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La cura de la hipocondría

  • THEODORE DALRYMPLE

Es difícil no estar enfermo en estos días.


healthyDe hecho, es imposible sentirse bien.  Son pocos los que no tienen, o al menos se permiten tener, factores de riesgo de enfermedades catastróficas.  Mi médico constantemente me acosa (a través de cartas generadas por computador) para que me haga estudios con el fin de descartar uno o todos esos riesgos, destruyendo así mi tranquilidad mental acerca de si debo demorar o no mi partida.  Según la medicina de factores de riesgo, una comida es un procedimiento médico.  Del mismo modo que John Stuart Mill pensaba que la materia era la posibilidad permanente de sensación, los médicos están inclinados a pensar que las personas somos una posibilidad permanente de enfermedad - o accidente.  A la larga, por cierto, tienen razón.

Seguramente debe haber un estado conocido como salud. No obstante, la Organización Mundial de la Salud no define a la salud sólo como la ausencia de enfermedad, sino que dice que se trata de un estado de bienestar físico, psicológico y social completo -sí, completo-.  Según la OMS, entonces, no hay ni jamás ha existido, bajo ningún punto de vista desde la caída de Adán y Eva, un hombre vivo que sea saludable.

Entre los conceptos perfeccionistas de la salud y la medicina de los factores de riesgo, es sorprendente que no seamos más hipocondríacos de lo que somos.  Es que también los hipocondríacos están enfermos. Tienen una enfermedad que en la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (en inglés American Psychiatric Association, APA) se designa como trastorno de ansiedad por enfermedad.  La Clasificación Internacional de Enfermedades (10ma. edición) de la Organización Mundial de la Salud describe a la hipocondría de la siguiente manera:

La característica esencial es una preocupación persistente por la posibilidad de padecer uno o más trastornos físicos graves y progresivos.  Los pacientes manifiestan quejas somáticas persistentes y manifiestas o una preocupación persistente por su aspecto físico.  Los pacientes suelen interpretar las sensaciones y apariencias normales o comunes como anormales e inquietantes y su atención en general se centra sólo en uno o dos órganos o aparatos del cuerpo.

Esto da lugar a la posibilidad de sufrir meta-hipocondría ya que un paciente podría comenzar a angustiarse por si sus preocupaciones sobre su salud constituyen un trastorno de ansiedad por enfermedad, iniciando así un retroceso infinito de diagnóstico.  Así tampoco es necesario que la persona que sufre de esta enfermedad se sienta realmente bien, en el sentido de que no padezca ningún mal.  Lo único que se requiere es que el médico considere que sus preocupaciones son excesivas o desproporcionadas.  Sin embargo, según dijo una vez el gran médico e investigador de la hipertensión arterial, Sir George Pickering, una cirugía menor es una cirugía que se le hace a otra persona.  Una preocupación poco razonable, para la mayoría de nosotros, es una preocupación que tiene otra persona.

No hay dudas de que los hipocondríacos son aburridos; seguramente temes preguntarles cómo se sienten por si acaso te contestan.  Sin embargo, no podemos evitar sospechar que la preocupación excesiva por su estado de salud constituye un mecanismo de defensa contra algo peor, un temor existencial de que la vida no tiene sentido fuera de ella y que por ende alcanzar un excelente estado de salud y evitar la enfermedad es la meta más elevada a que puede aspirar.

Por cierto, nuestra obsesión por la salud y la seguridad (que han reemplazado a la fe, la esperanza y la caridad como virtudes) no es proporcional, salvo posiblemente a la inversa, al riesgo o amenaza.  Al hipocondríaco no lo alivian las estadísticas que reflejan que su generación es la más saludable de todas las generaciones pasadas o que la muerte no lo acecha en cada alimento, en cada producto y en cada situación.  Ante la ausencia de un propósito trascendente en la vida, alejarse de la muerte pasa a ser lo más importante.  La hipocondría, entonces, es en parte un problema religioso o filosófico.

Por cierto, nuestra obsesión por la salud y la seguridad (que han reemplazado a la fe, la esperanza y la caridad como virtudes) no es proporcional, salvo posiblemente a la inversa, al riesgo o amenaza.

Pocas personas son completamente inmunes a la tentación de ser hipocondríacos y el amigo de un amigo mío, el señor Mark Wickham, ex maestro de arte en Marlborough, desarrolló una técnica original y efectiva para combatirla.  Cuando alcanzó la edad en que se esperaba que aparecieran dolores y malestares menores, se encontró enumerándoselos a uno de sus amigos que, habiendo alcanzado la misma edad, también era susceptible de padecer esos dolores y malestares.  Decidieron que cada vez que se encontraran destinarían cinco minutos ininterrumpidos a la 'exposición completa del estado de sus órganos'.  Una vez finalizada dicha exposición, ya no podría hablarse más del tema; y encontraron para su sorpresa que la recitación de sus tribulaciones sonaba ridícula, incluso para ellos mismos.  Comenzaron a reírse de sus dolencias y se sintieron mucho mejor por ello.

Esta técnica confirmó lo que sospechaba hace rato: que es mucho más importante para las personas poder perderse que encontrarse a sí mismas.  La capacidad de tomar distancia de sus propios dolores punzantes y pensamientos mórbidos es precisamente aquello de lo que carecen los hipocondríacos.

Observar, pero también observarte observando: ese es el truco.  Una vez, mientras un policía balcánico me daba una suave golpiza con una porra, pude distraerme pensando cómo lo iba a describir y descubrí que pensar en ello me hizo sentir bastante aliviado.  Llega un momento, por supuesto, en que ese desapego es imposible: pero según la definición, por poco, los hipocondríacos aún no han llegado a ese punto.  Como dice Lord Bacon, 'Es un pobre centro de las acciones del hombre, el hombre mismo... Lo que hace más pernicioso el efecto es que se pierde toda proporción'.

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Agradecimiento

dalrymple Theodore Dalrymple. "La cura de la hipocondría." The Spectator (21 de febrero de 2015).

Reimpreso con el permiso de Theodore Dalrymple.  

Sobre El Autor

Dalrymple5Dalrymple Theodore Dalrymple ha sido psiquiatra y médico en la prisión. Escribe una columna para LondonSpectator, hace aportes frecuentes a Daily Telegraph, y también es editor colaborador del Manhattan Institute's City Journal. Vive en Francia y es autor de Farewell FearThe New Vichy Syndrome: Why European Intellectuals Surrender to Barbarism, Not With a Bang But a Whimper: The Politics and Culture of DeclineIn Praise of Prejudice: The Necessity of Preconceived IdeasOur Culture, What's Left of It: The Mandarins and the MassesLife at the Bottom: The Worldview That Makes the Underclass, y  So Little Done.

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