Menu
A+ A A-

El poeta enamorado de la Palabra

  • ANTHONY ESOLEN

El joven jesuita, de todos los lugares a los que podría haber ido, fue destinado a las montañas del norte de Gales.


Únase a la gran familia Magnificat suscribiéndose ahora mismo: ¡su vida de oración cambiará por completo!

hopkinsEl Padre Gerard Manley Hopkins
1844-1889

"¿Qué estoy haciendo aquí?", se preguntó mientras caminaba por las calles lodosas del pueblo.  La primera respuesta fue que estaba estudiando teología en el colegio jesuita de San Beuno.  Sin embargo, ello apenas lo satisfacía.  Así fue que muchas veces andaba solo por las calles, durante varias horas, a pesar de su corta estatura y su frágil salud.

Algunas personas cuando caminan y piensan, sólo miran hacia adentro y se pierden en especulaciones.  Así era Santo Tomás de Aquino, quien tenía un poder de concentración tan intenso que algunas veces parecía que se olvidaba de dónde estaba y de quién estaba a su lado.  Un día, sentado a la mesa junto a lores y damas de la corte del santo rey Luis, Tomás asestó un fuerte golpe de puño en la mesa y gritó "¡Así es como se refuta a los maniqueos!".

"Niño", dijo el rey a un paje que se encontraba por ahí, "busca un poco de tinta y papel para el hermano Tomás".

El padre Hopkins no era como Tomás.  De hecho, estaba amigablemente enfrentado a su filosofía.  Tomás afirmaba la realidad de las clases de cosas, los universales, que podemos llegar a conocer cuando percibimos cosas individuales a través de los sentidos.  Pero Juan Escoto, el Doctor Sutil, sostenía que Tomás no le había dado suficiente prestigio a esas cosas individuales.  Ellas también, decía, poseen una esencia única para cada criatura que Escoto denominaba ecceidad, término estirado hasta el extremo para expresar un pensamiento muy difícil de especificar y fácil de malinterpretar.

"Lo que hago soy yo: ¡por eso vine!"

Así, el sacerdote, devoto del beato Escoto, era todo ojos y oídos cuando caminaba, y sus sentidos estaban despiertos y entusiastas.  El Monte Snowdon, el pico más elevado de Gales, emergía a la distancia, pero no era necesario para el padre Hopkins observar un paisaje pintoresco.  Las personas que hacen eso son como aquellos que se apiñan alrededor de una celebridad y se pierden la bondad y belleza real, sólida y misteriosa de quienes están cerca suyo; el herrero que con su martillo hace saltar chispas de la herradura contra el yunque; el corneta del regimiento de las fuerzas armadas, de apariencia saludable y aún más niño que hombre, preguntándole al padre sobre cuestiones de fe; los niños y niñas coronando a María con flores...  El mundo era demasiado rico para que un corazón pudiera soportarlo. 

Observaba una granja al costado del camino.  Había un hombre que trabajaba la tierra.  Los bueyes, mansos, pacientes y de ojos tristes, hundían cansados sus pezuñas en el lodo y cansadas, mientras el hombre empujaba la rastra detrás, removiendo montones de buena tierra negra que brillaban al rayo de sol.  Qué herramienta más extraña y hojalatosa es la rastra; la azada, la espada, la horquilla para el heno, la hoz para segar, el mayal para la trilla y el ventilador para el aventado.  Cada una de estas cosas decía, "¡Contémplame!" Y lo mismo con todos los oficios, pensaba el cura, sus bártulos, sus aparejos y sus adornos.

Observó un grupo de acianos, flores llenas de energía, y se quedó inmóvil durante unos pocos minutos.  Parecía como si los estuviera pintando - también era un artista que provenía de una numerosa familia artística.  O más bien que ellos mismos se estaban retratando en su alma, con un poder que brotaba desde lo más profundo de su interior, un poder llamado instress (tensión interior), que revelaba el trabajo de Dios.  La gente, pensaba, no entiende lo que significa decir "Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra".  No significaba que Dios creó las cosas mucho tiempo atrás y que ahí concluyó su obra.  Ninguno de los padres de la Iglesia creía en semejante tontería.  Es el mismo Dios quien crea ahora, dibujando los verdes tallos de los acianos y haciendo que caigan sus pétalos para presentar un despliegue magnífico de azules oscuros.  Ello no era un vuelo de la imaginación.  Se trataba de un hecho evidente, tan dulce y familiar como los surcos mojados que el labrador iba dejando detrás.

La Palabra de Dios y la palabra del hombre

Otros sacerdotes, impacientes con las formas rurales de estos mineros y granjeros galeses, se hubiesen perdido la belleza de ese fango, pero no fue el caso del padre Hopkins.  Tan agobiado como estaba de estudios y enseñanzas, se embarcó en aprender galés, ese lenguaje extraño, unas veces ronco y otras veces líquido, que parecía haber sido hecho para los coros de hombres que cantaban tan bien en ese idioma.  Intercambiaba palabras en galés con los fieles en San Beuno.  Aprendió a cantar antiguas canciones galesas.  Aprendió el truco gales de hacer rimas con las palabras, no sólo al final.  Hasta incluso compuso algunos poemas en esta lengua.

Para leer todos los meses el artículo del profesor Esolen en Magnificat, junto con textos de la Misa diaria, otros artículos interesantes, comentarios de arte, meditaciones y oraciones diarias inspiradas en la Liturgia de las Horas, visite www.magnificat.com para suscribirse o para solicitar una copia de regalo.

Pero estas palabras en galés sonaban sobretodo en su alma: Yn y dechreuad yr oedd y Gair, a'r Gair oedd gyd a Duw, a Duw oedd y Gair: Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.  Y la Palabra, a través de la cual todas las cosas fueron hechas, moró entre nosotros en el mundo, para ser encontrado en la esencia que Él, el artista maestro, ha infundido en cada una de las cosas.  El padre Hopkins lo llamó inscape (paisaje interior).  Algunas personas buscaban a Dios y en cambio veían al mundo.  Hopkins veía la Palabra obrando en el mundo y a través del mismo; todo lo que estaba en el mundo estaba hecho para hacer que su corazón volviera a Cristo.  Más que nada los otros hombres, cada uno de ellos en su maravillosa individualidad irrepetible.  ¿Cómo se veía Jesús?  ¿A quiénes se parecía?  A aquel labrador que dejaba surcos, o a su esposa robusta que lo llamaba para cenar, o al niño colgado de la rama del sauce junto a la cisterna: Cristo juega en diez mil lugares.

Durante algunos años, dejó de escribir poemas para evitar distraerse de su vocación sacerdotal, pero luego estuvo ideando en su mente el renacer de algo que se encontraba en el corazón de toda poesía.  Del mismo modo que cada cosa creada -los acianos, las nubes moviéndose como grano en la criba, el violeta del Monte Snowden bajo el sol de la tarde - era una palabra dicha por Dios, el hombre también podía decir palabras que hicieran honor a la Palabra y al mundo que hizo Dios.  La tarea del poeta consistía en ver la Palabra de Dios en el mundo e imprimir en sus palabras lo que había visto, manejándolas como si fueran cosas misteriosas, vivientes, que contenían manantiales y luces ocultos, sorprendentes, peligrosos.  El resultado era una poesía distinta a la que estaban todos acostumbrados, el padre Hopkins lo sabía; su destino sería no ser leído o ser malinterpretado. 

"El Rin las rechazó; el Támesis las llevaría a la ruina"

Finalmente, su superior le asignó una tarea.  Los detractores de la Iglesia en Alemania, al mando de Otto von Bismarck, libraban la Kulturkampf, una guerra cultural sin tregua contra la fe.  El último invierno, cinco hermanas franciscanas huyeron de la persecución, navegando hasta Inglaterra en el Deutschland.  Una terrible tormenta de nieve, como si se tratara de la providencia oscura de Dios, destruyó la nave justo después del banco de arena de Kent.  La madre superiora erguida en la cubierta, alentaba a las hermanas y gritaba "¡Ven pronto, ven pronto, oh, Cristo!"  Murieron cincuenta y siete personas, entre ellas, todas las hermanas.  El padre Hopkins debía honrar a estas mártires en verso.

Entonces Gerard Manley Hopkins se embarcó en esta tarea y comenzó a escribir la primera estrofa, dura, extraña y llena de palabras que de repente se convertían en significados fuera de su control:

¡Oh, Dios mío, mi dueño,
Tú que das aire y pan!
Eres playa del mundo, ir y venir del mar.
Señor de toda vida y toda muerte;
Tú que ajustaste en mí huesos y venas, apretando la carne alrededor,
después de deshacerme en el espanto
me rehiciste; ¿vas a empezar de nuevo?  
Siento otra vez tu mano, estás aquí.
(Traducción: Carlos Pujol)

Escribió treinta y seis estrofas más, en las que derramó su corazón y su alma, su mente y su fuerza, su amor por la Inglaterra que aún rechazaba a la Iglesia, los malentendidos de su familia devotamente anglicana, las pruebas de su vocación, el heroísmo de las religiosas, la gallardía de los marineros, la terrible belleza de la tormenta y la misericordia de nuestro Dios, quien es un fuego arrollador.  Nunca nadie escribió un poema como este, ni en inglés ni en cualquier otra lengua.

El padre Hopkins no vivió muchos años y sus poemas completos pueden reunirse en un volumen de tamaño moderado.  Se publicaron sólo unos pocos durante su vida.  Seguramente pensaba que ninguna de sus obras sobreviviría.  Sin embargo, su amigo y compañero poeta Robert Bridges reunió sus poemas y los publicó en 1918, casi veinte años después de su muerte.  El efecto fue asombroso, como si se hubiera desatado un tornado y hubiera barrido con todo lo que quedaba del verso victoriano.  Gerard Manley Hopkins se convirtió en el poeta inglés más influyente de su era y ahora es considerado, junto con George Herbert y John Donne, como uno de los tres escritores más grandes de lírica sacra en idioma inglés. 

Hasta los seculares lo reconocen.  Y muchas personas han sido llevadas, a partir del estudio de su lenguaje notable, al único objeto de su devoción: El Cristo del Padre compasivo, en la tormenta de sus pasos atraído.

dividertop

Agradecimiento

Magnificat Anthony Esolen. "El poeta enamorado de la Palabra." Magnificat (agosto de 2014): 195-220.

Únase a la familia mundial del Magnificat suscribiéndose ahora: ¡Su vida de oración nunca será la misma!

Para leer el trabajo del Profesor Esolen's cada mes en Magnificat, junto con los textos diarios de la misa, otros buenos ensayos, comentarios de arte, meditaciones y oraciones diarias de la Liturgia de las Horas, visite www.magnificat.com para suscribirse o solicitar una copia gratuita.  

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2014 Magnificat
back to top