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Y Dios vio que esto era bueno

  • ANTHONY ESOLEN

"Cuando quiera que se detengan", dijo el sacerdote, "tiraré de la soga una vez. Daré dos tirones para que me bajen y tres tirones para que me suban. ¿Estamos listos?"


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kircher1Athanasius Kircher, S.J.
1602-1680

"Sí, padre", dijo su joven ayudante, al tiempo que ahí nomás emergían volutas de humo sulfuroso de la tierra.  No podían evitar pensar que su maestro estaba a punto de descender a los infiernos.  La tierra a su alrededor era gris e irregular, como lodo congelado en forma de tiestos y puñales. Destruyó las suelas de sus zapatos.  Se escuchó un estruendo que venía desde abajo, pero el maestro era como un niño que hacía un paseo al país de las maravillas.  Sus armas eran sus ojos y su mente, algunas herramientas de medición que inventó y papel y lápiz para anotar sus observaciones.

Athanasius Kircher, el jesuita erudito, se trepó a la canasta de mimbre.  Estaba en la flor de la vida, bronceado y musculoso gracias a sus viajes infatigables e investigaciones científicas.  "Bien, muchachos", dijo, "bájenme".  Y sus compañeros lo bajaron al interior del cráter amenazador del Monte Vesubio, pero  ellos estaban acostumbrados a las excentricidades del padre Kircher.  Navegó hasta Sicilia para inspeccionar el elevadísimo y siempre agitado Etna y a la isla volcánica de Estrómboli, que había entrado en erupción hacía poco.  Luego sintieron un único tirón en la soga e interrumpieron el descenso del canasto, trabando las poleas.  "Nada de lo que se encuentra en el mundo de Dios debe escapar a nuestros ojos y nuestro asombro", solía decir el padre Kircher con el brillo en los ojos propio de un niño.  Sin embargo, a pesar de la riqueza de su saber -en idiomas antiguos y orientales, medicina, astronomía, filosofía, matemática, óptica y geología- su devoción era simple.  "Algún día", decía, "construiré un gran santuario en honor a la Madre de Dios", pero eso no sucedería por muchos años.

Entre tanto, sus compañeros jesuitas le enviaban muestras de plantas y huesos de todas partes del mundo, que él coleccionaba y analizaba, junto con los huesos de un mamut que él mismo había encontrado en Sicilia.  Estos artículos aún pueden apreciarse en el museo que fundó en el Colegio Romano.

Todas las criaturas de nuestro Dios y Rey

No debería sorprendernos que muchos de los científicos más talentosos de la historia, desde el padre Roger Bacon (el químico medieval) hasta el padre Gregor Mendel (el hombre cuyo humilde trabajo botánico lo hizo acreedor del derecho a ser llamado padre de la genética) hasta el padre George Lemaître (el astrofísico a quien le debemos la teoría del Big Bang) estuvieron asociados con la Iglesia.  Que nos sorprenda no se debe a la desconfianza que la Iglesia siente por la ciencia, ya que siempre ha promocionado enérgicamente el estudio del mundo natural, sino que a la intolerancia que se generó en la autodenominada Ilustración y que es aceptada incluso hoy en día por personas que no conocen su historia y que algunas veces desprecian profundamente a la Iglesia por motivos que no tienen nada que ver con el sol ni con las otras estrellas.  El hueso del mastodonte es un arma lista para usar que sirve para asestar golpes en la cabeza de la Iglesia, y eso es todo.

Sin embargo, podemos encontrar la razón profunda que explica la amistad que la Iglesia tiene con la ciencia natural en el Génesis y en el Evangelio de Juan.  Dado que Dios al principio creó todas las cosas y dijo que cada una de ellas era buena, y que el mundo en su conjunto era muy bueno.  Lo primero que creó no fue el lodo o alguna otra cosa sin forma y despreciable, sino que creó la luz - la cosa más inmaterial que conocemos, completamente bella en sí misma y reveladora de la belleza de las otras cosas.  Podríamos decir que las primeras palabras de la creación "que se haga la luz" fueron como las primeras palabras que le dijo a Moisés en el Monte Sinaí: "Yo soy el Señor, tu Dios".  Es Dios, impartiendo una medida de su ser a todas las cosas; su verdad y belleza y su bondad.  San José lo entendió y recibió la inspiración del Espíritu Santo para ofrecernos una manera más completa de ver la creación:

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba
junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella
no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la recibieron.

Estudiar la creación en el amor es honrar la Palabra, el poder de Dios y la sabiduría de Dios, a través de quien se hicieron todas las cosas.  Es buscar la luz.

Dirigirnos a algún lugar

Me atrevería a decir que sin la Iglesia, la ciencia tal como la conocemos no se hubiera desarrollado.  No fue un accidente.  Los árabes eran inteligentes e hicieron muchos aportes a la medicina, matemática y astronomía, pero se encontraban bajo la influencia provisoria de lo que, para los que creen en el Corán, debía continuar siendo una filosofía griega esencialmente extranjera.  No creían en un mundo ordenado, ya que Alá podía llamar orden al desorden o podía llamar malo a lo bueno, y así sería.  Sus aportes en los últimos ochocientos años fueron mínimos.  Los chinos eran inteligentes y no hay dudas de que creían en el orden, pero se trata de un orden estático, frio e intemporal.  El mundo no se dirigía a ningún lugar y ello los privaba del entusiasmo de hacer un gran uso de sus descubrimientos.  Estudiar medicina no era servir a los dioses ni atender a Jesucristo presente en nuestros hermanos, sino que era servir a un emperador o a sus funcionarios.  Podríamos decir, para ampliar un poco, que los chinos inventaron la dinamita, pero no hicieron nada dinámico con ella.

Me atrevería a decir que sin la Iglesia, la ciencia tal como la conocemos no se hubiera desarrollado. No fue un accidente.

No obstante, los judíos y cristianos no sólo creían en un mundo ordenado y hermoso, sino que en un mundo providencial con un comienzo y un final, un objetivo, en el misterioso Reino de Dios del que testifican los profetas.  Esos profetas no son oráculos griegos, que esconden enigmática y malévolamente su conocimiento acerca de lo que le sucederá a un Edipo o a un Creso.  Son portavoces del Dios providencial, entonces cuando hablan de los tiempos que vienen, hablan de arrepentimiento y de volver a Dios, y de un mundo renovado, un tiempo más allá del tiempo, cuando todo se transformará, como dice San Pablo, "en un instante, en un abrir y cerrar de ojos".

Esos mismos profetas eran muchas veces hombres comunes.  No eran filósofos que abandonaban el trabajo para contemplar los cielos con sus amigos.  Amos era cultivador de sicómoros.  Elías llamó a Eliseo cuando estaba arando. Juan el Bautista, vestido con una piel de camello y que se alimentaba con miel y langostas, era un vozarrón en el desierto.  Nuestro Señor era carpintero.  Es imposible aprender lo bueno del mundo sin ensuciarnos las manos.  El trabajo de los científicos puede ser agotador.  ¿Cómo podemos cosechar un maíz de mejor calidad?  ¿Cómo podemos curar las enfermedades del ganado?  ¿Como podemos desviar las inundaciones en los deltas del Po y del Rin?  Ello requiere un sacrificio arduo.  ¿Por qué deberíamos humillarnos para hacerlo y trabajar como campesinos?  Porque cualquier cosa que hagamos para el más pequeño de nuestros hermanos, dice Jesús, también lo hacemos para él.

Otra canasta

Esto me lleva a otra canasta,  en la cual podemos encontrar a un joven alto y robusto que provoca mucha tensión en la soga.  Se está escapando de la casa solariega.  Tiene una mente brillante y su padre ambicioso lo destinó a ser el abad del monasterio más prestigioso del mundo, Monte Cassino.  Esa sería una gran victoria para la familia, y bien merecida, ya que el muchacho era, después de todo, primo segundo del emperador Federico.  ¿Por qué debía resistirse a asociarse con Federico?  La corte del emperador era famosa por sus poetas y artistas e intelectuales.  El mismo Federico tenía el apodo de Stupor Mundi, la Maravilla del Mundo.

Sin embargo, el niño Tomás tenía otros planes.  Lo desanimó la ambición.  Buscó formar parte de la nueva orden de los Dominicos - pordioseros y rufianes, como los llamaba su padre.  Quería abocarse a estudiar todas las cosas: Dios y el hombre y Cristo y el mundo.  Se estaba marchando para hacer simplemente eso.

¡Santo Tomás de Aquino merece mucho más que un párrafo o dos aquí! Él nos ilumina para que entendamos porqué la fe y la razón son grandes amigos.  Viajó hasta Colonia, en donde se convirtió en el mejor alumno de Alberto, llamado Alberto el Grande por sus conocimientos enciclopédicos.  Alberto, como Athanasius Kircher y el pagano de Aristóteles, cuyas obras ha abrazado y aprendido, era biólogo, coleccionista y analista de plantas y animales sin importar de donde los hubiera obtenido.  Muchos teólogos caprichosos temían que el énfasis que Aristóteles ponía en el mundo a nuestro alrededor nos hiciera apartar la mirada al mundo del más allá, pero en ese temor escondían una reprobación herética de la materia más que la maravilla alegre del Génesis.  Tomás ayudo a salvar al mundo para la fe y a la fe para el mundo.

Deberíamos llamarlo Santo Tomás de la Creación, dijo G.K. Chesterton.  Todos los científicos, sin importar que lo sepan o no, le deben mucho a él y a la madre que lo alentó.

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Agradecimiento

Magnificat Anthony Esolen. "Y Dios vio que esto era bueno." Magnificat (septiembre de 2014): 204-208.

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Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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