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El mito de la violencia religiosa

  • BENJAMIN WIKER

Uno de los mitos que fomenta constantemente el estado secular es que la religión es tan peligrosa, tan volátil y tan propensa a provocar situaciones de violencia, que la única protección que tenemos contra la destrucción social es la construcción de un muro que separe la religión del estado.


warreligion1Todos conocemos estas historias y, de hecho, por haber escuchado también cuentos interminables de terror sobre las grandes guerras religiosas -especialmente las Guerras Francesas de Religión y la Guerra de los Treinta Años- podríamos tener la firme inclinación de creer en este mito.

Incluso llamarlo mito parecería estar fuera de lugar.  ¿No es cierto —de hecho, una perogrullada— que cuando se mezclan la religión y la política, parecen como la gasolina y una cerilla?  ¿No es eso lo que nos enseña la historia?

No. La historia realmente nos enseña dos cosas.

Primero, como William Cavanaugh sostiene con tanta firmeza en su obra Myth of Religious Violence, cuando observamos con más detalle las guerras de religión del siglo 16 y 17 encontramos que las diferencias entre católicos y protestantes y entre protestantes y otros protestantes fueron secundarias a las metas de los estados de naciones emergentes y diferentes intrigas políticas y dinásticas. Para decirlo sencillamente, la causa principal de estas guerras no fue religiosa, sino más bien política.

¿Cómo puede ser?  Si las diferencias religiosas fueran la causa principal de estos conflictos sangrientos, dice Cavanaugh, no deberíamos esperar otra cosa que descubrir que se combatieron invariablemente a través de claras líneas confesionales.  Sin embargo, lo que realmente encontramos son emperadores católicos que atacan a papas, reyes católicos franceses que atacan a emperadores católicos, reyes y príncipes protestantes que se ponen del lado de reyes católicos contra otros reyes protestantes, luteranos y católicos que se unen contra emperadores católicos, nobles hugonotes protestantes y nobles católicos en Francia que se unen contra plebeyos católicos y hugonotes protestantes que a la vez se unen contra los nobles, nobles protestantes y católicos en Francia que se unen contra su rey católico, protestantes que rechazan la unión protestante (la coalición de los estados alemanes protestantes) incluso cuando algunos católicos estaban de su lado, príncipes luteranos respaldando con firmeza los derechos de un emperador católico, la Francia católica respaldando a los príncipes protestantes en Alemania, los calvinistas holandeses que ayudan al rey católico a reprimir levantamientos de calvinistas franceses, un luterano que lidera un ejército imperial católico y mercenarios de todas las tendencias religiosas que se venden a sí mismos al mejor postor católico o protestante.

Y esta es tan solo una reseña muy rápida de los ejemplos que ofrece Cavanaugh con mayor profundidad.  Un estudio cuidadoso e imparcial de las llamadas guerras religiosas arroja el resultado algo sorprendente de que de hecho no fueron guerras religiosas.  Fueron guerras políticas que no sólo ignoraron las diferencias religiosas cuando los objetivos políticos más importantes exigían ya sea cooperar con opositores religiosos u oponerse a los que compartían las mismas creencias religiosas sino que también se valieron de las diferencias religiosas cuando eran útiles para lograr sus objetivos políticos.

Para decirlo sencillamente, la causa principal de estas guerras no fue religiosa, sino más bien política.

Esa es la primera lección de historia. La segunda es igualmente importante y está relacionada con la primera. Tal como lo aclara Cavanaugh, el estado secular necesitaba (y aún necesita) gente que crea que la religión es la causa de la violencia porque esta creencia tiene en cuenta la creación efectiva del estado secular.  El estado secular es lo que surge cuando se fuerza con los poderes del estado la desaparición de la religión del entorno público.  El mito de la violencia religiosa justifica la eliminación de la religión y es a través de esa misma eliminación que el estado logra la secularización.

Esto puede observarse, según sostiene Cavanaugh, en el fallo de la Corte Suprema que sentó precedente caratulado "Everson contra la Junta de Educación" (Everson v. Board of Education) (1947) que interpretó que la Cláusula del Establecimiento (Establishment Clause) exigía (en palabras del juez Hugo Black, que las tomó prestadas a su vez de Thomas Jefferson) que se levantara un "muro para separar iglesia de estado".


Tal como lo han demostrado otros historiadores jurídicos, las palabras de Jefferson tuvieron un efecto leve o directamente nulo antes de la aparición del caso Everson.  La jurisprudencia estadounidense se definía por la noción de cooperación entre iglesia y estado porque había un consenso general de que el estado necesitaba de la moral y del respaldo religioso que provenía de la iglesia.

Sin embargo, en la mitad del siglo veinte, el secularismo se apropió de la inteligentsia y, a través de la educación universitaria, generó un modo de pensar entre los juristas y jurisconsultos.  Su formación giró en torno al mito iluminista de que la religión era una presencia negativa que, para salvar el progreso humano, debía eliminarse en pos de la paz. Un signo de ello (como creían todos) fueron las horribles atrocidades que se cometieron en las guerras religiosas.

Así fue como el juez Hugo Black, en la mayor parte de su dictamen, se valió de la noción de que la violencia religiosa en Europa fue el motivo determinante por el que los fundadores de los Estados Unidos redactaron la Cláusula de Establecimiento de la Primera Enmienda. "El Congreso no dictará ninguna ley con respecto al establecimiento de una religión o prohibiendo el libre ejercicio de la misma...".

Como prueba de ello, Blank trajo a colación las famosas palabras de Jefferson que escribió en una carta del año 1802 dirigida a la asociación bautista de Danbury en la que sostuvo lo siguiente: "contemplo con soberana reverencia la norma del pueblo estadounidense que declaró que sus legisladores no debían 'dictar ninguna ley con respecto al establecimiento de una religión o prohibiendo el libre ejercicio de la misma', construyendo así un muro que separa la Iglesia del Estado". Así, al final de su dictamen, Black agrega la siguiente afirmación: "La Primera Enmienda erigió un muro entre iglesia y estado.  Esa pared debe mantenerse alta e impenetrable".

Para Black, y especialmente para esos jueces de mentalidad secular que continuaron utilizando el razonamiento de Everson, el espectro de la violencia religiosa exigió la secularización de la política. Así fue que, desde 1947, el fallo Everson se utilizó para dejar de leer la Biblia y de rezar en las escuelas públicas, para negar a los grupos cristianos el acceso a los edificios de escuelas y universidades públicas, para justificar la remoción de escenas de la natividad de plazas públicas y las placas con los Diez Mandamientos de edificios judiciales y para eliminar (infructuosamente) la leyenda "en Dios confiamos " (In God We Trust) de las monedas.

En pocas palabras, el fallo Everson se convirtió en un instrumento para la secularización decretada por el estado. Provocó el surgimiento de un estado verdaderamente secular precisamente a través de la separación activa de iglesia y estado y la construcción de un muro de separación. Históricamente, esta separación activa, y el muro, crearon un estado secular en un lugar donde nunca antes había existido. Y me parece que debo agregar (para captar la completa ironía con la que se hace uso de la Cláusula de Establecimiento de la Primera Enmienda) que esta separación activa determina un estado secular, utilizando el poder federal para que Estados Unidos deje de ser una cultura judeocristiana y se convierta en una cultura secular.

Ahora sí puede verse la relación entre la primera y la segunda lección de historia.  Si resultara que la noción de que la religión fue la principal causa del conflicto sangriento es un mito y que las llamadas guerras religiosas se exacerbaron a causa de la ambición política, la supuesta necesidad apremiante de erigir un muro impenetrable que separe iglesia de estado también se derrumbaría.  ¿Cómo se justifica entonces la secularización del estado? 

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Agradecimiento

wikerBenjamin Wiker. "The Myth of Religious Violence" (El mito de la violencia religiosa) To the Source (13 de junio de 2012).

Este artículo se reimprimió con el permiso de To the Source.
To the source es un foro para integrar el pensamiento y la acción dentro de un marco moral que tenga en cuenta nuestra situación contemporánea. Daremos a conocer los pensamientos de expertos de la cultura frente a determinadas cuestiones que enfrentamos en la creencia de que estas fuentes darán ánimos a nuestros lectores para aumentar su fe y acción.

Sobre El Autor

wikerWiker1Benjamin Wiker obtuvo un M.A. en Religión y un Ph.D. en Ética Teológica, ambos en la Universidad de Vanderbilt. El doctor Wiker fue profesor de tiempo completo durante trece años, primero en Marquette University, luego en St. Mary's University (MN), Thomas Aquinas College (CA) y finalmente en Franciscan University (OH). Durante esos años, ofreció una amplia variedad de cursos en filosofía, teología, historia, historia y filosofía de la ciencia, historia de la ética, los Grandes Libros, latín y hasta incluso matemática. Ahora se dedica por completo a escribir y dar conferencias. Publicó once libros, entre los que se incluyen Politicizing the Bible: The Roots of Historical Criticism and the Secularization of Scripture 1300-1700The Darwin Myth: The Life and Lies Charles Darwin10 Books That Screwed Up the World: And 5 Others That Didn't Help, The Darwin Myth: The Life and Lies of Charles Darwin, y Answering the New Atheism: Dismantling Dawkins' Case Against God. Siga al doctor Wiker en BenjaminWiker.com

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