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El cálculo de los tiempos

  • ANTHONY ESOLEN

Los parranderos que en noche vieja se reúnen en el Times Square tenían un papa al que agradecerle, si sólo lo hubieran sabido.


claviusPadre Christopher Clavius, S.J.
1538-1612

Para el momento en que estés leyendo este artículo, amable lector, millones de personas se habrán reunido en el Times Square, como siempre, para ver cómo el gran cuentarrevoluciones secular pasa de 99999 a 100000, en el momento en que comienza el año nuevo, tal como sucedió con el año viejo, avanzando en la imaginación secular hacia un oasis anhelado de placeres terrenales, entre los desiertos de la nada pasada y la nada por venir. Los parranderos ni siquiera saben que si no fuera por el papa Gregorio XIII hubieran llegado dos semanas más tarde.

La Iglesia nos enseña que el tiempo se origina y culmina en la providencia de Dios nuestro creador. O podríamos decir que el tiempo es la tierra rica en donde se siembra el trigo para la cosecha; o que es el escenario en que transcurre el relato heroico de la salvación del hombre, con su centro fijo en el Calvario, donde Cristo triunfante atraviesa el corazón del infierno con la cruz. O es el medidor de la épica de fe, mientras luchamos la buena batalla o corremos hasta la llegada. Entonces, la Iglesia no pasa el tiempo por alto. Santifica el tiempo y lo eleva, regalándonos muchas más fiestas anuales para celebrar con las que el hombre moderno, siempre ajetreado y llegando tarde, no sabe qué hacer.

Pero además siempre quiso que el tiempo fuera el correcto. Y es aquí donde aparecen las dificultades.

Cuando nació el hijo varón de Augustine y Mary Washington a orillas del río Potomac, registraron su nacimiento como 11 de febrero de 1731. Muchos de nosotros conocen muy bien el fenómeno de "perder" una hora o dos cuando viajamos en avión de oeste a este, pero no es nada si lo comparamos con lo que perdió George Washington. Pues más adelante afirmó, correctamente, que había nacido el 22 de febrero de 1732, dándoles a los estadounidenses una fecha en la que podían celebrar su cumpleaños y permitiendo que en 1932, el año de su bicentenario, se acuñara en Washington la moneda de un cuarto de dólar.

¿Qué sucedió? ¿Acaso sus padres estaban tan atrasados en el tiempo? Una cosa es estar uno o dos días atrasados... Pero ¿once? ¿Más un año completo?

Un pequeño error al principio

Regresamos entonces a Roma. Estamos en el año 1580, cuando un incansable y gran hombre, Gregorio XIII, sucedió al papa San Pío V para ocupar el trono de San Pedro. Gregorio fundó o expandió cerca de trescientas escuelas y universidades. Designó a hombres como San Carlos Borromeo para llevar a cabo una minuciosa reforma en los seminarios católicos. Envió misioneros a todas partes del mundo y recibió a emisarios de Japón que le agradecieron por sembrar la fe en esas tierras. Fundó el English College en Douai, Francia, para la educación de sacerdotes que luego regresaron a sus tierras natales para celebrar la Misa a escondidas y administrar los sacramentos, hasta aquellos tiempos en que los cazadores de sacerdotes de la Reina Isabel los atrapaban y sometían a torturas y a una horrenda y prolongada ejecución. Se dice que Gregorio cantó el Te Deum cuando escuchó sobre la masacre de hugonotes protestantes en París el día de San Bartolomé, pero no había Internet en aquellos días, y todo lo que el papa supo de ello fue que se terminó con una revuelta política contra un gobernante legítimo. Lloró cuando finalmente se enteró de lo que había pasado realmente.

Los tiempos también estaban algo literalmente dislocados. Si le preguntas a cientos de personas qué es un año, es posible que la mitad te conteste que es el tiempo que le lleva a la tierra dar una vuelta completa alrededor del sol. La siguiente pregunta es obvia. "¿Cómo sabes que la tierra ha hecho eso?"

"Bien, debes mirar el calendario".

"Y, ¿de dónde viene el calendario? Si no tienes un calendario, ¿cómo puedes saberlo?"

Silencio absoluto, sólo se escucha el canto de los grillos que viene del bosque.

El sol tiene dos movimientos aparentes alrededor de la tierra. Uno es su viaje diario de este a oeste. Es especialmente prolongado en la época de verano, cuando el señor Apolo, el auriga, suda la gota gorda en pleno mediodía junto a sus corceles que anhelan llegar al abrevadero con el caer de la noche.

El otro movimiento se atribuye a la inclinación de la tierra de cerca de veintitrés grados. La inclinación hace que la ruta del sol cambie de día en día a medida que la tierra en rotación se traslada a lo largo de su recorrido anual. En Inglaterra y América del Norte, el sol se eleva cada vez más alto en su meridiano a medida que los días se vuelven más prolongados, hasta que en un punto pareciera que se "detiene" - de ahí la palabra solsticio, que proviene del latín solstitium (sol sistere o sol quieto). Después del mediodía baja cada vez más hasta que llega a otro punto en el que vuelve a detenerse. Podemos medir nuestros años según los patrones regulares de ese recorrido.

El problema es que el año dura un poco más de 365 días. Julio César intentó representarlo con un "año bisiesto" cada cuatro años, pero eso terminó siendo un poco demasiado. La gente comenzó a notarlo. Dante, en la Edad Media, se dio cuenta de que el calendario se estaba quedando atrás. Finalmente, Beatriz dice "¡Los centésimos olvidados de sus años" harían que la primavera comience en enero!

No deben preocuparse las damas que cultivan flores en sus jardines: eso no quiere decir que la nieve acabará con sus narcisos ni que el horario de verano desteñirá sus cortinas. Los días serían días y los años serían años, pero ya no serviría la forma de computarlos.

Las claves del calendario

Entonces, Gregorio convocó a uno de sus asesores, un sacerdote alemán llamado Cristóbal Clavio (Christoph Klau), conocido como el "Euclides del siglo XVI". Clavio era ese tipo de hombre renacentista que realmente se destacó en la Edad Media: nació y se crió en Bavaria, fue profesor en Portugal y matemático y astrónomo papal en Roma. Tycho Brahe y Johannes Kepler le tenían mucha estima y fue amigo de Galileo de toda la vida. Sus voluminosas obras se tradujeron a varios idiomas, entre los que se incluyen el chino, a fin de que sus compañeros jesuitas, tales como su alumno Matteo Ricci, el gran misionero de China, pudieran llevarlas a esas tierras de relojeros y astrólogos y buscadores del orden de los cielos.

La necesidad más evidente era deshacerse de los diez días "extra" que se habían introducido. Sin embargo, Gregorio y Clavio querían más que emparchar el calendario. Querían una solución que, para todos los fines prácticos, terminara con este problema ahora y para siempre. Eso requería observación astronómica, mediciones y cálculos extremadamente precisos. El resultado del trabajo de Clavio fue perfecto y se implementó en las naciones católicas mediante decreto papal en 1582.

Ese año, si tu cumpleaños caía entre el 5 y el 14 de octubre inclusive, entonces también podrías haber nacido el 30 de febrero, porque se eliminaron esas diez fechas de ese año. Pero el problema hubiera surgido otra vez si Clavio no hubiera acertado con la noción de omitir años bisiestos en tres de los cuatro años de fin de siglo. Entonces, tenemos un 29 de febrero en 2000, divisible por 400, pero no hubo ninguno en 1900 y no habrá otro en ningún año de fin de siglo hasta 2400. Esto mantendrá nuestros calendarios en buenas condiciones durante los próximos treinta mil años, si es que el Señor no le pone fin antes a todo esto, como esperamos que lo haga.

Si la cristiandad no se hubiera dividido, el pequeño George Washington hubiera nacido el 22 de febrero en vez del 11 de febrero (ya ven que ya se ha metido un onceavo día más) Sin embargo, las naciones protestantes se resistieron a adoptar el calendario "católico" durante mucho tiempo. Eso finalmente cambió para Inglaterra y sus colonias en 1752 -otro año de fechas desaparecidas- y ahora el calendario gregoriano es bastante universal.

El verdadero año nuevo

"Pero espera un momento", dices. "Eso explica las fechas en febrero, pero no explica el año de diferencia".

Estás en lo cierto. Ya vez, la costumbre de fijar el inicio del año nuevo como 1° de enero se deriva del mismo Julio César, pero esa fecha no era la única candidata. Por ejemplo, los cristianos en Inglaterra antes de la conquista normanda en 1066 y luego entre 1155 y 1752, reconocían que el año nuevo comenzaba el 25 de marzo, con la fiesta de la Anunciación. Otros países cristianos contaban la Navidad, 25 de diciembre, como el inicio del año nuevo. Y ¿por qué no?

Ya que, en esa fecha, cuando el ángel se le apareció a María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; y en aquel día nueve meses después fuimos testigos de su gloria, mientras dormía envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Entonces, los parranderos del Times Square tenían un papa a quién agradecerle, si sólo lo hubieran sabido.

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Agradecimiento

esolen Anthony Esolen. "The Reckoning of the Times.” Magnificat (enero de 2016): 199-203.

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Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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