La mirada de Dios

El rostro revela el alma. Podemos leer mucho sobre la persona a partir de su expresión facial. El rostro puede revelarnos mucho sobre lo que está pensando, sintiendo y experimentando. Cuando queremos ser honestos y directos, vemos a alguien a la cara. Cuando nos decidimos a enfrentar una situación difícil, la encaramos. 

Por otro lado, estar ante el rostro de otra persona puede ser amenazante o causarnos vergüenza, pero en otras ocasiones también puede resultar vivificante. 

En el libro de los Números, el Señor indica a Moisés la manera en que desea que los sacerdotes bendigan al pueblo: “Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes les dirán: ‘Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz’” (Nm. 6:23-26). 

Todo esto se refiere al rostro de Yahvé. Con frecuencia hablamos del hombre en búsqueda de Dios. Pero la confianza aquí va en un sentido diferente. Se trata más bien de la búsqueda que Dios hace de nosotros. Dios nos ve con amor y nos busca incluso cuando huimos de él. 

Pensemos en el Salmo 139 en este mismo contexto: “Señor, tú me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente…”. 

Muchos de nosotros, sin saberlo, somos deístas. Es decir, consideramos a Dios—si es que llegamos a pensar en él—como una fuerza distante, un poder creativo que se mantiene indiferente ante el mundo. 

Pero ésta simplemente no es la religión bíblica. Dios nos conoce, Dios nos ama, sale a nuestro encuentro y hace que su rostro resplandezca sobre nosotros, posando su mirada amorosa sobre nosotros. 

Pensemos en la experiencia de haber sido vistos por alguien que nos ama y a quien amamos. En esa mirada—penetrante, conocedora, benigna—no encontramos opresión, sino alegría y paz. Así es como Dios nos mira.