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Cómo la Iglesia ha cambiado el mundo: porque Dios es la luz

  • ANTHONY ESOLEN

No existe una arquitectura más alegre, llena de luz y sanamente popular que la de las catedrales góticas.


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gothic1 Es una de las tristes ironías de nuestro tiempo que la palabra "gótico" ahora describa a una locura adolescente y antisocial, en la que sus adeptos se visten de negro, como si todo el mundo estuviera en un gran funeral, se tiñen el pelo de púrpura, como si el castaño y el rojizo fueran algo demasiado dulce para soportarlo, y se perforan el cuerpo con argollas y clavos, como si recién terminaran de torturar presos en un potro. Quizás sea la mugre depositada en las iglesias durante la revolución industrial que nos condujo a tener una impresión equivocada. Es difícil que el mármol brille con hornos de coque funcionando día y noche. Es difícil que los vitrales luzcan sus brillantes colores en un ambiente lleno de smog.

Sin embargo, no existe una arquitectura más alegre, llena de luz y sanamente popular que la de las catedrales góticas - sus cortinajes de piedra y vidrio que se elevan al cielo, sus espigados soportes externos que se asemejan a los rayos de una rueda, nada que sea meramente funcional, todo tocado por la mano del hombre, abrazando cada uno de los impulsos artísticos, desde el capricho del albañil a la visión del místico.

¿Dónde nació? En toda Europa y en los corazones de los cristianos, pero si debemos elegir un lugar y un hombre, entonces debemos hablar de París y del abad Suger (1081-1155).

El responsable

"Pero mi señor Abad", dijo el maestro de obras "no podemos dejar todo ese espacio abierto. Es demasiado amplio. No tenemos la madera que se necesita para esas bóvedas".

"Entonces, debemos buscarlas", dijo el abad, un hombre mayor incluso para nosotros. Entonces, Suger, junto con el constructor y sus aserradores, se internaron en los bosques que se encontraban en las afueras de París y buscaron sin cesar hasta que por fin encontraron árboles con la altura necesaria para cumplir con ese fin. Este descubrimiento sorprendió a todos, menos al buen abad.

Me gusta esta pequeña anécdota porque devela mucho acerca de él. Suger era el responsable, el hombre que debía encargarse de que se hicieran las cosas. Sin escuchar su consejo, el rey Luis VI emprendió la segunda Cruzada, dejando a Suger en casa para tratar con sus rebeldes nobles, pero Suger era tan inteligente y competente como regente que cuando Luis regresó lo nombró el Padre del País.

Suger se ha dedicado a la Abadía real de Saint-Denis desde su niñez. Durante su juventud fue una suerte de persona eclesiástica mundana, hasta que escuchó el llamado de San Bernardo de Clairvaux y su trompeta en pos de una reforma monástica. Como abad, introdujo esas reformas en Saint-Denis e hizo caso a la crítica de Bernardo sobre el arte perturbador del alma que adornaba al rico monasterio de Cluny. Así dijo el inimitable Bernard:

Y además, entre los hermanos que leen en el claustro, ¿qué hacen allí esas ridículas monstruosidades, esa belleza horriblemente desfigurada y esa perfecta fealdad? ¿Qué hacen allí monos impuros? ¿Qué los salvajes leones? ¿Qué los monstruosos centauros? ¿Qué los semihombres? ¿Qué los tigres manchados? ¿Qué los guerreros combatientes? ¿Qué los cazadores?... [O]curre que más se lee en las obras en mármol que en las escritas; que uno prefiere contemplar todo el día tales obras, en lugar de reflexionar sobre la ley de Dios. (W. BRAUNFELS, La arquitectura monacal en Occidente. Barrai, Barcelona, 1975.)

Ninguno de los dos, ni Bernardo ni Suger, quisieron decir que las iglesias debían ser sosas e insulsas. ¡Lejos de eso! No querían iglesias que fueran sitios de interés artístico, sino arte como instrumento para elevar el corazón y la mente a Dios. Entonces, cuando la vieja abadía de Saint-Denis debió reconstruirse, Suger quiso inundar su interior de una luz clara y colorida, y llenarlo de oro y joyas, reflectores y depósitos de luz. Dios es luz, dice San Juan, y en él no hay tinieblas (1 Jn 1, 5).

Una teología y arquitectura de luz

Consideremos su elección por un momento. La luz es la primera de las creaciones de Dios. ¿Qué significa eso? El autor sagrado no nos dice que Dios hizo primero el sol y las estrellas, objetos que dan luz. Primero hizo la luz: como si de todas las cosas creadas, la luz, la luz intelectual, fuera la más parecida a su ser, el único que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible (1 Tm 6, 16). Luego, también, una feliz coincidencia hizo que la luz sea el objetivo más adecuado que perseguiría Suger. El patrono de Francia es San Dionisio (Saint-Denis), un obispo martirizado en el siglo III. Compartió el mismo nombre con Dionisio, a quien San Pablo convirtió en Atenas, y con un monje sirio desconocido que, con el seudónimo de Dionisio, escribió tratados sobre los nombres de Dios y las jerarquías de los ángeles. La teología de ese monje, para decirlo sencillamente, es una poesía de luz, de la vertiente del ser y de la luz de un Dios que ninguna mera criatura puede desentrañar.

Todo ello dispuso a la ocupada mente de Suger a trabajar.

¿Cómo traes luz a una abadía? Construye paredes altas para lograr que se forme un espacio abierto en su interior. Construye fuertes costillas entrelazadas y arcos puntiagudos por encima para dirigir el peso hacia abajo evitando sostenerse tanto en las paredes. Refuerza las paredes por el lado de afuera en vez de hacerlo por adentro. Reemplaza las paredes por vidrios - ventanales altos y ventilados. Llena las ventanas de color. Encastra oro y joyas en el altar superior, pensando que han sido producidos en la tierra con el poder fecundo del sol. Puebla los nichos con santos y reyes y reinas de Francia. Muestra por todos lados la luz de Cristo y sus obras en la tierra y en el cielo. Permite que toda la estructura blanca refulgente se parezca a un gran estuche para joyas, un regalo sublime de Dios al hombre y del hombre a Dios.

El abad nos habla

Eso es lo que pensaba el abad Suger. Estos son los versos que esculpió en las puertas cubiertas de oro:

Quienquiera que sea, si pretendes rendir honor a estas puertas
no admires el oro ni el gasto, sino el trabajo y el arte.
La obra noble brilla, pero brilla con nobleza;
que sirva para iluminar los espíritus y los conduzca por medio de las luces verdaderas
a la verdadera luz, de la cual Cristo es la verdadera puerta.
La puerta dorada muestra cómo es inmanente de estas cosas.
La mente torpe se eleva hacia la verdad a través de cosas importantes,
y se eleva de su inmersión cuando ve la luz.
(S. Bernardi Abbatis. Apologia ad Guillelmum (Citado en Braunfels,Wolfgang. Arquitectura monacal en Occidente. Barcelona, Barral Editores, 1975.)

Y no se trataba sólo de que esperara que la gente hiciera un salto abstracto de la luz terrenal a la luz celestial. También quería, a través del arte, demostrarles que Cristo es nuestra luz presente en el mundo. Podríamos decir que una catedral gótica es la puerta que nos lleva a Cristo a través de la exposición hermosa y ordenada de la obra gloriosa de Dios. 

Entonces Suger encargó una serie de vitrales, bajo cada uno de los cuales agregó versos que nos dicen de qué manera lo que vemos nos ayuda a elevarnos de lo material a lo inmaterial o de las penumbras del Viejo Testamento a la luz resplandeciente del Nuevo Testamento. El más curioso de estos vitrales es uno de San Pablo trabajando en un molino - ¡imagínate! Lo vemos vertiendo el grano en la tolva para producir harina:

Trabajando en el molino, Pablo, sacas la harina del salvado. 
Das a conocer el significado interior de la ley de Moisés
de tantos granos se hace el pan verdadero sin salvado,
el alimento perpetuo de hombres y ángeles.

Eso es lo que debemos hacer cuando "leemos" el arte de la catedral. Supone que estamos arrodillados ante el brillante tabernáculo en que habita el Señor bajo las especies de pan y vino. El panel dorado está decorado con zafiros, amatistas, rubíes, esmeraldas y perlas, muchos de ellas entregadas como ofrendas a Dios por damas y caballeros de Francia para que pertenecieran, como lo eran, a Dios y a todos los fieles, tanto ricos como pobres. Todos se arrodillarían allí ante el Señor. Los versos de Suger en el panel nos enseñan cómo orientar nuestros corazones, ya que incluso esta gloriosa mesa eucarística no es más que un reflejo del banquete celestial que vendrá y "las cosas a las que se les da un significado son más agradables que todo lo que significan". El arte, los signos, están llenos de belleza, y apuntan nuestra mirada a la Belleza misma.

Algo nuevo en el mundo

¿Cómo era sentarse y orar en ese castillo bordado de alabanza? Imagina al abad, ese anciano enérgico, tomándose una hora de descanso de sus tareas en la Iglesia y en el estado. Entra a Saint-Denis, se acerca al santuario y allí permanece de pie, bañado de luz. Dejemos que él mismo describa lo que sentía en ese momento:

Y cuando por el amor que siento por el esplendor de la casa de Dios; la belleza multicolor de las gemas, a veces me aleja de las preocupaciones exteriores y me transporta de las cosas materiales a las espirituales, la meditación justa me invita a reflexionar sobre la diversidad de la santa virtud, entonces me parece verme a mí mismo habitar una parte del mundo que no conozco y que no está ni del todo sumergida en las heces de la tierra, ni inmersa en la pureza del cielo.
(Abbot Suger on the Abbey Church of St. Denis and its Art Treasures, traducción y notas de Panofsky, E., Princeton University Press, 1946. Citado en Manzi y Corti, Op. cit. El prólogo de la obra de Panofsky se ha traducido al español en: "El abad Suger de Saint-Denis", en El significado en las artes visuales. Madrid, Alianza Editorial, 1985, pp. 131-170).

El abad Suger buscaba las cosas del cielo en primer lugar y por si fuera poco recibía las cosas de la tierra. Buscaba alabar a Dios y al patrono de su país, San Dionisio, de la mejor manera que conocía. Esas eran las cosas del cielo; lo que sucedió fue nada menos que tanto él como los hombres que le siguieron renovaron el arte de Europa y agraciaron al mundo con sus construcciones más nobles, pensadas para todos los hombres, mujeres y niños, porque estaban pensadas para Dios en primer lugar.

Cuando falleció Suger, San Bernardo nos regaló un epitafio que era tan idóneo como sincero. En una carta a su gran amigo el papa Eugenio, dijo "Si hay algún vaso precioso adornando el palacio del Rey de Reyes, es el alma del venerable Suger". Aspiremos también nosotros a ser arte para Dios.

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Agradecimiento

MagnificatAnthony Esolen. "How the Church Has Changed the World: For God is Light." Magnificat (abril de 2015).

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Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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