Menu
A+ A A-

¿Por qué las personas no deberían sentir la necesidad de autocensurarse?

  • ROGER SCRUTON

Toda discusión sobre libertad de expresión debe versar sobre dos temas importantes — bromas y raza.


scruton3 Las bromas no son opiniones, pero pueden provocar el mismo grado de ofensa.  Entonces, ¿debería existir la misma libertad para hacer bromas que para dar opiniones?

El tema de la raza ha sido objeto de una profunda autocrítica en las comunidades modernas.  El genocidio más horrible de la historia reciente -el Holocausto- sucedió porque las personas se sentían libres de odiar a los judíos y de difundir ese odio en palabras protegidas por la ley.  En tiempos recientes, se defendió libre y destructivamente la opresión de los negros en Estados Unidos y su exclusión de los privilegios de la ciudadanía.  Y una vez más las opiniones estaban protegidas por la ley.  ¿Acaso estos casos y otros similares no justifican la creencia actual de que la libertad de expresión no es un bien en sí mismo y que los grupos pasibles de ser el blanco de un odio colectivo deberían estar protegidos del abuso de dicha libertad de expresión? 

Estos dos temas son un problema acuciante para nosotros.  Lo que sucedió con Charlie Hebdo en Francia nos recuerda que las bromas pueden ofender al grado de inspirar una respuesta por demás violenta.  Y seguramente no debería sorprendernos que se haya prohibido la presentación del comediante francés, Dieudonne, que suele incluir bromas antisemitas en sus stand-ups, en varios lugares de Francia y Bélgica.

En general, las bromas intentan poner las cosas en su sitio como para que puedas sentirte a gusto con aquello de lo que te estás riendo.  La mayoría de las bromas étnicas son así -formas de tratar la diversidad étnica, ayudando a que la gente se sienta satisfecho con su grupo y no amenazado por otros.  Algunas veces es tu propio grupo al que intentan poner en su sitio -tal como sucede con varios chistes de judíos que muestran determinadas flaquezas judías como una excentricidad divertida más que como una amenaza.  Las bromas se volvieron populares porque suavizan las cosas, haciendo que la realidad, con todas sus divisiones, no llegue a constituir una amenaza.  Hay un famoso chiste que surge a partir de los problemas que existen en Irlanda del Norte: un hombre para a otro por la calle y lo apunta con un arma en el pecho.  "¿Católico o protestante?", pregunta.  "Ateo", le responde el otro.  A lo cual el agresor le dice "¿Ateo católico o ateo protestante?". El humor de este tipo apunta tanto a lo absurdo del conflicto sectario como al hecho de que existe una excusa para el odio, más que una respuesta a él.  Nos recuerda que hay gente de miras estrechas que se vale del arte de ofenderse para ganar una ventaja injustificada sobre el resto de nosotros.

Claro está que existen las bromas de mal gusto, bromas que expresan actitudes desagradables o rencorosas.  Enseñamos a nuestros hijos a no decir bromas de ese tipo y a no reírse cuando otros las dicen.  El humor es informado por el juicio moral.  Tenemos la esperanza de que se acerque a la aceptación y al perdón y de que se aleje del rencor y del desprecio.  Pero, ¿qué debemos hacer con la broma que ofende? 

No se puede legislar contra la ofensa.  Ninguna ley ni la invención de nuevos delitos y castigos pueden incorporar ironía, perdón y buena voluntad en mentes que han sido entrenadas en el arte de sentirse ofendidas.  Esto es cierto tanto para las feministas radicales como para los islamistas sectarios y radicales.  Si bien tenemos un deber moral de reírnos de ellos, ellos han hecho que eso se convirtiera en algo peligroso.  Sin embargo, nunca debemos perder de vista el hecho de que los transgresores son ellos, no nosotros.  Aquellos que siempre sospechan ser objeto de burlas y quienes reaccionan con enojo implacable cuando piensan que lo han descubierto, son los verdaderos agresores.

Entonces, ¿qué sucede con el discurso racista?  ¿Tiene éste alguna diferencia con los otros tipos de discursos protegidos o existe algún motivo especial para penalizarlo?  ¿Acaso el Holocausto justifica que se prohíban las opiniones que le dieron origen?  Muchas personas piensan que sí y en Francia la legislatura ha ido mucho más lejos todavía con la criminalización de quienes niegan que haya ocurrido el Holocausto. 

Las opiniones racistas no desaparecerán sólo porque las prohibamos.  De hecho, prohibirlas puede otorgarles un atractivo especial.  Lo que hizo que la propaganda nazi contra los judíos fuera más destructiva no fue tanto la expresión de esas opiniones desagradables, sino la supresión de quienes buscaban rebatirlas.  Fue la ausencia de libertad de expresión lo que permitió que las opiniones se fueran tanto de control, ya que estaban libres de los argumentos que las hubieran expuesto al ridículo.  Por contraste, los negros en Estados Unidos se hicieron acreedores de su condición de ciudadanos iguales en parte debido a la posibilidad de debatir libremente. Con ello convencieron al estadounidense común de que estereotipar a las personas según su raza no era justo ni racional.  Se debe a que pudieron expresar sus opiniones de que los racistas habían sido derrotados.

El caso es de vital importancia para nosotros en Gran Bretaña.  El control de la esfera pública con miras a suprimir las opiniones "racistas" ha provocado una suerte de psicosis pública, una sensación de tener que andar en puntas de pie por un campo minado y evitar todas las áreas en donde los terroristas pueden haber puesto una bomba que explote frente a tus ojos.  Y muchos de quienes colocaron y prepararon esa bomba ven a la acusación de racismo como una herramienta útil para debilitar la confianza que tenemos en nuestro país y en su forma de vida.  Es así que las fuerzas públicas, los funcionarios públicos, los concejeros municipales y los maestros han dudado en pensar lo que saben que es verdad o en actuar contra lo que saben que está mal.  Lo hemos visto en casos como el de abuso sexual en Rotherdam y en tantos otros lugares, en donde la renuencia a individualizar a una comunidad inmigrante como culpable ha servido de motivo para no actuar.  Mi reciente novela The Disappeared es un intento de explorar las profundidades del desorden moral que se ha introducido en nuestra sociedad, a través de este tipo de autocensura, que evita que un maestro, un policía o una trabajadora social actúen precisamente cuando es casi seguro que él o ella deberían actuar.

La autocensura es incluso más dañina que la censura por parte del estado, pues cierra la conversación por completo.  Nuestra sociedad ha sufrido cambios importantes y posiblemente traumáticos debido a la inmigración en masa, pero sin el beneficio del debate público y como si no tuviéramos la oportunidad de elegir nuestro futuro.  Las profundidades de la confusión y el resentimiento comienzan a percibirse, no sólo en el Reino Unido, sino que también en todo Europa, y sólo hubieran podido evitarse con el debate.  Quienes han intentado iniciar ese debate han estado sometidos a persecuciones y a campañas para dañar su reputación que muy pocas personas pueden soportar con facilidad.  El resultado ha sido una pérdida de argumento razonado en circunstancias en las que lo que único que se necesita es un argumento razonado.

Una última palabra sobre el arte de ofenderse.  En ningún otro lugar se ha cultivado tanto este arte como en los campus universitarios norteamericanos, donde una cultura completamente nueva de trepidación se ha embarcado a capturar la psiquis adolescente.  Al tratar cualquiera de los temas donde los dogmas seculares han levantado sus voces -raza, sexo, orientación sexual, política- se le puede exigir al profesor que encienda las "luces de alerta", no sea que deambule en áreas que podrían desencadenar el recuerdo de algún evento traumático en la vida de uno de los alumnos.  A los oradores invitados que tienen visiones heréticas sobre el feminismo o la homosexualidad también les preceden advertencias sobre posibles desencadenadores.  En algunas universidades también hay salas seguras donde los alumnos temblorosos pueden recibir consuelo en caso de que hubieran estado expuestos a la contaminación de un punto de vista ortodoxo. 

Por más que te parezca divertido, debes tener cuidado de no reírte de esto, mucho menos si eres profesor y aún no tienes un cargo permanente.  Quienes desean mantener la mente de los estudiantes en un estado de vulnerabilidad mimada, sin que se fortalezcan por oposición y sin la práctica de plantear argumentos, son quienes ahora controlan los campus universitarios, con el resultado de que estos lugares que deberían haber sido el último bastión de la razón en un mundo mimado, son en cambio lugares al que asisten todos los mimados para alimentarse.  El ejemplo representa vívidamente la manera en que los ataques a la libertad de expresión pueden llegar a cerrar la vía del conocimiento.  Y en definitiva ese es el motivo por el cual debemos valorar esta libertad y es por eso que John Stuart Mill tuvo tanta razón al defenderla -como la pieza fundamental de una sociedad libre- ya que sin ella nunca sabremos realmente lo que pensamos.

 cross

  Ver también la parte uno de esta serie escrita por Roger Scruton, 
"¿Por qué debemos defender el derecho a ser ofensivos?"

dividertop

Agradecimiento

scrutonRoger Scruton. "Why people shouldn't feel the need to censor themselves". BBC News (8 de noviembre de 2015).

Reimpreso con el permiso de Roger Scruton. 

Sobre El Autor

scrutongodsmScrutonsm Roger Scruton es profesor investigador en el departamento de filosofía de St. Andrews University, académico invitado del American Enterprise Institute en Washington DC y senior fellow de investigación en filosofía en Blackfriars Hall en Oxford. Es autor de Notes from UndergroundThe Face of GodThe Uses of Pessimism: And the Danger of False HopeBeauty, Understanding Music: Philosophy and Interpretation, Culture Counts: Faith and Feeling in a World Besieged, An Intelligent Person's Guide to Modern CultureAn Intelligent Person's Guide to PhilosophySexual DesireThe Aesthetics of MusicThe West and the Rest: Globalization and the Terrorist Threat, y Gentle Regrets: Thoughts from a Life. Roger Scruton forma parte del comité asesor del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2015 Roger Scruton
back to top