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El origen católico de la masculinidad

  • MICHAEL P. FOLEY

La masculinidad de Cristo transformó lo que el hombre entendía por hombría y es esta transformación la que, a través del desarrollo y mediación de la Iglesia católica, se convirtió en el nuevo ideal occidental.


shroud-of-turin En su fascinante libro Manliness, Harvey Mansfield identifica a Aquiles como el dechado de la virilidad.  Tiene razón al hacerlo porque el héroe homérico, impetuoso y rebelde, quien andaba fanfarroneando y arrastrando cuerpos, no es sólo un arquetipo occidental inolvidable, sino que el súper macho por antonomasia, el guerrero que desborda la realidad que aparece en prácticamente todas las culturas y climas.

Nosotros, los cristianos, no debemos olvidar a Aquiles, ya que nos recuerda inversamente la paradoja que aparece sólo cuando comparamos a ese hombre con la figura central del Nuevo Testamento: algunas veces, lo único que supera al heroísmo del súper macho es la decisión de rechazarlo.  Nuestro Señor pudo haber humillado fácilmente a sus enemigos del mismo modo que Aquiles lo hizo con Héctor, pero optó en cambio por ser humillado por ellos, una movida que requirió de un verdadero coraje.  Cuando los cristianos llaman a Cristo como el Hombre Nuevo (o Adán), le dan más de un sentido. 

La masculinidad de Cristo transformó lo que el hombre entendía por hombría y es esta transformación la que, a través del desarrollo y mediación de la Iglesia católica, se convirtió en el nuevo ideal occidental.  Esto es evidente cuando analizamos dos áreas típicamente asociadas con la vida masculina: caballería y deportes.

Caballería

La caballería comenzó como un intento de la Iglesia por poner coto a la anarquía y al derramamiento de sangre provocado por los conflictos feudales de la Edad Media, pero terminó como algo más.  La así llamada Tregua de Dios limitó la violencia prohibiendo, bajo pena de excomunión, los enfrentamientos armados de jueves a domingos y durante los tiempos sagrados de Adviento y Cuaresma.  Esta restricción piadosa se agudizó con las Cruzadas, que propugnaba un nuevo código de caballería que no apuntaba a la gloria personal (Aquiles nuevamente), sino que a la protección de los débiles y oprimidos.  Cuando se consagraba o "armaba" a un caballero, el obispo rezaba que se convertiría en un defensor de las "iglesias, viudas, huérfanos y todos quienes servían a Dios".  Esta fue obviamente la ejemplificación de una virtud bíblica importante (en 2 Mac 2, 38, se describe a Judas Macabeo, el prototipo del caballero medieval del Antiguo Testamento, como protector de viudas y huérfanos), como era el cuidado dispensado a otro grupo: mujeres.

Si bien el cuidado del bienestar de las mujeres por parte de los caballeros se convirtió más adelante en objeto de toda suerte de distorsiones románticas (de allí las parodias de los caballeros afectados por el amor en Chaucer y Cervantes), incluso aquí yace el núcleo de una visión excepcionalmente cristiana.  Cuando San Pablo les dice a los esposos que amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia (Ef 5, 25), lo que les trata de decir esencialmente es que deben colocar el bienestar de sus esposas muy por encima del de ellos, incluso hasta el punto de morir por ellas.

Cuando San Pablo les dice a los esposos que amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia (Ef 5, 25), lo que les trata de decir esencialmente es que deben colocar el bienestar de sus esposas muy por encima del de ellos, incluso hasta el punto de morir por ellas.

Hoy en día, el concepto de "primero las damas" es la más de las veces calificado como extraño o chauvinista, pero cuando es adecuadamente entendido y practicado refleja la conversión del poder y agresión masculinos al servicio desinteresado de otros, como lo hizo Cristo.  Supone que si un hombre cristiano está diseñado para gobernar, debe administrar ese gobierno en forma paradójica, sirviendo a los demás, del mismo modo que Cristo ejerció su señoría en forma paradójica, lavando los pies de sus apóstoles con humildad (Jn 13, 4-16).  Esto se refleja muy bien en la famosa leyenda medieval del Santo Grial, según el relato Chrétien de Troyes.  Cuando Percival, el caballero, está a punto de partir del lado de su madre, las últimas palabras que ella le dijo fueron: "Si encuentras, cerca o lejos, una dama que necesite tu ayuda, o una doncella desconsolada, estate listo para ayudarlas en caso de ellas lo pidan, pues es lo más honorable que puedes hacer. Aquél que no honra a las damas, tiene el honor muerto en su interior".

Con el transcurso del tiempo surgieron varias costumbres a partir de esta transfiguración del honor masculino.  Gestos simples como el de abrirle la puerta o de arrimarle la silla a una dama denotan un respeto humilde de caballero por las mujeres y un reconocimiento de sus responsabilidades.  Debe prestarse particular atención en este aspecto a la práctica de levantar el sombrero para saludar a una dama.  Dado que el sombrero de un hombre es un símbolo tradicional de su rango y autoridad, el gesto es esencialmente un ritual de reconocimiento del hecho de que su posición está en algunos aspectos cruciales dirigida a servir y respetar a una dama.

Deportes

No es en general la función de una religión crear nuevas formas de competencia, si bien la proclamación judeo-cristiana de la santidad de la vida humana provocó cambios de gran alcance en la manera en que jugaban los occidentales.  Luego de que el Imperio Romano abrazara el cristianismo, se desató una guerra exitosa contra los antiguos festivales de atletismo y juegos de gladiadores, todos ellos intrínsecamente ligados al culto de la muerte, al sacrificio de animales y hasta incluso al sacrificio de humanos.  Sin embargo, la Iglesia nunca se opuso a las competencias de atletismo en sí mismas y fue así que el campo quedó libre para dar lugar a otros deportes nuevos y más saludables.  Claro está que esto no quiere decir que los juegos eran más suaves.  El duque protocristiano en "El Cuento del Caballero" de Chaucer convierte una batalla en una justa a fin de evitar la pérdida de vidas, pero esto no impidió que se quebraran huesos o que brotara sangre "en forma de ríos rojos".

En algunos países, la vida católica jugaba un rol apreciable a la hora de darles forma a los gustos atléticos específicos.  El ejemplo que más me gusta es el de la popular schützenfeste de Suiza.  Estas competencias de puntería con armas de fuego comenzaron como ejercicios de entrenamiento para tiradores que tenían la misión de proteger a la procesión del Santísimo Sacramento en la Fiesta de Corpus Christi ¡de los violentos protestantes! En el mismo orden batallador se encuentra el humilde deporte de bolos, que algunos creen que comenzó como una fiesta religiosa que se llevaba a cabo en el claustro de una iglesia.  Es posible que, allá en el siglo tercero o cuarto, los campesinos hayan colocado sus garrotes (que, al igual que las cachiporras irlandesas, llevaban con ellos en todo momento) al final de la línea.  El garrote era llamado kegel en alemán y se decía que representaba a los infieles que serían derribados, según nuestras conjeturas, por la piedra rodante que representaba a los Evangelios.  Con el tiempo, los garrotes se convirtieron en bolos, pero la asociación aún permanece: hasta el día de hoy, a los jugadores de bolos, algunas veces se los llama en inglés como keglers.

Jesucristo, el Hombre Nuevo, nos ofreció un modelo contraintiuitivo si bien, en última instancia, el modelo más grandioso de la hombría, una que tiene el descaro de derrotar su propia vanagloria para mayor gloria de Dios y para defender a sus criaturas más indefensas.

Finalmente, debe hacerse mención del lema de los juegos olímpicos modernos.  Citius, Altius, Fortius ("más rápido, más alto, más fuerte") fue acuñado por el fraile dominicano Henri Didon, prior de Albert-le-Grand College en Arceuil, Francia.  Didón, un famoso educador con afición a los deportes (él mismo ganó muchos premios en su adolescencia), alentó las competencias atléticas en su colegio como una manera de construir el carácter.  Fue en una reunión deportiva en 1891 que finalizó un discurso dirigido a sus alumnos con la conmovedora admonición: Citius, Fortius, Altius.  El lema fue finalmente adoptado por el padre de los juegos olímpicos modernos, Pierre de Coubertin, con una excepción.  Mientras el fraile Didon colocaba la palabra "fortius" o más fuerte, en el medio de la frase para resaltar el significado moral del atletismo, Coubertin cambió, con carácter alarmante, el orden de las palabras para resaltar la "libertad de exceso" que elogiaba por encima y en contra de "la utopía poco natural de la moderación".

Conclusión

La apropiación del lema del fraile Didon por parte de Coubertin también es bastante emblemática de la situación difícil en que se encuentra la hombría cristiana en la era moderna, que es uno de los motivos por el cual incluso necesitamos hablar del aporte del catolicismo a la hombría como si fuera algo olvidado.  Sin embargo, el testimonio de Nuestro Señor no se borrará.  Jesucristo, el Hombre Nuevo, nos ofreció un modelo contraintiuitivo si bien, en última instancia, el modelo más grandioso de la hombría, una que tiene el descaro de derrotar su propia vanagloria para mayor gloria de Dios y para defender a sus criaturas más indefensas.  El resultado es una mezcla de solicitud, amabilidad y dureza que hace que la apariencia brabucona y egoísta de Aquiles se vea pueril.  Y podemos estar profundamente agradecidos de eso.

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Agradecimiento

foleyMichael P. Foley. "The Catholic Origins of Manliness." Catholic Men's Quarterly 3:4 (invierno/primavera 2007), pp. 16-17.

Reimpreso con el permiso de Michael P. Foley.

Sobre El Autor

foleyfoley1Michael P. Foley es un profesor adjunto de patrística en el Programa de Grandes Textos en Baylor University. Es autor de Why Do Catholics Eat Fish on Friday?: The Catholic Origins of Just About Everything y Wedding Rites: The Complete Guide to Traditional Weddings y Drinking With the Saints: A Sinner’s Guide to a Holy Happy Hour. Es editor de la nueva edición de las Confesiones de San Agustín.

Copyright © 2007 Michael P. Foley
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