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Una conciencia falsa

  • ANTHONY ESOLEN

La breve charla entre Boswell y el doctor Johnson sea quizás mi conversación favorita registrada en la literatura inglesa, cuando el primero decía que quería postularse para ocupar un escaño en el Parlamento y el segundo le aconsejaba que no lo hiciera. 


schelerMax Scheler

Boswell:   "Quizá no me sentiría muy feliz de participar en el Parlamento.  Nunca vendería mi voto y seguro me sentiré contrariado cuando las cosas no salgan bien".

Johnson:  "Eso es fingir, señor.  Las contrariedades no serán mayores en el Parlamento que en la galería: los asuntos públicos no afligen a nadie".

Boswell:   "¿No se ha sentido algo afligido por ello, señor? ¿No se ha sentido contrariado por la turbulencia de este reinado así como por la absurda votación en la Cámara de los Comunes, 'que la influencia de la Corona ha aumentado, está aumentando y debería reducirse'?"

Johnson:  "Señor, nunca he dormido por ello una hora menos, ni he comido una onza menos de carne.  Sin dudas hubiera apaleado a los perros facciosos en la cabeza, pero nunca me sentí contrariado".

Boswell:   "Debo reconocer, señor, -le doy mi palabra de honor- que pensé que yo estaba contrariado y me sentí orgulloso de eso, pero tal vez estaba fingiendo dado que admito que a mí tampoco me quitó el sueño ni el hambre".

Johnson:  "Mi querido amigo, despeje su mente de palabrerías vanas.  Puede hablar como lo hacen otras personas: puede decirle a un hombre 'señor, soy su más humilde servidor'. Usted no es su más humilde servidor.  Puede decir 'Son tiempos difíciles; ser reservado en estos tiempos es melancolía'. Ni siquiera le importa cómo son los tiempos.  Puede decirle a otro 'Siento mucho que el clima haya estado tan feo el último día de su viaje y que se haya mojado tanto'. Le importa un rábano si está seco o mojado.  Puede hablar de esta manera -es una forma de hablar en la sociedad-, pero evite pensar como un tonto".

Cuando Johnson rechaza el fingimiento o las palabrerías vanas no se refiere al protocolo que allana el camino en las relaciones sociales.  Tampoco es lo mismo que la hipocresía.  El hipócrita habla de un modo y se comporta de otro, muchas veces sin tener conciencia de ello.  Entonces, ¿por qué decimos que estamos "contrariados", "ofendidos" o "indignados" cuando no perderemos ni un minuto del sueño? ¿Por qué decimos que "acompañamos" a las personas que sufren opresión, cuando no nos movemos ni un poquito para apoyarlos? Más: ¿por qué parece que nos sentimos mejor con nosotros mismos si hacemos pública nuestra contrariedad o nuestra solidaridad con los oprimidos?

Me permito suponer que este fingimiento es la expresión de un sustituto falso y superficial de la conciencia.  En un hombre fuerte, la conciencia es un centinela en las almenas, un vigilante severo, un sargento en las trincheras, un comandante a quien debemos prestar atención.  Nos gustaría tomarnos las cosas con calma, pero el centinela nos alienta para que nos mantengamos despiertos porque no sabemos la hora en que aparecerá el ladrón.  Nos gustaría cruzar la verja para ir tras los placeres mundanos, pero el vigilante nos fulmina con la mirada y nos llama la atención.  Nos gustaría esperar fuera del campo de batalla, pero el sargento nos llama para que cumplamos con nuestros deberes.  Nos gustaría ser grandes en el mundo y pequeños de alma, pero el Señor nos llama a la santidad, sin importar lo que piense el mundo.

Sin embargo, el sustituto de la conciencia es como la membrana que cubre la garganta de quien padece difteria.  Lo sofoca.  No exige que hagamos algo, sino que nos limitemos a manifestar que creemos en algo.  Incluso si actuamos, no es el amor el que nos mueve, sino el deseo de parecer recto.

Max Scheler trata este fenómeno en Ressentiment, haciendo mención de la viuda del Evangelio que colocó una pequeña moneda en el tesoro del Templo.  "El óbolo de la viuda", dice "significa más para Dios que las ofrendas de los ricos -no sólo porque se trate de simples 'óbolos' o porque quien los ofrece es una 'pobre viuda', sino que porque su acción revela más amor". San Pablo quiere dar a entender lo mismo cuando dice que aún si vendiera todo lo que tiene y se lo entregara a los pobres, si no tiene amor, no le valdrá de nada.  El amor no es valioso por ser útil, como "sólo una de las innumerables fuerzas que promueven el bienestar humano o social".  Es en sí mismo algo de lo cual queremos más, "que debería existir un amor máximo entre los hombres", un amor que penetre en la totalidad de la persona y nos ofrezca un modo de vida más elevado y rico.  "Su significado", dice Scheler, "yace en sí mismo, en su iluminación del alma, en la nobleza del alma amorosa en el acto de amor".

Muchos años atrás, al inicio de la segunda guerra de Iraq, un jugador importante de fútbol americano de Arizona Cardinals se alistó en el ejército y fue asesinado ni bien comenzó a luchar.  Fue ridiculizado por muchos comentadores sociales por haber tenido una creencia equivocada respecto de la guerra.  No pudieron ver su acto de patriotismo, o si lo vieron, lo odiaron, porque reflejaba claramente la nobleza del jugador y la pequeñez de los comentadores.  En otras palabras, transfirieron el acto de amor del deportista, sin importar si se había confundido o no, del terreno de lo espiritual y del hombre interior al terreno del análisis público, desde donde podían sentarse en sus salas y congratularse por una mera opinión.

O ver a Dorothy Day.  Bajo la influencia tranquilizadora del poeta-teólogo Peter Maurin, aprendió a vivir el evangelio en una pobreza que fue buena y valiosa en sí misma y que no pretendía ser un reproche a un odiado mundo exterior.  No se trata de ver qué causas políticas apoyó o si estaba equivocada o no.  Después de todo, el mismo San Vicente Ferrer ayudó al "papa" equivocado durante el Gran Cisma de Occidente.  Lo importante es que Dorothy Day amó.  También lo hizo la Madre Teresa, quien  ha sido vilipendiada por ateos tanto de izquierda como de derecha por no haber liderado la revolución política correcta en la India.  Así, las personas que jamás han alzado a un hombre cubierto de llagas de una zanja ni asistieron a los moribundos con ternura de modo tal que hasta el último día de sus vidas estuvieran bañados de amabilidad y luz - personas que nunca hicieron nada tan esplendorosamente hermoso por Jesús o por cualquier otro, incluso por aquellos a quienes dicen amar - pueden consolarse con la certeza de que creen en lo correcto respecto del bienestar social o de una economía libre o de lo que sea.  La conciencia falsa murmura palabras tranquilizadoras.

"Nada puede estar más lejos de este concepto genuino de amor cristiano", dice Scheler "que toda clase de 'socialismo', 'sentimiento social', 'altruismo' y otras modernidades de inferior rango".

"Nada puede estar más lejos de este concepto genuino de amor cristiano", dice Scheler "que toda clase de 'socialismo', 'sentimiento social', 'altruismo' y otras modernidades de inferior rango".  Así es como funcionan las palabrerías vanas.  Observen a un político que ha fallado en cuestiones a las que debería haberles prestado toda su atención.  Su matrimonio es una espantosa burla.  Sus hijos se fueron del hogar.  Desprecia profundamente el lugar en que nació.  Su fe es un espectro.  No puede seguir el consejo de Pascal de aprender a quedarse quieto en su habitación.  Se vuelve hacia otros, pero no por la cualidad expansiva de su alma, o para dar amor, sino que por el deseo de escapar de su pequeñez.  El impulso altruista, dice Scheler, "es en verdad una forma de odio, de odio a sí mismo, que se presenta como su opuesto ("amor") en la perspectiva falsa de la conciencia".  Una persona así solo vive por oposición.  Quiere a personas que pueda fomentar o hacer crecer como maginalizadas - para usar una palabra fea e inhumana- sólo para que pueda continuar sumergido en su animadversión.

Una persona así disipa la fastidiosa conciencia de su impotencia y fracaso opinando lo "correcto", votando lo "correcto", creyendo lo "correcto" y hasta incluso destinando su dinero a lo "correcto".   Estos actos pueden costarle poco.  Lo pueden acercar cómodamente a la compañía de otros que comparten sus opiniones y que le dirán que está en lo correcto y que todos ellos son mejores que los demás, que opinan lo incorrecto, votan lo incorrecto y así sucesivamente.

Todas estas son palabrerías vanas.  Un cristiano con una conciencia adecuadamente formada debe entender que, como dice Scheler, la paz en la tierra que exige Jesús es "una región sagrada de paz, amor y perdón, que existe en la profundidad del alma de los hombres en medio de toda batalla y que evita que crean que los objetivos del conflicto [histórico] son últimos y definitivos".  Ama a tu prójimo como a ti mismo, dice Jesús.  Este es nuestro desafío.  Jesús nos trae vida y vida en abundancia.  ¡Qué promesa más aterradora!  

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Agradecimiento

esolen Anthony Esolen. "A Counterfeit Conscience" (Una conciencia falsa) Crisis Magazine (29 de mayo de 2014).

Reimpreso con el permiso de Crisis Magazine

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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