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Cinco paradojas de la revolución sexual, parte I

  • MARY EBERSTADT

Los académicos difieren en sus definiciones de la revolución sexual, pero aquí hay una fórmula directa y sin controversias. 


Contraceptive PillsLa «revolución» se refiere a los cambios en el comportamiento sexual y las costumbres luego de la amplia adopción y aprobación de métodos anticonceptivos confiables desde hace más de medio siglo. Lo que primero la disparó fue la pastilla anticonceptiva, aprobada por la FDA en 1963, y de uso generalizado en la población a partir de entonces. Lo segundo fue la legalización del aborto a pedido en 1973 por medio de Roe versus Wade, un adelanto que la autorización de la píldora hizo inevitable. Los anticonceptivos modernos y el aborto legalizado no solo cambiaron el comportamiento sino las actitudes. En el mundo, la tolerancia social al sexo fuera del matrimonio en todas sus formas se incrementó junto con estos otros cambios, por motivos lógicos que mencioné en otros sitios, incluido mi libro Adam and Eve after the Pill [Adán y Eva luego de la píldora].

Con excepción de Internet, es difícil pensar en cualquier otro fenómeno desde la década de 1960 que haya reestructurado a la humanidad en todo el mundo de forma tan profunda como esta revolución en particular. Algunas de las crónicas resultantes son muy conocidas, de hecho: hace cuatro años, en el 50 aniversario de la aprobación de la pastilla de control de la natalidad, hubo una catarata de comentarios y reflexiones, la mayoría de ellos en un tono positivo. La revolución, reivindicaba —y aclamaba— la revista TIME y la mayoría de otras fuentes seculares, había puesto en igualdad de condiciones en el mercado económico a los hombres y las mujeres por primera vez en la historia; le había conferido una libertad a las mujeres que nunca antes habían conocido.

Todo eso es cierto, hasta aquí. Sin embargo, hay otro lado de las crónicas que la mayoría en una sociedad saturada con los placeres de la revolución pasó por alto en general. Con cada año que pasa, se suma más evidencia que algún día deberá cambiar ese argumento predominante y feliz. Con ese fin en miras, me gustaría discutir cinco maneras en la cual la revolución reconfiguró la realidad humana como la conocemos, cinco aparentes paradojas que apuntan al poder de la revolución, en particular, a su impresionante poder destructivo.

Comencemos con una pequeña historia que plasma la escala de cambio. Crecí en una serie de pequeñas ciudades desperdigadas en el hermoso e imponente norte de Nueva York. Al norte del Hudson River Valley, otro planeta a comparación de la ciudad de Nueva York, en el área que se conoce como la región Leatherstocking porque el autor James Fenimore Cooper sitúa allí sus clásicas historias estadounidenses. Esta era y todavía es, un paraje rural obrero. Era el tipo de lugar donde, en la década de 1960, más muchachos fueron a Vietnam que a la universidad. De muchas maneras, gran parte de esta área todavía es igual con una sola enorme excepción, a la que llamaremos el tema familia.

En los sesenta, la mayoría de los hombres de este lugar trabajaban como peones, principalmente en granjas o en plantas procesadoras de cobre y plata. Muchas mujeres, si estaban casadas, se quedaban en sus casas. La mayoría de las familias todavía estaban intactas (fueran o no religiosas). Este lugar no era en particular practicante; la mayor parte de los residentes eran protestantes tradicionales, menos del 10 por ciento eran católicos y las iglesias locales no desbordaban con feligreses los domingos.

Uno de mis recuerdos más duraderos de aquellos años: En 1972, solo meses antes de la legalización del aborto, una adolescente que vivía en mi calle quedó embarazada. El padre del bebé era un joven soldado, que hacía poco había vuelto de la guerra. Los chismosos del lugar estaban indignados porque el muchacho no quería casarse con la chica. En aquellos días, eso era considerado escandaloso. Aunque una novia embarazada no era algo fuera de lo común, aun las novias adolescentes, los novios que no querían casarse con ellas eran objeto de oprobio. Por lo tanto, los rumores comenzaron, y no para bien.

Finalmente, la muchacha tuvo el bebé en otro lugar, seguido luego por una adopción. Ella volvió y terminó la secundaria, hasta donde sé, sin estigma social. No obstante, el estigma que sí permanece en la memoria fue el otro: contra el novio. La idea de que debería haber asumido la responsabilidad, lo que la mayoría de los adultos en esa época y lugar creían, es una idea que se desvaneció en el viento de la revolución.

Ahora avancemos unos veinte años. A principios de la década de 1990, volví y me encontré con una antigua profesora. Ella estimaba que entre los 200 alumnos de último año de la secundaria, alrededor de un tercio de las chicas estaban embarazadas. Ninguna estaba casada y sin duda había otros embarazos aparte de los visibles; también se rumoreaba que varias chicas habían abortado.

Estas son las conclusiones. De un embarazo escandaloso en una escuela secundaria rural en los setenta a muchos embarazos no escandalosos en esa misma escuela en los noventa: esa es una instantánea que muestra la manera en que la revolución sexual transformó el mundo.

Lo que nos lleva a la primera de varias paradojas acerca de esa revolución:

Primera paradoja

 Si los fundamentos de la revolución era la disponibilidad de control de la natalidad barato y confiable, ¿a qué se debe el aumento sin precedente de los abortos y de los embarazos fuera del matrimonio?

Esta es una pregunta de suma importancia. Después de todo, cuando la anticoncepción se volvió común, muchas personas de buena voluntad la defendían precisamente porque pensaban que volvería obsoleto al aborto. Margaret Sanger es un ejemplo prominente. Calificaba de «bárbaro» al aborto y argumentaba que la anticoncepción lo borraría del mapa. Planned Parenthood la llamó su santa patrona. Ella manifestaba lo que parecía una opinión con sentido común: la anticoncepción confiable prevendría el aborto. Una gran cantidad de personas, antes y después de los sesenta, creían lo mismo.

No obstante, el registro empírico desde esa época muestra que su lógica estaba equivocada: los índices de anticoncepción, aborto y nacimientos fuera del matrimonio se dispararon en simultáneo.

Hace veinte años, un grupo de economistas explicaron con admirable claridad la dinámica de estos incrementos coincidentes:

Antes de la revolución sexual, las mujeres tenían menos libertad, pero se esperaba que los hombres asumieran la responsabilidad de su bienestar. Las mujeres de hoy tienen más libertad de elección, pero los hombres se han permitido una opción comparable. «Si ella no desea tener un aborto o utilizar anticonceptivos», el hombre puede razonar, «¿por qué debería hacer el sacrificio de casarme?». Al hacer que el nacimiento del niño sea la elección física de la madre, la revolución sexual hizo que el matrimonio y los alimentos del hijo sean una opción social del padre.

En otras palabras, la anticoncepción llevó a más embarazos y abortos porque socavó el denominado matrimonio forzoso, o la idea de que los hombres tenían igual responsabilidad por un embarazo no planeado.

Otra teoría interesante acerca de por qué la anticoncepción no logró prevenir el aborto proviene de Scott Lloyd en un artículo del National Catholic Bioethics Quarterly. Utilizando investigaciones y estadísticas de la industria misma del aborto, él (como otros) argumenta que los anticonceptivos conducen al aborto, no solo en casos individuales, por supuesto, sino de manera repetitiva y fidedigna como fenómenos sociales idénticos:

La conclusión es esta: los anticonceptivos no funcionan como se los promociona, y su falla es la base de los pedidos de aborto. La anticoncepción permite los encuentros sexuales y las relaciones que no habrían sucedido sin ella. En otras palabras, cuando las parejas la utilizan, aceptan tener sexo cuando el embarazo sería un problema. Esto conduce a desear un aborto.

Hay otros esfuerzos en la ciencia social, y en otros lados, para explicar esta misma paradoja; pero el aspecto más importante sigue vigente: en contra de lo que una mayoría hubiera sido capaz de pronosticar en los sesenta, tanto el aborto como los embarazos no planeados proliferaron, a pesar de los anticonceptivos.

Muchas personas presentes en la creación de la revolución no podrían haber anticipado sus consecuencias paradójicas. Con buena fe, tenían la esperanza de que la humanidad dominaría estas nuevas tecnologías y que resultarían bienes sociales. No obstante, aquellos que vivimos en esta época, con un marcado contraste, poseemos un caudal de evidencia empírica acumulada por décadas, y podemos ver por medio de ciencia social perfectamente secular que el cuento de la revolución dio un oscuro giro.

Segunda paradoja

Se suponía que la revolución sexual liberaría a las mujeres. Sin embargo, al mismo tiempo, se volvió más difícil conseguir lo que la mayoría de las mujeres dicen que quieren: matrimonio y familia.

Esta no es una forma sesgada de explicar el asunto. Las mujeres de ambos lados del espectro político concuerdan en que casarse y vivir en pareja por el resto de la vida se volvió más difícil de lo que solía ser. Esta es una razón por la que tenemos vientres subrogados pagos y congelamiento de óvulos; en este último caso, con el apoyo entusiasta del mundo empresarial estadounidense. El propósito de estas innovaciones —aparte del beneficio corporativo de carreras profesionales sin interrupciones— es extender el horizonte de la fertilidad natural, para que las mujeres sean más libres de permanecer en el trabajo y tener tiempo de encontrar marido y familia. Lo que se pretende —así como el razonamiento detrás de la anticoncepción generalizada y el aborto a pedido— es empoderar a las mujeres, ponerlas en control.

Sin embargo, paradójicamente, muchas mujeres se encuentran con menos probabilidades que nunca de contraer matrimonio, permanecer casadas y tener una familia, todo lo cual la vasta mayoría de ellas todavía describe como su objetivo más preciado. Su preocupación resuena en los medios y en las redes sociales, en titulares como «Ocho razones por las cuales las mujeres de Nueva York no pueden encontrar marido» (New York Post); o «Por qué las mujeres universitarias no pueden encontrar el amor» (The Daily Beast); o muchas otras historias que se preocupan por las mujeres de hoy y la cuestión del matrimonio.

Los economistas destaparon la realidad detrás de estos temores, todos efectos colaterales de la revolución. En su libro Cheap Sex: The Transformation of Men, Marriage, and Monogamy, el sociólogo Mark Regnerus utilizó las herramientas de la economía para explicar el mercado sexual posrevolucionario, con el apoyo de un suministro formidable de nueva información.

La esencia de su argumento es el siguiente:

Para gran cantidad de mujeres, pareciera que los hombres tienen miedo al compromiso, pero los hombres, en general, no sienten eso. El tema es que los hombres están en el asiento del conductor en el mercado matrimonial y tienen una posición óptima para navegarlo de una manera que privilegia sus intereses y preferencias (sexuales).

En otras palabras, la misma fuerza que socavó el matrimonio forzoso pasó a empoderar a los hombres, no a las mujeres.

Uno de los economistas que Mark Regnerus citó, Timothy Reichert, escribió un análisis similar de la revolución, «Bitter Pill» [Píldora Amarga], en First Things. Reichert argumentaba utilizando información de los sesenta en adelante que «la revolución dio como resultado una redistribución masiva de riqueza y poder de las mujeres y los niños a los hombres». También especifica: «En términos más técnicos, la anticoncepción artificial establece lo que los economistas llaman un juego de «dilema del prisionero», en el cual se induce a cada mujer a tomar decisiones de manera racional que finalmente la dejan a ella, y a todas las demás, en peor situación».

Por supuesto, aquí no hablamos de los movimientos expresamente contraculturales y de las comunidades que desde la década de 1960 se unieron para oponerse a la revolución. En cambio, el foco está puesto en la narrativa cultural activa en distritos no religiosos, las clases de lugares en donde en verdad no se considera a la revolución como un problema. (Aún).

Además, en ese mundo, que ahora es la corriente cultural dominante, el hecho de que muchos hombres no se establezcan, contraigan matrimonio y tengan familia es una preocupación permanente e inquietante. Es el motivo por el que en los ochenta se acuñó la frase «síndrome de Peter Pan». Es la razón por la cual «dificultad para despegar» es un término común en la actualidad y la causa por la que se utiliza el concepto de «adolescente tardío».

Todas estas incorporaciones a la lengua vernácula tienen el mismo origen, el cual es un menor incentivo a casarse para los hombres debido al saturado mercado sexual de parejas potenciales: «sexo fácil», como se denomina en el título. Este resultado, asimismo, no es lo que previeron las personas que aclamaban la revolución en los sesenta. También hubo otros.

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Agradecimiento

eberstadtMary Eberstadt. "Cinco paradojas de la revolución sexual, parte I". The Catholic Thing (22 febrero, 2018). 

Reimpreso con el permiso de The Catholic Thing. Todos los derechos reservados. Para derechos de reimpresión, escribir a: info@thecatholicthing.org.  

Sobre El Autor

eberstadt3smeberstadtaesmMary Eberstadt es miembro e investigadora principal del Faith and Reason Institute. Algunas de sus columnas anteriores en The Catholic Thing (y de otros que comentan su trabajo) pueden ser leídas aquí. Es autora de varios libros incluidos Adán y Eva luego de la píldoraIt's Dangerous to Believe y How the West Really Lost God.

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