Menu
A+ A A-

Un Corazón Limpio

  • ANTHONY ESOLEN

Mi padre era el hombre más mojigato que yo haya conocido jamás, y daba totalmente por sentada la bondad común del cuerpo.


birdblue Esto significaba, claro está, que se apartaba de las cosas lujuriosas con indiferencia pura, o un desdén desconcertado.

Un día estaba yo viendo en la televisión la producción de la BBC de La Tempestad, una aventura tonta que presentaba a un Ariel andrógino vulnerable y otros espíritus de piel morena que usaban los taparrabos más diminutos por delante, y nada por detrás.

Mi padre pasó caminando por ahí justo cuando una veintena de esos espíritus desnudos bailaban para Ferdinand y Miranda, que se acababan de comprometer. Shakespeare escribió esa escena como un tributo a la generosidad del amor nupcial casto, pero también podrían haber sido tahitianos desnudos bailando para seducir a Fletcher Christian a y sus compañeros marineros ingleses frustrados por mucho tiempo.

Mi padre se detuvo, se quedó mirando, y me lanzó una sonrisa irónica.  "¿Qué es esto?, preguntó."

"Es La Tempestad de Shakespeare," dije.  "Mm," me respondió, y se fue caminando.  Apagué esa cosa y encontré otra cosa mejor que hacer.

Solamente una vez le escuché dejar escapar una obscenidad.  Ah, podía ser lo suficientemente vulgar si se golpeaba con fuerza el pulgar con un martillo, pero obscenidades, nunca; excepto una vez, cuando fue el mánager de un club de béisbol de la liga Babe Ruth.

Mi hermano era el centro campista inicial; el parador en corto era un tipo veloz pequeño, con una buena actitud. En este día en particular, el parador en corto estaba calentando la banca, porque no había asistido a las prácticas y no había dado excusa alguna. Su padre estaba en las graderías.

Nuestro equipo estaba perdiendo, y eso puso al padre en movimiento. Era un hombre flaco con un motor donde la Naturaleza ha considerado conveniente colocar las bocas de la mayoría de los hombres, y estaba caminando con un bastón, porque se había roto la pierna recientemente. Todo lo que hacía, entrada tras entrada, a veinte pies de la caseta, era maldecir, agitar los labios, y maltratar a mi padre, llamándolo estúpido, acusándolo de jugar con sus favoritos, ridiculizando sus decisiones en el partido, gritando cosas repugnantes, y haciendo que su hijo en la banca cuelgue la cabeza de la vergüenza.

Y de pronto, mi padre tuvo suficiente, y miró por encima de la valla al espectador molesto y le pidió callarse la boca, utilizando, para modificar el objeto de ese infinitivo, un presente participio que yo nunca había escuchado en sus labios, y agregando que si el fanático no realizaba la operación señalada, él estaría gustoso de hacerlo por él.

"Adelante," dijo el espectador molesto blandiendo su bastón.  "¡Pégame! ¡Pégame! ¡Me quedaré con tu casa!"

Mi padre tenía un corazón limpio.  Había crecido en una época en la que podrías esperar eso de un joven muy trabajador y bien criado que había servido por muchos años como monaguillo en la misa cuando era niño, y cuyo pastor y madre querían que se convirtiera en sacerdote.

El pobre hijo miraba fijamente sus pies en un silencio muerto.  Luego, el árbitro ordenó que el espectador molesto se retire del campo, con la amenaza de una sanción, y eso fue todo. 
Mi padre nunca contó chistes sucios ni los escuchaba. Eso no era porque pensaba que era mejor que las demás personas; él hubiera dicho, si le preguntabas, que no estaba interesado en ese tipo de cosas. Nunca contaba chismes, ni los escuchaba. Era un juez diligente del carácter, pero tan solo una o dos veces en mi vida lo escuché decir algo sobre alguien más que no lo habría dicho en la cara de esa persona.

Vendía seguros a clientes en áreas rurales remotas, ganando dinero tan solo por comisiones, y nunca con un sueldo. Eso significaba que veía menos posibles compradores en una semana en comparación con los vendedores que trabajaban en las ciudades, porque dedicaba mucho tiempo en movilizarse. Pero le gustaba la gente de las granjas; eran acogedores y conversadores, y apreciaban a alguien que les decía: "Esto es lo que estoy ofreciendo, esto es lo que tienes ahora, esto es lo que cuesta mi póliza, esto es lo que cuesta la tuya, aquí está lo que nosotros cubrimos y que no cubre la tuya, aquí lo que la tuya cubre y la nuestra no," y así sucesivamente.

Mi hermano, que aprendió el negocio de él, me dijo que a veces él simplemente les decía a los posibles compradores que se sienten juntos, y que terminaban más o menos rogándole que les dejen comprarle algo.

Puede que los granjeros vivan a millas de distancia uno de otros, es verdad, pero aún así viven entre sí si hablamos de la realidad del sudor, del trabajo compartido y de las celebraciones. Así es como mi padre se ganó rápidamente una reputación por su simpatía, claridad y una honestidad sólida, a menudo luchando por sus clientes en contra de su misma empresa.

"Puedes hacer una venta sucia," le dijo a mi hermano, "pero es como si te pararas sobre el estiércol de la vaca.  Pasarán meses antes que te quites el mal olor."

Mi padre tenía un corazón limpio.  Había crecido en una época en la que podrías esperar eso de un joven muy trabajador y bien criado que había servido por muchos años como monaguillo en la misa cuando era niño, y cuyo pastor y madre querían que se convirtiera en sacerdote.

"Bienaventurados los limpios de corazón," dice Jesús, "porque verán a Dios."  Mi padre era italiano, no galés, pero me gusta mucho cómo llaman los galeses al Espíritu Santo, porque conecta esa beatitud misteriosa con una de las promesas más alentadoras de Jesús.

"¿Qué padre de entre ustedes," dice Jesús, "si su hijo le pide un huevo, le da una serpiente?  ¿O si le pide un pez, le da un escorpión?  Pero si vosotros, que son malos, les dais cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más su Padre que está en el cielo les dará el Espíritu Santo a quién se los pida?"  El galés tiene una palabra para santo, pero no aquí; la Tercera Persona de la Trinidad es yr Ysbryd Glan: literalmente, el Espíritu Limpio.

"Oh Dios, crea en mí un corazón puro," canta el salmista, "renuévame por dentro con espíritu firme."  El cuerpo de mi padre es ahora polvo, pero fue, y volverá a ser, un templo del Espíritu Limpio; y tan solo deseo que el de su hijo llegue a iluminar con la mitad de su brillo.

dividertop

Agradecimiento

esolen Anthony Esolen. "A Counterfeit Conscience" (Una conciencia falsa) Crisis Magazine (29 de mayo de 2014).

Reimpreso con el permiso de Crisis Magazine

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2014 Crisis
back to top