II –entonces Karol Wojtyla– advierte sobre una perspectiva negativa que convierte esta virtud en una mera supresión del deseo sensual. (¡Solo no tengas relaciones antes de casarte y ya!) En esta perspectiva negativa, la castidad se convierte en "un gran no". Y este tipo de supresión puede tener serias consecuencias para la persona humana: "La castidad se entiende con frecuencia como una inhibición 'ciega' de la sensualidad de los impulsos físicos de modo que los valores del 'cuerpo' y del sexo son llevados al subconsciente, en donde esperan una oportunidad para explotar. Esta es obviamente una concepción errónea de la virtud de la castidad, que si es practicada solo de esta forma, entonces genera el peligro de tales 'explosiones'" (p. 170).

Tenemos que ver a la castidad como una virtud positiva que nos permite amar y que protege al amor de ser manchado con la tendencia egoísta de usar a la otra persona para el propio placer. Wojtyla dice enfáticamente que la castidad no es un "gran no". En vez de eso, es un gran sí: un sí en nuestro corazón para la otra persona, no solo a sus valores sexuales. Es un 'sí' que requiere ciertos 'no' para proteger el amor de caer en el utilitarismo. "La esencia de la castidad consiste en la prontitud para afirmar el valor de la persona en toda situación, y en elevar al nivel personal todas las reacciones a los valores del 'cuerpo y el sexo'" (p. 171). Este contexto positivo y más amplio del amor por la persona es clave para entender los 'no' de la enseñanza de la Iglesia en material de moral sexual.

Amor puro

Como hemos visto a lo largo de estas reflexiones, nuestros encuentros con personas del sexo opuesto con frecuencia están dominados por atracciones emocionales o sensuales. Nos vemos atraídos más rápida y fuertemente a los valores sexuales de la otra persona (su masculinidad/femineidad y su cuerpo) que lo que estamos atraídos a su verdadero valor como persona (sus virtudes, su santidad, su ser hijo o hija de Dios). Por el pecado original, no experimentamos automáticamente el amor auténtico, la entrega de uno mismo por la persona del sexo opuesto, sino un "sentimiento enlodado por el anhelo de disfrute" (p. 161).

Sin embargo, la castidad modera estos deseos de placer, para que podamos ver claramente el valor de la persona y responder al amado con un amor centrado en su bien, no en buscar el nuestro propio disfrute. Entonces, la virtud se llama "castidad" porque permite darle amor, un amor puro a la otra persona. Wojtyla explica que "la palabra casto ('limpio') implica liberación de todo lo que lo 'hace sucio'. El amor tiene que ser eso para ser translúcido: a través de las sensaciones, todas las acciones que se originan en él tienen que permitirnos discernir una actitud hacia la persona del sexo opuesto que sea consecuencia de la sincera afirmación del valor de esa persona". (p. 146).

Los dos frentes de batalla

Wojtyla describe dos frentes de batalla para la pureza. Primero, tenemos que luchar contra lo que él llama "egoísmo emocional" que es la tendencia de usar a la otra persona para nuestro propio placer emocional. Este tipo de utilitarismo no es fácil de detectar, porque el egoísmo emocional puede disfrazarse de amor ("Tengo sentimientos tan fuertes cuando estoy con él. Esto tiene que ser amor") E incluso el egoísmo emocional puede mostrarse abiertamente (ej. "es solo una aventura" o "él está jugando con los sentimientos de ella"), no parece tan severo o una ofensa al amor como cuando alguien usa a una persona para el placer sensual.

Sin embargo, la emoción, pese a ser un aspecto del amor, puede convertirse en una "amenaza para el amor", comenta Wojtyla. Cuando alguien pone la emoción, por su propio bien, al centro de la propia atención en una relación, una actitud utilitarista permanece al acecho en el trasfondo. Y Wojtyla resalta que esta es una drástica distorsión del amor. "Cuando una emoción se convierte en un fin en sí misma, solo por el placer que permite, la persona que genera la emoción o hacia quien está dirigida es nuevamente un mero 'objeto' que provee una oportunidad de satisfacer las necesidades emocionales del propio 'ego'". (p. 158).

El segundo frente en la batalla por la pureza es lo que Wojtyla llama "egoísmo sensual" que es la tendencia a usar a la otra persona para el placer sensual. Ciertamente, varios actos sexuales pecaminosos entran en esta descripción. Pero Wojtyla resalta que una persona puede caer en el egoísmo sensual sin si quiera el contacto corporal con la otra persona. Por ejemplo, un hombre puede ver a una mujer comenzando por el valor de su cuerpo y usarlo como un objeto de disfrute en su mente, cuando la ve, o en su memoria e imaginación mucho después de haberla visto (ver p. 108). Los Diez Mandamientos tratan este punto. Tenemos por un lado el sexto mandamiento "No cometerás actos impuros" que se refiere a los actos sexuales, y tenemos el décimo mandamiento "No codiciarás los bienes ajenos / No codiciarás la mujer del prójimo", que se refiere a las acciones conocidas como pensamientos lujuriosos.

Pero no es siempre fácil discernir dónde está el límite entre darse cuenta de los valores sexuales de otra persona y verse atraído hacia ellos pecaminosamente. ¿Cuál es la diferencia entre un interés inocente en la apariencia física de la persona y un pensamiento lujurioso? Aquí Wojtyla nos da algunas útiles claves.

Él identifica tres etapas generales en la batalla contra el egoísmo sensual. Primero, uno puede experimentar una reacción sensual espontánea. En este paso, uno se da cuenta de los valores sexuales del cuerpo de la otra persona y reacciona a ellos espontáneamente. Por ejemplo, un hombre guapo llega a un cóctel y llama la atención de una mujer que nunca antes lo ha visto, mientras que el hombre se fija en las características atractivas de la mujer y se ve atraído hacia ella toda la noche. Los valores sexuales del sexo opuesto con frecuencia se presentan espontáneamente así. Nos damos cuenta de ellos y reciben nuestro interés. Esto no es lujuria, no es pecaminoso. Simplemente significa que somos humanos y que tenemos el deseo sensual. Como Wojtyla explica, la sensualidad "simplemente orienta el psique entero hacia los valores sexuales, despertando el interés o incluso 'la absorción en ellos'" (p. 148). Como hemos visto previamente, ese deseo sensual es dado por Dios a las personas unidas por amor. De hecho, puede servir como "materia prima" para el amor auténtico si la atracción sensual hacia el cuerpo de la otra persona lleva a un nivel más profundo de compromiso y no se queda solo en sus valores sexuales.

¿Pensamientos lujuriosos?

Sin embargo, Wojtyla nos advierte sobre lo fácil que es pasar del primer paso del simple interés en los valores sexuales de la otra persona a un segundo paso de anhelarlos en el corazón como un potencial objeto de placer sensual. Wojtyla llama a este segundo paso la concupiscencia sensual. En este punto, algo dentro de la persona comienza a surgir: el deseo por los valores sexuales del cuerpo de la otra persona como un objeto para el disfrute. Ahora los valores sexuales no son simplemente un objeto de interés sino un objeto real de deseo sensual en el corazón. Algo en nosotros "comienza a buscar, a anhelar ese valor" y "deseamos poseer ese valor" (p. 148).

Incluso aquí Wojtyla dice que la atracción sensual no es necesariamente pecaminosa. Es el efecto de la concupiscencia (la inclinación al pecado). Por nuestra naturaleza humana caída, no es fácil para nosotros pasar directa y rápidamente del deseo sensual interno al amor desinteresado por la otra persona. Nuestro deseo de placer sensual puede sentirse tan intensamente que experimentamos el deseo de usar a la otra persona para lograr ese placer. Y aquí aparece la segunda clave: Wojtyla dice que todo anhelo del deseo sensual no es pecaminoso mientras la voluntad resista al deseo de usar a la persona: mientras la voluntad no lo consienta. De hecho, podemos experimentar muy intensamente el deseo sensual en nuestro interior sin que nuestra voluntad lo consienta e incluso con nuestra voluntad oponiéndose a él. (ver p. 162).

Por eso Wojtyla nos recuerda que no podemos esperar ganar la batalla por la pureza en nuestros corazones inmediatamente, simplemente diciendo "no" con mucha fuerza. Él dice que "un acto de la voluntad contra el impulso sensual generalmente no produce ningún resultado inmediato… Nadie puede exigirse no experimentar reacciones sensuales o que desaparezcan porque la voluntad no desea consentirlos, o incluso que se declare definitivamente 'contra' ellos (p. 162).

Esto es muy útil para cualquiera que desea, luchando, ser casto. Uno puede tratar, con todas sus fuerzas, permanecer puro, pero aún así experimentar reacciones sensuales simples y espontáneas e incluso anhelos de deseos concupiscentes. Sin embargo debemos recordar que mientras la voluntad no consienta a esos deseos utilitarios, no se ha caído en pecado. Como Wojtyla explica: "hay una diferencia entre 'no querer' y 'no sentir' y 'no experimentar'" (p. 162).

En otras palabras, uno puede tener los deseos concupiscentes en el corazón, pero esto no es lo mismo que la voluntad de consentir esos deseos y tratar a la otra persona como un potencial objeto de disfrute. "Una reacción sensual, un 'anhelo' de deseo carnal que resulta de este y que ocurre independientemente de la voluntad, no puede por sí mismo ser pecado", explica Wojtyla. "No, tenemos que dar el peso adecuado al hecho que en cualquier hombre normal la lujuria del cuerpo tiene su propia dinámica, en la cual las reacciones sensuales son una manifestación… Los valores sexuales conectados al cuerpo de la persona no se convierten solo en objeto de interés sino que – muy fácilmente – en el objeto del deseo sensual. La fuente de este deseo es la fuerza de la concupiscencia… y así no la voluntad". (p. 161).

Cruzando el umbral del pecado

Por eso Wojtyla sabiamente nos recuerda que no podemos esperar ganar la batalla por la pureza en nuestros corazones de inmediato, simplemente diciendo "no" con suficiente fuerza.

Sin embargo, estos deseos sensuales concupiscentes seguirán tratando que la voluntad los consienta, llevando así a la persona a cruzar la línea del pecado. De hecho, si la voluntad no resiste el anhelo del apetito sensual, una persona cae en un tercer paso, al que Wojtyla llama el deseo carnal. Aquí la voluntad ha dejado de resistir, tira la toalla y consiente la búsqueda de sentimientos placenteros que suceden dentro de uno. Deliberadamente compromete se compromete la voluntad a los deseos del cuerpo, pese a que esos deseos dirigen al hombre a tratar el cuerpo de la mujer como un objeto de disfrute en sus acciones o pensamientos, memoria o imaginación. "En cuanto la voluntad consiente, se comienza a querer activamente lo que espontáneamente 'suceda' en los sentidos y en los apetitos sensuales. De ahí en adelante, esto ya no es algo que le 'pasa' al hombre, sino algo que él comienza a hacer activamente" (p. 162).

Ahora ya se ha cruzado el umbral del pecado. Antes de este punto, el hombre había mantenido un importante nivel de pureza en su corazón porque estaba resistiendo esos deseos concupiscentes y utilitarios. Pero ahora su voluntad consiente esos deseos, algo dramático cambia: El hombre cambia ya que su voluntad en su corazón va de las manos con esos deseos utilitarios. Ya no está simplemente experimentando un deseo para usar el cuerpo de la mujer, ya en realidad está usando su cuerpo como un desfogue para su deseo carnal. Ya no lucha contra los pensamientos lujuriosos, sino que se ha convertido en un hombre lujurioso que ha consentido esos pensamientos en los que usa el cuerpo de la mujer para su propio placer en su imaginación.

Y su consentimiento de pensamientos o actos lujuriosos obstaculiza que el amor desinteresado se desarrolle plenamente en su corazón. Dado que el hombre lujurioso ve a la mujer primariamente como un objeto de placer, no es capaz de mostrar el amor amable y desinteresado. No es capaz de comprometerse con lo que es mejor para ella, sacrificando sus propios deseos por su bien, dado que está más preocupado en su propia gratificación sensual. "La relación con la persona es entonces una 'aproximación de consumidor' utilitarista, y así la persona es tratada como "un objeto de disfrute". (p. 151).

La castidad es la virtud que libera a un hombre de este triste estado de estar controlado por sus impulses sensuales. Como un ser humano caído, incluso el hombre casto puede experimentar los deseos sensuales concupiscentes, pero no está esclavizado por ellos y puede pasar rápidamente por encima de ellos. Entonces, puede ver a una mujer, fácil y rápidamente, mucho más allá de sus valores sexuales. En lo profundo de su corazón, es capaz de ver a la persona, no como una oportunidad para el placer. Y así podrá amarla desinteresadamente por quien ella es realmente, no solo por el disfrute sensual que él puede obtener potencialmente de ella. De esta forma, la pureza del corazón hace a un hombre verdaderamente libre para amar.

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Agradecimiento

Edward Sri. "Amor y responsabilidad: La batalla por la Pureza." Lay Witness (2005).

Para ahondar sobre este tema, ver el libro del Dr. Sri. Men, Women and the Mystery of Love: Practical Insights from John Paul II's Love and Responsibility (Servant Books).

Este artículo se publica con permiso de la revisita Lay Witness. Lay Witness es una publicación de Catholic United for the Faith, Inc., un apostolado laico internacional fundado en 1968 para apoyar, defender y colaborar en los esfuerzos de la enseñanza de la Iglesia.

Sobre El Autor

sri10sri9Dr. Edward (Ted) Sri es un profesor Asistente de teología en el Benedictine College en Atchison, Kansas, y un colaborador frecuente de Lay Witness. Edward Sri es el autor de Rediscovering the Heart of the Disciple: Pope Francis and the Joy of the Gospel, Men, Women and the Mystery of Love: Practical Insights from John Paul II's Love and ResponsibilityMystery of the Kingdom (Misterio del Reino), The New Rosary in Scripture: Biblical Insights for Praying the 20 Mysteries (El Nuevo Rosario en la Escritura: Perspectiva Bíblica. Su último libro es Queen Mother: Queen Mother: A Biblical Theology of Mary's Queenship (Reina Madre) basado en su disertación doctoral que está disponible llamado a Benedictus Books al (888) 316-2640.Los miembros de CUF reciben un descuento de 10 por ciento.

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