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Las Bienaventuranzas: un breve resumen

  • EL DIáCONO DOUGLAS MCMANAMAN

En el siglo VI A.C., Dios prometió, a través del profeta Ezequiel, que reuniría a su pueblo, lo purificaría y le infundiría un nuevo espíritu: "Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo.


sermonmount Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados... Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes.  Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres.  Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios" (Ez 36, 36).

Los cristianos creen que Dios cumplió su promesa en la persona de Cristo, quien reúne de todas las naciones (kata holos) a todos los que pertenecen a Dios y los transforma en la nueva Israel a través de un mandamiento nuevo.  Las bienaventuranzas son el esquema básico, el contorno interior, de este nuevo espíritu.  Jesús, el nuevo Moisés, no lo escribe en tablas de piedra, sino que en el corazón humano modificado y elevado por la gracia.  Así, la nueva ley es una ley interior.

El filósofo griego Aristóteles señaló que la auténtica felicidad (eudaemonia) es completa y suficiente en sí misma, en otras palabras, no es precaria ni depende de factores externos, como el clima o el mercado de valores.  De este modo, la verdadera felicidad perdura. Sin embargo, la felicidad no era posible para todos, según Aristóteles, y la felicidad de la que habla es la felicidad natural, el resultado de la estabilidad emocional provocada por las virtudes y la dicha de la contemplación natural de lo más elevado.  No obstante, Jesús es Dios hecho carne y Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera "llegar a ser" Dios, por así decirlo, en otras palabras, para que pueda ser elevado por la gracia divina, que es una forma de compartir la vida sobrenatural de Dios; es a través de la introducción de la Persona de Cristo que nosotros podemos introducirnos en su dicha.

Cada bienaventuranza comienza con Makarios ("Bienaventurados o Felices..."), que es la dicha que es suficiente en sí misma, completa y la primera experiencia de la vida eterna.  En su conjunto, describen el espíritu de aquél que vive en la Persona de Cristo.  Analicemos cada contorno de esta nueva vida.

1. "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos."

Esta condición es la primera y la más fundamental que se debe cumplir para pertenecer a Cristo y por ende la primera condición necesaria para participar de la dicha del reino de Dios.  Aquellos que son pobres en riqueza material son sumamente conscientes de sus carencias.  Del mismo modo, las personas que son pobres de espíritu también son conscientes de su carencia espiritual, saben de su absoluta necesidad de Dios; y de este modo, se abren a Él.  El resultado de ese simple acto de apertura es el don del reino de los cielos.

Es muy doloroso lidiar con una enfermedad mental, pero he descubierto con los años que muchos de aquellos que sufren una enfermedad mental tienen una conciencia clara de su necesidad radical de Dios, de su pobreza de espíritu, y ello los ha llevado a llamar a Dios en medio de su oscuridad, que a la vez los ha conducido a momentos de oración muy intensos.  Estas son las personas que Cristo eligió para que lo acompañaran en Getsemaní, donde experimentó la pesada carga de la angustia mental.  La enfermedad mental es una cruz difícil, un don doloroso, pero si consideramos a aquellos que viven en la prosperidad, que pocas veces se enferman y que están tan bien acomodados que pasan sus días cumpliendo todos y cada uno de sus caprichos, nos damos cuenta de que muchos de ellos no tienen conciencia de su necesidad de Dios y que por ende no rezan y por lo tanto no saben lo que es ser makarios.

2.  "Felices los afligidos, porque serán consolados".

Parece bastante inverosímil que los afligidos puedan llamarse 'felices', pero esta bienaventuranza se refiere a un tipo especial de aflicción.  Si amamos a Dios, amaremos a todos aquellos que pertenecen a Dios, y todos los seres humanos sin excepción vienen de Dios y son amados por Dios con un amor incomprensible.  Entonces, cuanto más nos introduzcamos en el corazón de Dios, más descubriremos a nuestro prójimo. De este modo recibimos el impulso de regresar a la tierra, por así decirlo, y de buscar a él o a ella, porque sabemos que allí encontraremos al Dios que hemos comenzado a amar: descubrimos a nuestro prójimo en Dios y redescubirmos a Dios en nuestro prójimo.

Ahora bien, cuando verdaderamente amamos a los demás, su felicidad pasa a ser nuestra, porque comenzamos a amarlos como "otro yo" y sin embargo, la mayoría de las veces los encontramos en el dolor, en el sufrimiento y en la lucha por ser felices.  Como los amamos como "otro yo", su sufrimiento también pasa a ser el nuestro.  Nos afligimos por ellos, dado que es muy difícil mantenerse indiferente a los sufrimientos de los demás después de haber descubierto y entrado en el corazón de Dios.  Son los pecados de los seres humanos, la fría indiferencia de los demás hacia Dios y el prójimo que nos llena de pena.  Esta, sin embargo, es una pena bendita, una pena que no es incompatible con la dicha, pero que existe con ella, dado que es la dicha de haber sido invitados a la pena de Cristo, que es una dicha repleta de pena.

3.  "Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia".

Un espíritu manso es un espíritu amable.  Los pobres de espíritu que lamentan la miseria de los demás porque realmente saben lo que es y están motivados a compartirla son amables con los que están sufriendo.  Los mansos no se sienten ofendidos rápidamente; son muy pacientes con los demás porque saben que Dios siempre ha sido paciente con ellos.  Si miramos con detenimiento cuántas veces actuamos mal durante el transcurso de los años, la cantidad de veces que nuestras impresiones, inferencias, conclusiones, convicciones, etc. resultaron erróneas, tendemos a ser menos farisaicos y más seguros de la manera en que vemos e interpretamos las acciones de los demás.  Dudamos en llegar a conclusiones definitivas y por ende aumenta nuestra capacidad de ser más pacientes y más amables con los demás y de estar más abiertos a escucharlos, sin importar de quién se trate.  La ira es la respuesta a una injustica, pero muchas veces lo que interpretamos como una injusticia, si lo analizamos en detalle, no lo es.  Aquellos que reaccionan rápidamente manifestando ira son los que están dispuestos a llegar a conclusiones rápidas; confían sin demasiado reparo en la forma que tienen de ver las cosas y creen que la forma en que captan la realidad es mucho más integral de lo que realmente es.

Sin embargo, cuando una persona finalmente se da cuenta de cuán pequeño es el marco desde el cual observa e interpreta el mundo en un momento en particular, tiende a estar más abierta a aprender y se rehúsa a tomar conclusiones apresuradas, con lo cual es menos proclive a reaccionar con ira.  Los mansos son serenos, controlan sus emociones, en particular la pasión de la ira.  Sin embargo, la mansedumbre no implica la supresión de la ira.  Recuerden que Jesús se enojó con los mercaderes en el templo y los expulsó.  La ira se rige por la razón y es una respuesta a la injusticia real, no es pecaminosa, sino más bien virtuosa. Sin embargo, la decisión deliberada de mantener viva la ira con el ánimo de no perdonar, sí es pecado.

4.  "Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados."

Las Sagradas Escrituras deben leerse en su contexto histórico y de ese mismo modo debe interpretarse este particular pasaje.  El hambre y la sed, con el sentido en que se utilizan en este texto, son situaciones que pocos de los que vivimos en el mundo occidental hemos experimentado.  Jesús se está refiriendo a los retorcijones de hambre de un trabajador palestino del primer siglo, que sabía lo que era no comer nada durante un período prolongado de tiempo y la sed es la que siente un palestino que sufrió el calor del desierto y la sed que provoca.  Impera una indiferencia impresionante en este mundo y ello se debe a que la indiferencia es bastante indolora.  Los que son indiferentes no sufren por las heridas de los demás. Muchos, de hecho, disfrutan en secreto las desgracias de los demás, que es el motivo por el cual las malas noticias se difunden tan rápidamente.  Muchos ni siquiera se indignan antes las injusticias que los rodean y si bien son muy apasionados respecto de sus metas, sus ambiciones muchas veces tienen poco que ver con lograr que el mundo sea más justo y más que ver con su realización personal.

Cuanto más intenso sea tu amor, más intensos serán el hambre y la sed; dichosos ustedes si viven este tipo de hambre y sed, porque eso significa que están participando del hambre y sed de Cristo.

No obstante, un indicio de que el Señor te está acercando a Él, a su propia vida, es que eres el tipo de persona que ama la justicia más que a sí misma, en contraposición con el tipo de persona que cuida primero de sí mismo para después, sólo después, una vez que haya saciado todas sus necesidades, preocuparse por los demás.  Quienes están participando del reino de Cristo sufrirán mucho de hambre y sed porque hay una injusticia desmedida a nuestro alrededor.  Cuanto más intenso sea tu amor, más intensos serán el hambre y la sed; dichosos ustedes si viven este tipo de hambre y sed, porque eso significa que están participando del hambre y sed de Cristo.

5.  "Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia."

Cristo reveló que Dios es absoluta misericordia.  Vino a morir por nosotros y a cancelar la deuda del pecado, que nosotros no podemos pagar.  Misericordia viene del latín (miser, cor, dia).  La palabra significa "el corazón (cor) de Dios (deus) que toca nuestra miseria (miser)".  Dios se introduce en nuestra miseria haciéndose hombre en la persona de Cristo.  Lo hace para inyectar el consuelo de su presencia en la profundidad de nuestra oscuridad, para que cuando nuestra vida nos parezca oscura, no tengamos que sufrir solos.  Cuando somos tocados por su misericordia, nosotros también nos volvemos misericordiosos; seguirlo significa ser un canal de su misericordia.

6.  "Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios."

Lo que es puro no está mezclado.  Por ejemplo, hablamos de jarabe de arce puro cuando no está mezclado con ninguna otra cosa.  Tener el corazón puro significa que profesamos un amor indiviso a Dios, que tenemos un corazón que no se mezcla con ningún otro amor que compita con el amor a Dios.  Algunas personas aman a la creación más que al Creador; aman a las cosas; adoran las cosas, la riqueza, los placeres de la tierra, la glorificación del ser, etc.  Es probable que amen a Dios, pero su amor está mezclado con un amor desordenado a sí mismo.

Aristóteles dijo: "Según como la persona es, así será su modo ver."  Lo que podemos y no podemos ver está en gran medida determinado por nuestro carácter, por el tipo de persona que hicimos de nosotros, según nuestras elecciones morales.  Somos lo que amamos.  El 'corazón' es el factor más importante para determinar qué es lo que podemos ver.  Siempre me ha resultado fascinante conversar con grupos de alumnos de noveno grado, que tienen entre catorce y quince años, ya que son sumamente inteligentes y aún conservan la pureza e inocencia de la niñez. Logran alcanzar un grado de entendimiento de los conceptos teológicos más elevados, algo que ya no es posible con muchos estudiantes mayores que perdieron esa pureza.  Es por ese motivo que los que tiene el corazón puro verán a Dios, quien nos llama a que lo amemos a Él más que a sus dones.  Si finalmente llegamos hasta ese punto, lo veremos a Él tal como es en sí mismo (la Visión Beatífica).

7.  "Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios."

Paz en latín es 'pax', que significa unidad.  Tal como lo profetizó Ezequiel, el Señor reunirá a su pueblo de entre todas las naciones; porque el amor une y el odio divide.  Los que trabajan por la paz se esfuerzan para reunir y mantener una auténtica armonía entre la gente.  El que trabaja por la paz no es un "activista por la paz", sino mas bien una persona que desea 'hacer' las paces, trabajar para ello o incluso luchar por ello.  Un agresor injusto, que puede abarcar a una nación entera, está resuelto a destruir la paz. Así pues, la persona que verdaderamente trabaja por la paz tiene incluso deseos de tomar las armas y luchar, tal vez de morir por la pax de la nación, tal como lo han hecho nuestros veteranos de guerra.  Entonces, no es necesario que nos volvamos pacifistas si somos cristianos.

Los que andan con chismes no buscan la paz, sino el escándalo y la división.  Las personas controladoras tampoco persiguen la paz, dado que desean agrupar todo en una unidad, pero manteniendo dicha unidad bajo su control y manejo.  Pretenden ordenar todo en pos de garantizar un entorno seguro para sí mismos.  Cuando se trata de un sacerdote u obispo, éste puede traicionar los deberes de su cargo si se niega a hablar cuando es necesario, manteniéndose en silencio frente a cuestiones morales difíciles porque ama su propia "serenidad" más que el bien de su rebaño.  Puede sentir la tentación de racionalizar su silencio bajo pretexto de "trabajar por la paz", es decir, de no tener desos de provocar "divisiones", una actitud contraria a Cristo: "No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada" (Mt 10, 34).

Sin embargo, la persona que verdaderamente trabaja por la paz, no es una "entidad organizadora", sino que un instrumento en las manos de Cristo que logra el orden y la "unión" de una forma que por el momento va más allá de nuestro entendimiento.  Mucho después, cuando miremos atrás, empezaremos a ver que lo que parecía una vida caracterizada por la aleatoridad ininteligible era, por cierto, un movimiento ordenado hacia la realización de un plan más importante de la divina providencia.

8.  "Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos."

La última bienaventuranza implica claramente que existe una diferencia real entre dicha y placer; dado que no existe ningún placer en ser perseguido, pero sí se siente una dicha secreta en los lugares más recónditos del alma, porque uno se da cuenta de que ha recibido el don de haber sido arrojado al mismísimo corazón de su silencio.  Cristo es dicha y al ser perseguidos por su causa, tanto ustedes como yo lo empezamos a conocer realmente.  El silencio de Cristo es mucho más dichoso que la mayor de las dichas que la tierra pueda ofrecernos y esto es lo que provoca la persecución por causa de Cristo, nos quita del ruido del mundo y nos introduce en el reposo profundo de su silencio terrenal.

Esta bienaventuranza claramente implica que Jesús no es un mero ser humano.  ¡Qué absurdo me parecería llamar feliz a alguien por sufrir persecución a causa mía!  ¿Qué autoridad tengo para ofrecerles cualquier tipo de bendición por lo que eligieron padecer por mí? Sin embargo, Jesús sí puede impartir bendiciones a los que sufren por pertenecer a Él porque no es un mero hombre. Él es verdadero Dios y verdadero hombre, y como Dios, elige unirse a la naturaleza humana para inyectar sufrimiento humano con la mismísima dicha de su vida sobrenatural, que es tan distinta a cualquier otra dicha que nos deja verdaderamente perplejos.  Descansamos en Él, dado que hemos encontrado todo lo que el corazón humano está buscando, pero que no podemos encontrar fuera de Él.

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Agradecimiento

Diácono Douglas McManaman. "The Beatitudes: A Concise Summary" (Las bienaventuranzas: un breve resumen). CERC (Junio de 2014).

Impreso con el permiso del diácono Douglas McManaman. 

Sobre El Autor

McManamanaMcmanman3aDouglas McManaman es diácono y profesor de religión y filosofía en la Father Michael McGivney Catholic Academy en Markham, Ontario, Canadá. Fue presidente de la Canadian Fellowship of Catholic Scholars. Administra la siguiente página de Internet para su alumnos: A Catholic Philosophy and Theology Resource Page. Estudió filosofía en el St. Jerome's College en Waterloo y teología en la Universidad de Montreal. Es autor de Basic Catholicism, Introduction to Philosophy for Young People, y A Treatise on the Four Cardinal Virtues. El diácono McManaman forma parte del comité asesor de Catholic Education Resource Center.

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