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Debemos odiar el pecado, pero no al pecador - ¿Cómo lo hacemos?

  • EL PADRE DWIGHT LONGENECKER

Es un típico cliché cristiano: "debemos odiar el pecado, pero no al pecador".


prodigal El problema es: ¿cómo lo hacemos?

El pecador peca.  ¿Cómo separamos al pecado del pecador cuando, para ser honestos, en el juicio final el pecador será condenado por el pecado?  Jesús no nos dice: "Tú puedes venir al cielo, pero enviaré a tu pecado al infierno". No. En el último día, el pecador queda condenado junto con el pecado.

Mientras tanto, ¿cómo hago para odiar el pecado y amar al pecador?  Esto es especialmente difícil cuando hay algunos pecadores que niegan que son pecadores y dicen "Nací así.  No puedes condenar el pecado sin condenarme a mí.  Debes aceptarme a mí y todo lo que yo hago y a lo que tu llamas 'pecado'".  O bien, podrían simplemente ser indiferentes al pecado - sin que nada les importe un rábano y contentándose con encogerse de hombros y negar el pecado.

¿Cómo amo al pecador y odio el pecado cuando se trata de cuestiones prácticas como defender a mis hijos de un ejemplo de inmoralidad?  ¿Cómo amo al pecador sin aprobar el pecado?  ¿Qué sucede en una situación en que permito una adicción, me rindo ante la violencia o simplemente no hago absolutamente nada frente a una situación intolerable confundiendo ser amable con ser indolente?

¿Qué sucede si "odiar el pecado y amar al pecador" se convierte en una máscara para evitar comprometerse con la verdad, en pereza ante nuestro deber de proteger a los inocentes y en la ausencia de una verdadera preocupación o compasión por las personas que quedan atrapadas en comportamientos que son destructivos para ellos, para los demás y para la sociedad?

Veamos este ejemplo: el tío Santiago es divorciado y se ha vuelto a casar con Laura.  Quieren pasar las fiestas con nosotros y ser aceptados como esposo y esposa.  Sin embargo, yo no apruebo esa relación y les digo a mis hijos que divorciarse y volverse a casar está mal.  Cuando Santiago y Laura llegan, ¿les doy una cálida bienvenida, les muestro las habitaciones de huéspedes y abro un par de cervezas?  ¿Qué sucede con la tía Marta, de quien Santiago se divorció para casarse con una más joven y atractiva?  ¿Qué sucede con sus hijos?  ¿Con quién pasan estas fiestas?  ¿Acaso mi cálida bienvenida a Santiago y Laura equivale a una bofetada en el rostro de Marta y sus hijos?

Mis intentos de amar al pecador y odiar el pecado en realidad me conducen a aprobar el pecado, a confundir a mis hijos sobre el matrimonio y a ser cruel e hiriente con la esposa agredida y sus hijos.  Para ser justos con la agredida y con el fin de defender el matrimonio cristiano, tal vez deba pedirles a Santiago y a Laura que pasen las fiestas en otro lugar.

Por este motivo las comunidades cristianas solían excluir a quienes rompían las reglas.  Lo hacían para proteger no sólo las reglas, sino que a todos los que estaban intentando vivir según esas reglas, y porque querían vivir según esas reglas y ayudar a todos los que quisieran vivir según esas reglas porque creían que era la mejor manera y el modo más eficaz de construir lo que posiblemente sea una vida feliz y plena. La gente que rompía las reglas estaba rompiendo el matrimonio y lo estaban rompiendo para todos.  Entonces, quienes rompían el matrimonio eran excluidos de las ventajas del matrimonio y de la vida familiar.  Eran excluidos no por ser malos con ellos, sino que para fortalecer y defender una institución tan frágil como la del matrimonio.

Ya no hacemos eso y no estoy sugiriendo que volvamos al rechazo y a la exclusión, pero entonces aún queda el interrogante: ¿cómo amo al pecador y odio el pecado?

Desde un punto de vista práctico, algunas veces debes excluir al pecador a fin de excluir el pecado, pero esto no es peor que darse cuenta de que no siempre puedes abrazar los opuestos y algunas veces debes elegir entre el menor de dos males.

Digamos que Pablo es tu hermano y que quiere visitarte junto a su pareja, Juan.  Están "casados" y manifiestan su estilo de vida homosexual abiertamente.  Esperan que los recibas como miembros de la familia, compartir el cuarto de huéspedes y que tú actúes como si esto fuera perfectamente normal.  Sin embargo, tu casa está llena de niños y estás haciendo lo mejor que puedes para criarlos y para que comprendan el verdadero sentido que el matrimonio tiene para los católicos.  Les has enseñado que la relación entre Pablo y Juan no es acorde con ese sentido.  Entonces, ¿qué harás?

Debes elegir entre dos bienes.

Algunas veces la mejor manera de amar al pecador y odiar el pecado es hablar abiertamente con el pecador acerca de la situación y advertirle.

El bien de preservar lo que tus hijos entienden por matrimonio cristiano sin confusiones ni compromisos es mucho más importante que ser amable con Pablo y Juan.  Después de todo, ni Pablo ni Juan son miembros de tu familia inmediata y a pesar de que querrías ser amable con ellos, tu deber para con tus hijos está primero.  Esto no difiere demasiado de las otras elecciones que se hacen entre dos bienes.  Quiero llevar a mis hijos a unas grandiosas vacaciones por Europa, pero también quiero pagarles una buena universidad.  Elijo la universidad.

Entonces, con el deseo de ser agradable con todo el mundo y amar al pecador odiando el pecado, algunas veces el pecador se dará contra la pared, algo que no se puede evitar.

Además, ¿acaso soy la única persona que se siente intimidada por esta idea de que todos deben ser agradables, amables y tolerantes con todo el mundo sin poder hacer preguntas?  ¿No es esta suerte de chantaje emocional lo que me lleva a aprobar algo que no puedo aprobar?

Les doy el calificativo de "intimidadores" a quienes me presionan con sus tácticas agresivas y pasivas de chantaje y acoso.

Puedo defender mis creencias y respaldar lo que creo sin comprometer esas creencias ni ser desagradable con las personas que no las comparten.

¿Eso quiere decir que tengo que andar por ahí buscando la manera de ser malvado y sentencioso?  Claro que no.  Hacemos lo que podemos para ser amables, tolerantes y cordiales con todos, pero hay límites. El sentido común exige límites.  Algunas veces la mejor manera de amar al pecador y odiar el pecado es hablar abiertamente con el pecador acerca de la situación y advertirle.  Si hay un alcohólico en la familia, no le haces ningún favor si pones excusas y lo justificas. Si tu esposo te golpea todos los viernes por la noche y quema a los niños con un cigarro, no le haces ningún favor si lo dejas entrar cuando llega ebrio a casa.

Finalmente, el verdadero amor por el pecador es verlo tal cual es realmente y olvidar cualquier tipo de problema, adicción, ruptura o confusión que sufra y desear que el amor sanador y perfecto de Dios sea activo y fructífero en sus vidas.  Somos un desastre y cuanto antes nos demos cuenta, mejor. Además, la persona más compasiva es la que se da cuenta de lo que la asombrosa gracia de Dios le ha hecho y cómo la ha rescatado y que desea la misma liberación para los demás.

Entonces, primero es en nuestra propia conversión y en el largo y duro camino del arrepentimiento, reconciliación y renovación que se fomenta el verdadero amor por el pecador y el odio al pecado.  El odio al pecado porque vemos cómo ha destruido nuestras propias vidas y el amor por el pecador porque podemos ver qué podrían ser y en lo que podrían convertirse si tan sólo cedieran a esa asombrosa gracia.

Por este motivo, Santa Juliana de Norwich escribe que Dios nos mira con lástima, pero sin reproches.  Su misericordia es eterna.  Ama al pecador, porque puede ver lo que esa criatura caída y rota puede llegar a ser y odia el pecado porque puede ver cómo ha enfermado y deformado a la criatura.

Cuando empecemos a tener ese tipo de mirada eterna, podremos empezar a odiar el pecado y amar al pecador.

Lo demás son tonterías sentimentales, ilusiones o beneficencia bienintencionada pero inefectiva.

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Agradecimiento

longenecker El Padre Dwight Longenecker. "Hate the Sin Love the Sinner – How Do I Do That?" Patheos (Standing on My Head) (13 de noviembre de 2014).

Reimpreso con el permiso del Padre Dwight Longenecker. Ver el artículo original aquí.

Standing on my head es el blog del Padre Longenecker en Patheos.  

Sobre El Autor

Longenecker1LongeneckerEl padre Dwight Longenecker es párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario en Greenville, Carolina del Sur. Es autor de varios libros sobre apologética, relatos de conversión y espiritualidad benedictina, entre los que se incluyen los siguientes:  The Romance of Religion — Fighting for Goodness, Truth and BeautyCatholicism Pure and SimpleSt. Benedict and St. Therese: The Little Rule & the Little WayAdventures in OrthodoxyPraying the Rosary for Inner Healing, Listen My Son: St. Benedict for FathersChallenging Catholics: A Catholic Evangelical DialogueSt. Benedict and St. Therese: The Little Rule & the Little WayMary: A Catholic-Evangelical Debate y The Path to Rome. Visite su sitio haciendo click aquí y su blog aquí, allí podrán escuchar los podcasts de sus conferencias y homilías.

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