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Cinco paradojas de la revolución sexual: parte II

  • MARY EBERSTADT

Una tercera paradoja se convirtió en la telenovela de los medios de comunicación de nuestra época, una historia que dice así: Se suponía que la revolución iba a empoderar a las mujeres. 


Una tercera paradoja

dreamofloveEn cambio, marcó el comienzo de los escándalos sexuales seculares de 2017, etc. Y el movimiento #YoTambién. Además del hecho que hizo más difícil lograr el matrimonio para muchas mujeres, también permitió la depredación sexual a una escala nunca vista fuera de ejércitos conquistadores.

Tomen como ejemplo a Hugh Hefner, fundador de Playboy, quien murió el año pasado. Su imperio comercial se basó, por supuesto, en fotos pornográficas de una gran cantidad de mujeres. Se hizo a sí mismo un ejemplo de su propia supuesta filosofía (la filosofía de Playboy de tragos sofisticados y música y, naturalmente, sexo fácil). Fue una idea que tuvo éxito muy rápido, y parece seguro conjeturar que la mayoría de las personas no conocían la sórdida verdad, que luego surgiría de la mansión Playboy y de otros lugares, acerca de la explotación detrás de la hábil campaña publicitaria.

Sin embargo, cuando Hefner murió, muchos progresistas, incluidas las supuestas feministas, llenaron de elogios al apóstol de la revolución. ¿Por qué? Porque ocultó sus propósitos depredadores bajo el lenguaje del progresismo sexual. Como un escritor de Forbes resumió la crónica, «Playboy publicó su primer artículo en apoyo a la legalización del aborto en 1965, ocho años antes de que la decisión de Roe v. Wade permitiera la práctica, y hasta antes de que el movimiento feminista se aferrara a la causa. También publicó las líneas telefónicos a las que las mujeres podían llamar para conseguir abortos seguros».

En otras palabras, el apoyo de Hefner a estas causas aparece estrechamente atado al deseo de vivir de una manera que explotaba a las mujeres. Esta misma unión siamesa liga a muchos de los escándalos sexuales seculares que estallaron en las noticias. Las historias de Weinstein, etc. revelaron el mismo papel estratégico protagonizado por el aborto para la gran cantidad de hombres que cosifican a las mujeres y desdeñan a la monogamia. Sin el plan de contingencia del asesinato fetal, ¿dónde estarían esos hombres? En los tribunales, por supuesto, y pagando grandes sumas de cuota alimentaria.

Más y más pensadores, aun fuera de la esfera religiosa, llegaron a la misma conclusión. La revolución sexual no cumplió sus promesas a las mujeres; en cambio, habilitó a los hombres todavía más, en especial a los que no tenían las mejores intenciones. Francis Fukuyama, un científico social no religioso, escribió casi veinte años en su libro La gran ruptura de 1999: «Uno de los mayores fraudes perpetrados durante la gran ruptura fue la noción de que la revolución sexual fue de género neutro, que beneficiaba a las mujeres y hombres por igual… De hecho sirvió a los intereses de los hombres, y al final puso límites nítidos a los beneficios que, de otro modo, las mujeres podrían haber pretendido de su liberación de los roles tradicionales».

Con aquella observación, Fukuyama se une a una larga y creciente lista de pensadores no religiosos que ahora pueden comprender de forma más clara, en retrospectiva, lo que algunos dirigentes religiosos dijeron todo el tiempo. La revolución, en efecto, democratizó a la depredación sexual. Ya no hacía falta ser un rey o un amo del universo en algún otro reino para abusar sexualmente o acosar mujeres de manera incesante y serial. Solo se necesitaba un mundo en el cual se daría por sentado que muchas mujeres usarían anticonceptivos, y que además no contarían con la protección masculina. En otras palabras, todo lo que se necesitaba era que la revolución llegara al mundo.

Una cuarta paradoja

Apenas se investigó una cuarta paradoja, al menos no en forma sistemática, y es necesario hacerlo: el efecto de la revolución en el cristianismo mismo. Mirar hacia atrás a lo largo de las décadas es entender que la revolución fue, simultáneamente, polarizando a las iglesias en su interior, y creando vínculos más estrechos que nunca entre algunas denominaciones diferentes.

Durante décadas, los comentaristas debatieron acerca de lo que «los sesenta» significaron para las iglesias. Algunos le dieron la bienvenida a las innovaciones del Vaticano II, por ejemplo; otros aclamaron las transformaciones teológicas radicales del evangelismo tradicional. Aun así, otros condenaron estos cambios. En el lugar en que se encontraran, sin embargo, los observantes del cristianismo hoy descubrieron una realidad central ineludible. La revolución sexual es el tema más divisorio que ahora afecta a la fe misma.

Esto es verdad sea uno católico o protestante. En 2004, A Church at War, de Stephen Bates, un libro acerca de la comunión anglicana, resumió la discusión en su contratapa: «¿La política del sexo desgarrará a los anglicanos y a los episcopalianos?» Unos pocos años después, al escribir acerca del mismo tema en Mortal Follies: Episcopalians and the Crisis of Mainline Christianity, William Murchison concluyó con esta observación: «Para los episcopalianos, como para un gran número de otros cristianos, los temas fundamentales son el sexo y la expresión sexual, la cultura no ve a ninguno como un medio para un fin más grande sino como el verdadero fin».

En su libro Onward de 2015, Russell Moore reflexionó sobre la tensión entre los progresistas evangelistas y tradicionalistas de esta manera: «en lo que respecta a la religión en Estados Unidos en la actualidad, el progreso siempre termina siendo el sexo».

Como en nuestros otros ejemplos, parece seguro afirmar que la división de hoy no era nada que los cristianos de la década de 1960 quisieran adoptar. Aquellas voces dentro de las iglesias hace décadas que solo querían que el cristianismo «se relajara» no sabían lo que estaban iniciando, que es la guerra civil metafórica de la actualidad, en distintas denominaciones, dentro de la propia fe.

Una quinta, y por ahora, última paradoja

La revolución sexual no se detuvo en el sexo. Lo que muchas personas pensaban que sería una transformación privada de las relaciones entre individuos resultó en la reconfiguración radical de no solo la vida en familia sino la vida misma, punto.

Quizás el efecto menos comprendido de la revolución es lo que podría llamarse las implicaciones macrocósmicas, la forma en la cual continúa transformando y deformando no solo a los individuos sino también a la sociedad y la política.

Algunos de estos cambios son demográficos: en gran parte del mundo desarrollado, las familias son más pequeñas y más divididas en su interior que nunca antes en la historia.

Algunos efectos son políticos: Familias más pequeñas y más fracturadas ejercen una presión sin precedente en el estado de bienestar de occidente, al reducir la base impositiva para mantenerlo.

Hay, asimismo, efectos sociales que recién se están comenzando a conocer, como el brusco incremento en la cantidad de personas que viven solas, o que se informa que redujeron notablemente el contacto humano, o en otras mediciones que componen el floreciente campo de los «estudios de la soledad»; y esto también ocurren en los países de occidente.

Luego se encuentran las consecuencias espirituales, las que no se podrían haber anticipado en los sesenta, en especial por aquellos que sostenían que algo acerca de un cambio en el paradigma moral para los cristianos de alguna manera los ayudaría a ser mejores cristianos.

Argumenté en otra parte que la revolución también dio lugar a una nueva fe secularista y cuasi religiosa, el conjunto más fuerte de creencias rivales desde el marxismo-leninismo. De acuerdo con esta nueva fe, los placeres sexuales son el mayor bien, y no hay un claro estándar moral más allá del consentimiento entre adultos y lo que deseen hacer uno con otro. Sean o no conscientes de ello, muchas personas modernas tratan a la revolución sexual como cimientos religiosos imposibles de rever, sin importar las repercusiones que haya provocado.

Estos son solo algunos ejemplos del nuevo mundo que necesitan ser dados a conocer y que absorberán la atención intelectual por un largo tiempo. Deberíamos tener esperanzas acerca de aquellos futuros esfuerzos. Después de todo, llevó más de cincuenta años para que las opiniones se realinearan sobre solo una parte del legado negativo de la revolución. Puede tomar cincuenta más, o cien, para una explicación completa y honesta en lo empírico e intelectual. El pensamiento revisionista con respecto de los efectos de la revolución en el mundo apenas recién comenzó.

En conclusión, un pensamiento para terminar. Una vez, el gran escritor ruso Leo Tolstoy fue enviado por un periódico para informar lo que ocurría en un matadero local. Lo que allí vio lo movilizó profundamente. Su posterior descripción incluía una línea inmortal que creo está ampliamente relacionada con nosotros en la actualidad. Luego de transmitir la realidad, Tolstoy observó con una sencillez devastadora, «No podemos hacer de cuenta que no conocemos estas cosas».

Exactamente aquí es en donde la humanidad se encuentra en 2018 con respecto de la revolución sexual. Ya no podemos hacer de cuenta que no conocemos estas cosas, las que la revolución hizo.

En la excitante década de 1960, muchos podían alegar desconocimiento, de buena fe, acerca de los efectos secundarios que habría. Pocos podrían haber sospechado cuántos millones de niños en generaciones venideras crecerían sin padres en el hogar, por ejemplo; o cuántos millones más serian abortados; o cuántos hombres y mujeres por igual de hogares rotos sufrirían de diversas maneras, por ejemplo, recurriendo a las drogas —seguramente hay mucho más detrás de la epidemia opioide que el simple marketing— y otros comportamientos autodestructivos.

Muchas personas, solo medio siglo atrás, esperaban que la revolución no tuviera daño humano colateral. Para ser justos con ellos: ¿Quién, en aquel entonces, podría haber previsto la biblioteca de ciencia social creada en los últimos cincuenta años, que demuestra solo una parte del daño humano entre los hombres, mujeres y niños de la revolución?

Algunas personas cincuenta años atrás hasta tenían la esperanza de que las nuevas libertades, y controles tecnológicos, brindarían estabilidad al propio matrimonio. La encíclica papal de 1968 Humanae Vitae, la que también cumplió su 50 aniversario este año, se volvió muy odiada durante décadas precisamente por predecir otra cosa, por insistir que la revolución heriría al romance y la familia, y terminaría autorizando a hombres depredadores y gobiernos malvados.

Es una paradoja dentro de una paradoja en este momento que gran cantidad de personas, incluido el interior de la propia Iglesia católica, hayan resistido enérgicamente el rechazo a la revolución por parte de Humanae Vitae —o por ende, cualquier rechazo de la revolución— a pesar de toda esta evidencia, aun en algunos lugares muy altos.

En 2018, ¿alguno de nosotros, en buena fe, puede hacer de cuenta que no conocemos estas cosas que el propio empirismo documentó? La respuesta tiene que ser no.

En 1953, cuando el primer ejemplar de Playboy llegó a los quioscos de revistas, muchos habrían querido creer su propaganda acerca de realzar la sofisticación y urbanidad de los hombres estadounidenses. En 2018, no podemos hacer de cuenta que la incorporación de la pornografía no fue sino un desastre para el romance y un principal impulsor de los divorcios de hoy en día y otros rompimientos.

En 1973, hasta los que apoyaban a Roe vs Wade no podrían haber imaginado la evidencia que se presentaría: unos 58 millones de micro humanos no nacidos en los Estados Unidos; y la aniquilación del género, o el asesinato selectivo de micro niñas por ser justamente niñas, en diversas naciones en el mundo, contadas en millones. Ni tampoco se podrían haber imaginado el salto tecnológico que descubriría la verdad sobre el aborto de una vez por todas: la ecografía.

¿Es posible que hoy en día los defensores de Roe puedan manifestar el mismo desconocimiento?

Enfrentar la realidad como es debido, y utilizarla para contar una historia verdadera, no es simplemente emitir una jeremiada: es empoderar. Rechazar vivir bajo las falsedades acerca de la revolución, aun si se convirtieron en la narrativa dominante de la época, es abrazar la libertad de escribir una nueva narrativa, y una más verdadera.

Solo se necesita un paso hacia la revisión del legado de la revolución en la dirección de la verdad: dejar de hacer de cuenta que no conocemos el registro empírico e histórico, cuando cada año precisamente se revela tanto a la ciencia como a la razón humana, más y más.

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Agradecimiento

eberstadtMary Eberstadt. "Cinco paradojas de la revolución sexual: parte II". The Catholic Thing (4 marzo, 2018). 

Reimpreso con el permiso de The Catholic Thing. Todos los derechos reservados. Para derechos de reimpresión, escribir a: info@thecatholicthing.org.  

Sobre El Autor

eberstadt3smeberstadtaesmMary Eberstadt es miembro e investigadora principal del Faith and Reason Institute. Algunas de sus columnas anteriores en The Catholic Thing (y de otros que comentan su trabajo) pueden ser leídas aquí. Es autora de varios libros incluidos Adán y Eva luego de la píldoraIt's Dangerous to Believe y How the West Really Lost God.

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