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Beber como los santos

  • MICHAEL P. FOLEY

Todo lo que aprendí mientras investigaba para mi libro "Drinking with the Saints" puede "destilarse" en cinco puntos importantes.  


drinkingmonk Cuando investigaba para mi libro Drinking With the Saints (Bebiendo con los santos), estuve buscando qué bebidas podía recomendar en determinados días festivos del año litúrgico.  Lo que sí no esperaba era descubrir una lección sobre cómo beberlas.  Esa lección puede "destilarse" en cinco puntos importantes.  Para beber como los santos —es decir, para disfrutar del alcohol de la manera en que Dios pretende que lo hagamos— debemos beber…

Con moderación



La moderación es lo único moralmente responsable que debemos hacer, como así también lo más placentero.  Los epicúreos de la antigüedad eran moderados con sus apetitos debido a que estaban comprometidos no con la virtud sino que con maximizar su placer físico, ya que sabían que beber en exceso les impediría conseguir el objetivo carnal que perseguían.  Los cristianos son libres de sacar provecho de esta apreciación ya que Dios quiere que disfrutemos de su creación.

La moderación también es importante porque fomenta la salud, que es uno de los motivos por los cuales la Iglesia ha tolerado históricamente y hasta incluso respaldado el consumo de alcohol (piensen en las órdenes religiosas medievales y su producción de cerveza, vino, whisky y licor).  En la Edad Media y tiempo después, el alcohol purificaba el agua contaminada o se utilizaba como sustituto de ella, y también servía de medicina para diferentes dolencias.  Hasta el día de hoy, cuando los monjes cartujos que se encuentran en el Gran Monasterio (ubicado en las alturas ventosas de los Alpes franceses) contraen un resfrío, toman una cucharada de su delicioso licor de hierbas, el Chartreuse.

Por último, la moderación es clave para fomentar el compañerismo.  Beber sólo lo suficiente como para relajar la lengua, pero no tanto como para apartarse demasiado del pensamiento templado, conduce sin dudas a una buena conversación y actitud de camaradería.  Tal como lo expresa el poeta Ogden Nash en su poema "Reflexiones sobre cómo romper el hielo", "los dulces son chulos, pero el licor es más rápido".

Con gratitud



La moderación también es una expresión de gratitud a Dios por las bondades de la uva y del grano.  Según Chesterton: "Debemos agradecer a Dios por la cerveza y el borgoña evitando abusar de ellos".  La gratitud es una virtud muy ignorada en estos días, al mismo tiempo que nos obsesionamos cada vez más por nuestros derechos y cada vez menos por lo que le debemos a los demás.  Por cierto, para algunos filósofos modernos como Kant, la gratitud es algo malo, una amenaza que atenta contra nuestra autonomía, dado que implica que estaremos inmersos en la deuda de alguna otra persona.

Sin embargo, para el católico es una alegría agradecer al Dios que nos crea, redime y santifica y ver que su beneficencia se refleja en todos los bienes que nos rodean, inclusive en aquellos que se derraman en nuestros vasos.  Vean la gratitud que se fermenta en esta declaración de San Arnulfo de Metz, patrono de los cerveceros, "del sudor del hombre y del amor de Dios, la cerveza vino al mundo".

Con memoria



La piedad católica se centra en la Eucaristía, que significa "dar gracias" y por lo tanto una actitud de gratitud penetra en todos los aspectos de la vida católica.  Sin embargo, la Eucaristía también es un memorial, el cumplimiento del mandato de "hagan esto en conmemoración mía".  La gratitud requiere memoria, específicamente, la memoria de las cosas buenas que nos son dadas sin merecerlas.

Una de las diferencias clave entre beber sanamente y beber de manera insalubre reside en si el bebedor está bebiendo para recordar o bebiendo para olvidar.  Consideren la diferencia entre la forma de beber que transcurre en una fiesta de casamiento verdaderamente buena y noble y la forma de beber que transcurre en un bar.  En una buena fiesta de casamiento, se reúnen varias generaciones para celebrar las nupcias triunfantes y honorables de un hombre y una mujer, ambos fieles. Todos se reúnen para celebrar el amor de esta nueva pareja que, Dios mediante, madurará con el transcurso de los años y provocará la existencia de más niños y más amor.  Y cuando lo hacen, también recuerdan el amor de sus propios matrimonios, el amor de los matrimonios de sus padres y así sucesivamente.  Recuerdan la gran cadena de amor y elevan las copas para celebrarla.

Contrasten esta imagen con la de un hombre de mediana edad bebiendo solo en el rincón de un bar.  Lamenta su soledad, su trabajo sin porvenir, su juventud perdida.  El hombre ordena una y otra ronda de tragos, pero no para recordar lo bueno, sino que para olvidar lo malo.  Ese uso de la bebida está muy lejos del fino arte de beber de los católicos.

Con júbilo



Otra manera de considerar la diferencia entre beber sanamente y beber de manera insalubre es reflexionar sobre las nociones de "diversión" y "júbilo".  La "diversión" implica una forma de entretenimiento que no necesariamente es mala, pero que en general es superficial y puede disfrutarse sin compañía.  Tal vez un joven se divertiría mucho más jugando a los video juegos con sus amigos, pero también puede pensarse que aún puede divertirse jugando solo.

El "júbilo", por otro lado, necesita de compañeros.  Las personas no suelen festejar solos en una habitación; festejan en un festival o en un gran banquete.  Al menos según mi manera de pensar, el júbilo presupone una fuerte comunidad y una razón verdaderamente divina y memorable para celebrar. Piensen cuán absurdo sería desearnos "feliz día de los profesionales administrativos", en contraste con desearnos "feliz Navidad". Desear una “feliz Navidad” conlleva un significado teológico, y no sólo porque se refiere a la Misa de Cristo, sino que cuando le deseamos a alguien que sea feliz en el cumpleaños de Nuestro Señor, le deseamos mucho más que pasar un buen momento.

Desde ya que todo esto implica un riesgo: existe un término obsoleto en inglés "merry-drunk" (en español, borracho alegre), que sugiere eso mismo.  Sin embargo, conforme Josef Pieper lo indica en su obra In Tune with the World: A Theory of Festivity, (traducido al español como "Una teoría de la fiesta") todas las fiestas conllevan un "peligro natural y una pizca de degeneración" porque arrastran un elemento de fastuosidad.  Sin embargo, del mismo modo que la fastuosidad no necesariamente implica decadencia, el júbilo "seco" no necesariamente implica ahogo.

Con ritual



La obra de Pieper también nos recuerda un aspecto del júbilo: el ritual.  "El festival ritual", Pieper se anima a afirmar, "es la forma más festiva de las festividades".  ¿Cómo?  Porque la verdadera alegría festiva no puede existir sin Dios y sin una tradición de celebración que implique alabanza ritual y sacrificio.  Pieper llega a la conclusión de que sin un ritual religioso un día festivo no se convierte en un "festival profano" sino que en algo peor: en una ocasión falsa y artificial devenida en un "tipo de trabajo nuevo y más extenuante".

Nosotros, bebedores piadosos, podemos apropiarnos de la sabiduría de Pieper a través de dos prácticas simples.  Primero, nuestras celebraciones deben basarse en el año litúrgico, esa gran descripción recurrente de los misterios de Cristo y de sus santos.  La liturgia católica, escribe Pieper, "es de hecho ‘un decir sí y amén en forma ilimitada’ a la totalidad de la realidad y existencia" y cada una de las fiestas de los santos es tanto la celebración del sí que le dijeron a Dios como una invitación para que nosotros hagamos lo mismo.

En segundo lugar, debe existir un componente ritual en nuestras celebraciones sin importar lo humildes que sean.  La forma más sencilla de cumplir con este objetivo es el ritual del brindis.  El brindis es tan antiguo como beber y tiene profundas raíces religiosas.  La "libación" original, junto con la expresión de algunas invocaciones a los dioses, consistía en derramar la primera parte de la bebida a los dioses.  Según una anécdota, la costumbre del tintinar de las copas es una invención cristiana para imitar el sonido de las campanas de la iglesia que aleja a los demonios.  Los católicos deberíamos habituarnos a brindar ya que el ritual está en nuestra sangre: reconocemos que la formalidad no reemplaza a la espontaneidad o a la alegría, sino que la complementa, la canaliza, la enriquece.  Y el deseo universal de brindar por la salud de alguien encuentra un nuevo significado en la elevada aspiración cristina hacia más que la mera ausencia de males corporales.  Sólo se necesita de un brindis para que una reunión insulsa se convierta en un gran evento, hasta incluso en uno santo.

En la misma obra, Joseph Pieper cita con aprobación un aforismo de Nietzsche: "El truco no es organizar una fiesta, sino encontrar gente que pueda disfrutarla".  Con la era del nihilismo posmoderno sobre nosotros, la cuestión no radica en si los cristianos deberíamos disfrutar una bebida de manera festiva; sino en que si seremos los únicos capaces de hacerlo.    

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Agradecimiento

foley Michael P. Foley. "How to Drink Like a Saint." Crisis (12 de mayo de 2015).

Reimpreso con el permiso de Crisis.

 

Sobre El Autor

foleyfoley1Michael P. Foley es un profesor adjunto de patrística en el Programa de Grandes Textos en Baylor University. Es autor de Why Do Catholics Eat Fish on Friday?: The Catholic Origins of Just About Everything y Wedding Rites: The Complete Guide to Traditional Weddings y Drinking With the Saints: A Sinner’s Guide to a Holy Happy Hour. Es editor de la nueva edición de las Confesiones de San Agustín.

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