Menu
A+ A A-

La batalla que los Evolucionistas comenzaron

  • JANINE LANGAN

Tras la declaración del Papa Juan Pablo II en 1996 en la que afirmaba que la teoría de la evolución es "más que una simple hipótesis", los periódicos de todo el mundo publicaron artículos en los que aseveraban, erróneamente por cierto, que la Iglesia había finalmente recapacitado y dejado de oponerse a la teoría.


JPIIEn mayo de 1982, esa misma academia había llegado a la conclusión de que una "gran cantidad de pruebas hace que la aplicación del concepto de la evolución al hombre y a los otros primates sea absolutamente indiscutible". Incluso en 1871, un biólogo católico, San George Jackson Mivart, desató la cólera del biólogo Thomas Huxley al sostener que la evolución era perfectamente compatible con el pensamiento de la Iglesia, utilizando citas de San Agustín y del teólogo jesuita Francisco Suárez para respaldar sus dichos. La respuesta de Huxley fue reveladora: "Nadie puede ser un verdadero hijo de la iglesia y un fiel soldado de la ciencia a la vez".

La Iglesia Católica apostólica y romana nunca hizo una campaña en contra de los descubrimientos científicos sobre la evolución. Se opuso coherentemente a ciertos aspectos de la interpretación que científicos y divulgadores hicieron de la misma, reduciendo el advenimiento de la vida inteligente a la intervención del azar y ligando el éxito de la humanidad a la ley del más fuerte.

La controversia cobró nueva vida en los años ochenta, cuando Jacques Monod se hizo acreedor al premio Nobel de medicina. El señor Monod popularizó la noción de que el azar era la explicación dominante que tiene el mundo tal como lo conocemos. Francois Jacob, que compartió el premio Nobel con él, estaba verdaderamente en desacuerdo con lo que llamó una "exageración animista del rol del azar". Investigaciones posteriores han logrado impresionar a un grupo más numeroso de físicos, astrónomos y biólogos con la estupenda serie de coincidencias que hubieran sido necesarias para hacer posible la vida tal como la conocemos. Sin embargo, a la mayoría de las personas en general les resulta más fácil pensar que todo se debió al azar. Esto socavó todo tipo de argumento respecto del sentido del universo o del propósito de la vida humana en sí misma. Sin propósito, no hay responsabilidad.

Cabe tener en cuenta que el mismo Charles Darwin ya había dado interpretaciones antirreligiosas a sus propios descubrimientos. No existía, según él, la necesidad de un creador, como así tampoco la presión que tienen los seres humanos de vivir según una moralidad preconcebida. Como tenía fama de hablar en broma, sus teorías debían ser correctas, ya que ellas le permitían relajarse ante la posibilidad de que algunos de sus mejores amigos pudieran terminar en el infierno.

Incluso en 1871, un biólogo católico, San George Jackson Mivart, desató la cólera del biólogo Thomas Huxley al sostener que la evolución era perfectamente compatible con el pensamiento de la Iglesia, utilizando citas de San Agustín y del teólogo jesuita Francisco Suárez para respaldar sus dichos.

Existe otro aspecto problemático en torno al evolucionismo desde el punto de vista de las iglesias: no se trata de la información que recopiló Darwin, sino de cómo insistió en explicar la relación de los hechos a la luz de la selección natural. Podría resultar conveniente para algunos olvidarse de que el título completo de su obra El origen de las especies haya sido El origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. La evolución sirvió en gran medida para ensalzar la teoría de la ley del más fuerte, tomándola como una forma saludable y natural de abordar la vida. No es casualidad que el capitalismo crudo prosperara en los rescoldos de la teoría de Darwin; que poco después se creyera que una raza superior conquistaría el mundo; que el nazismo compartiera la arena política creyendo que la guerra de clases abriría camino al paraíso social.

Hoy en día muy pocos científicos siguen reduciendo la evolución a la visión gradualista del darwinismo ortodoxo. Difícilmente pueda echarse la culpa a las iglesias por haberse mostrado reacias al cuadro "científico" de la historia de la vida como sangre en los dientes y en las garras, tal como los evolucionistas querían que sus contemporáneos la vieran. Sus consecuencias morales fueron demasiado horrendas.

 La política oficial de la Iglesia Católica siempre ha sido que la religión nunca puede contradecir hechos científicos comprobados. Incluso Bellarmino, el discípulo devenido en oponente de Galileo, aclaró que "si hubiera una verdadera demostración de que el sol está en el centro del universo... entonces sería necesario tener mucho cuidado al explicar los pasajes de las escrituras que parecen contrarios y deberíamos más bien decir que no comprendimos antes que aducir que algo que se ha demostrado es falso. Sin embargo, no creo que exista una demostración semejante".

Los evolucionistas, y no las iglesias, dieron el primer impulso a la controversia en torno a la evolución. Insistieron en el concepto de que la evolución y la religión eran enemigos mortales. La defensa que hizo Huxley del libro Origen de Darwin lo pone de manifiesto: "En la cuna de toda ciencia yacen teólogos extinguidos, como las serpientes estranguladas junto a [la cuna de] Hércules." Huxley, John Tyndall, Herbert Spencer, Clifford Galton y sus aliados positivistas hicieron una campaña infatigable para que Inglaterra se convirtiera al naturalismo científico. El objetivo de los evolucionistas fue claro: reemplazar al clero en su rol de nuevos líderes de la cultura inglesa. En 1868, una revista científica lo dijo sin rodeos: "El hacer valer los derechos de la ciencia ante el publico en general... garantiza(ría) a sus seguidores la adecuada necesidad de recompensa y distinción social". Su señuelo fue la relación íntima que tiene la ciencia con el éxito comercial y las comodidades de la vida diaria.

Hoy en día, la marea podría estar cambiando. Los científicos ya no vinculan a la evolución con intervenciones reduccionistas del azar o con la simple selección natural. El enfoque en torno a la "ley del más fuerte" nos ha costado el siglo más sangriento de nuestra historia; cada vez más se reconoce que el concepto de que la ciencia desafía a la fe en la revelación bíblica es poco sofisticado. En sus recientes declaraciones, el Papa no "hizo las paces con la evolución", como lo sostienen la mayoría de los periódicos, sino que simplemente nos recordó que la Iglesia y la verdad científica sólo pueden estar en paz. 

dividertop

Agradecimiento

Janine Langan, "The Quarrel the Evolutionists Started", Globe & Mail, 24 de junio de 1996.

Reimpreso con el permiso de Janine Langan.

Sobre El Autor

Janine Langan es Profesora William J. Bennett de Cristiandad y Cultura, St. Michael's College, Universidad de Toronto. La doctora Langan forma parte del comité asesor del Centro de Recursos para la Educación Católica.

Copyright © 1997 Janine Langan
back to top