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Tolerancia y reciprocidad

  • ANTHONY ESOLEN

Lo que a menudo no se reconoce es que la tolerancia implica reciprocidad de parte de la persona cuyo comportamiento se tolera.


owl1 Tomás de Aquino, como práctico que era, entendía que no es factible que todas las cosas malas sean proscritas por una ley humana.  No tiene que ver con que la gente no está de acuerdo con lo que es malo, sino más bien con el hecho de que un sistema de gobierno bien administrado debería necesitar pocas leyes, fácilmente promulgadas y bien entendidas, que promuevan ampliamente el bien común y en las que el legislador pueda atender las cosas que sin dudas se encuentran bajo su jurisdicción.  La costumbre y los intercambios ordinarios entre seres humanos deben atender a lo demás.  Dado que los seres humanos son díscolos -ya que sufren los males del orgullo, la envidia, la avaricia, la lujuria y los demás pecados capitales- siempre será necesario que tengamos la modesta virtud de la tolerancia para poder pasar un día sin tener que andar a los puñetazos con unos y otros.

El significado etimológico de la palabra indica lo que implica esta virtud.  El latín tol- está relacionado con un grupo de palabras que tienen que ver con llevar una carga: en alemán, dulden, ser paciente, soportar; en inglés antiguo tholian, sufrir; en latín tuli, he soportado.  Cuando toleramos tenemos paciencia con algo o alguien; aguantamos la existencia de un mal.  Lo hacemos debido a que, dadas las circunstancias, protestar daría lugar a un mal mayor.  Hay un momento para la corrección pública, hay un momento para resistir con tranquilidad y, si surge la oportunidad, para una corrección privada.

Me gustaría hacer una distinción entre tolerancia y una virtud aún más modesta, una que no tiene nombre; es parte civilidad, parte ecuanimidad, parte humildad.  Algunas veces se la llama "pluralismo", pero no está del todo bien llamarla así.  Reconocemos que ninguna persona puede entender por completo la condición humana o el bien común en su totalidad.  Somos falibles, primero que todo; pero también estamos dotados de una diversidad de intereses y talentos.  Entonces, agradecemos una suerte de libertad de acción, dentro de los límites de una cortesía común y la ley moral.  Un hombre trabaja con automóviles durante su tiempo libre, otro planta vides, otro lee libros de filosofía.  Es para nuestro beneficio general que esto sea así.  Sin embargo, en estos casos no existe nada que realmente debamos tolerar.  La tolerancia correctamente entendida siempre supone soportar algún problema o incluso un mal moral.

Lo que a menudo no se reconoce es que la tolerancia implica reciprocidad de parte de la persona cuyo comportamiento se tolera.  Ya que la tolerancia de un acto ilícito se otorga libremente, es un acto de gentileza y no el pago de una deuda.  En consecuencia, queda en el infractor, como mínimo, abstenerse de agravar la carga de la tolerancia.

Supongan que mi vecino ha dejado a su esposa por otra mujer.  No ha ido contra la ley, a pesar de que tal vez debería ser así, pero actuó mal.  Puede protestar todo el día sobre lo exasperante que es su esposa, pero eso no cambiará el hecho de que está rompiendo una promesa y haciendo lo suyo para debilitar una institución fundamental para la sociedad.  Me cae bien mi vecino, pobre hombre.  Está al borde de un colapso nervioso y su madre está muy enferma. Por este y otros motivos, he decidido tolerar su comportamiento.  No lo voy a castigar, pero tampoco voy a aprobar lo que hace.

No importa si mi tolerancia en este caso es prudente o sólo tímida, pero requiere reciprocidad de parte de mi vecino.  Entonces, deberá abstenerse de traer a su nueva mujer a mi casa para reunirse con mi mujer y mis hijos.  Se abstendrá de pasar el tiempo abrazado junto a ella en el jardín del frente.  Se abstendrá de hacer público el adulterio.  Ciertamente no lo celebrará.

La discreción que debe tener es, por así decirlo, el Doppelgänger de la tolerancia.  Tolero su vicio; él "tolera" mi tolerancia y tiene una deuda conmigo por hacerlo.  Otro ejemplo.  La tienda local vende la revista Playboy.  Tienen permiso legal para hacerlo.  Pero está mal; degrada la belleza del cuerpo humano y quita a la sexualidad de su ámbito adecuado dentro del matrimonio para convertirla en la búsqueda privada de la gratificación.  Si tácitamente exigen tolerancia, incurren tácitamente en una deuda de reciprocidad.  Deberán poner la revista ofensiva fuera de la vista.

Pero eso también es una ofensa contra la tolerancia. Es hacer que tu vecino siempre tenga conciencia de su tolerancia: cansarlo con eso, fastidiarlo poco a poco para que desista, porque es mucho más fácil aprobar que tolerar.

El lector se dará cuenta de que los dos ejemplos tienen que ver con el sexo.  No era necesario que fuera así; el principio sigue vigente.  Supongan que el mecánico de mi automóvil acepta dinero en efectivo. Pagando al contado y a espaldas del fisco, sus clientes se beneficiarán con una reducción de sus gastos.  Ahora bien, yo tengo conocimiento de que firmar un formulario impositivo con una declaración de ganancias falsa es deshonesto.  El mecánico también lo sabe, del mismo modo que no contrataría a nadie que haya firmado cuentas de gastos falsas.  Como yo le pago con un cheque y no lo denuncio, tolero el mal.  Supongamos que este mecánico se presentara como candidato para ocupar un cargo público en una plataforma de la reforma tributaria.  Eso equivaldría a sumar otra carga a mis espaldas.  Sería una burla a la tolerancia misma.

De todos modos, debido a la gran libertad de acción que la ley permite cuando se trata de relaciones sexuales en comparación con las relaciones financieras, y debido a los caprichos del deseo humano, el comportamiento que concierne a nuestra naturaleza sexual ofrecerá muchas más oportunidades para ejercer la tolerancia - y la reciprocidad que merece dicha tolerancia.

Soy padre de un niño de doce años.  Quiero que mi hijo se sienta cómodo siendo un niño.  Quiero que crezca y se sienta atraído por las mujeres, y que a su vez él les resulte atractivo a las mujeres.  Quiero que tenga amistades naturales y normales con otros hombres, pero no las relaciones sofocantes, con toqueteos incluidos, que atrofian la madurez de un niño.  Quiero que él camine y hable y trabaje y juegue y luche y ría como el hombre que observé desarrollándose dentro suyo.  Quiero que ame la belleza y la gracia y la sabiduría de las chicas y las mujeres y quiero ver cómo las perfecciona y cómo ellas lo perfeccionan a él.  Espero que se case con una buena mujer y que críe niños felices, que se vean como él y su esposa, y tal vez un poco como mi esposa y yo.  Es perfectamente natural que yo quiera esto.  Es lo que los padres siempre han querido para sus hijos.

En consecuencia, es natural que yo no quiera que nadie le ponga una trampa en su camino.  La adolescencia viene acompañada de una vorágine de nuevos sentimientos: frustración por seguir siendo tan jóvenes, miedo de que ya sean demasiado grandes, el deseo de un objeto bello indefinido, curiosidad por cosas buenas que son misteriosas y cosas malas que parecen serlo; nadie puede trazar un mapa para cada niño adolescente.  Los adolescentes son, entonces, especialmente vulnerables.  Tenemos que hacer que su paso sea lo más saludable y fácil posible.

Correcto, entonces.  Entiendo que hay hombres que no han adquirido una naturaleza masculina saludable que espero que mi hijo sí tenga.  No me río de ellos.  No deseo que sean enfermos. Cuento con algunos de ellos entre mis amigos.  Les demuestro mi tolerancia por un estado que al menos dista bastante de ser un bien natural. Mi tolerancia exige un buen grado de reciprocidad seria.  En primer lugar, los derechos de mi hijo deben ser respetados.  No quiero trampas en su camino, gracias.  No debería tener que sufrir, ya sea por sugerencia, invitación, ejemplo público o bien por incentivación o sofistería moral, ningún tipo de complicación en su camino para convertirse en un hombre saludable, capaz de amar a una mujer de una manera saludable.  El señor Madison y el señor Unger viven en el mismo apartamento: son compañeros de habitación.  El profesor de historia, el señor Delvecchio, tiene 40 años y es soltero.  Bien, algunas personas son solteros confirmados.  Y claro que pueden serlo.  Deberían lograr una suposición de normalidad que no tenga que ver con la libertad.

Aparte de eso, colaboramos con la tolerancia de nuestros vecinos si mantenemos nuestras serpientes guardadas.

También se desprende de ello que si la expresión pública de que algo está mal es una ofensa contra la tolerancia, también lo es la declaración pública de una propensión a involucrarse con el mal.  Todas las personas vivas son atormentadas por tentaciones.  Se las podemos contar a nuestros confesores o, en muchas menos oportunidades, a nuestros mejores amigos bajo la condición de que guarden el secreto, o a nuestros cónyuges, cuando no les provoque un dolor innecesario.  Aparte de eso, colaboramos con la tolerancia de nuestros vecinos si mantenemos nuestras serpientes guardadas.

Si un hombre casado te dice "Siento atracción por tu hija, pero te aseguro que nunca cederé ante esa tentación", de un solo golpe ha hecho que sea imposible que tú puedas verlo alguna vez junto a tu hija en la misma habitación sin que se te cruce esa sombra por la cabeza. Con su falsa e hipócrita muestra de honestidad, él ha depositado una pesada carga sobre tus espaldas.  Si rompes tu amistad con él, este tipo franco y egoísta podrá aliviarse diciendo "fue él quien me dio la espalda".

Hay cosas que sería mejor no saber.  Pero hay más.  El hombre que expone su tentación puede estar buscando la aprobación.  "¡Mírame! Tengo la tentación de hacer cosas con otro hombre que ni Dios ni la naturaleza jamás se imaginaron, pero no las voy a hacer.  ¿No vas a felicitarme?"  No, ni siquiera un poquito.  Si un hombre dice "algunas veces me pregunto cómo sería incendiar un bus repleto de profesionales.  Nunca lo haría, pero tan solo imagina esa cantidad de sangre", directamente pensaríamos en denunciarlo a la policía.  Y luego hay un pequeño paso entre aprobar a este valiente tipo que pone de manifiesto su tentación y que abiertamente evita el pecado y sugerir que tal vez el pecado no sea tan malo si después de todo hasta un tipo tan abiertamente virtuoso se siente asediado por esa tentación.

Eso también es una ofensa contra la tolerancia.  Es hacer que tu vecino tenga conciencia de su tolerancia: cansarlo con eso, fastidiarlo poco a poco para que desista, porque es mucho más fácil aprobar que tolerar.  Así es que los más intolerantes entre nosotros suelen sermonear sobre la tolerancia – para hostigar a sus oponentes hasta que se sometan y salirse con la suya.

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Agradecimiento

esolen Anthony Esolen. "Tolerance and Reciprocity". The Public Discourse (21 de septiembre de 2012).

El artículo se reimprime y se publica con el permiso explícito de Withersoon Institute. Public Discourse: Ethics, Law, and the Common Good es una publicación online del Witherspoon Institute que busca mejorar la comprensión pública de fundamentos morales de sociedades libres haciendo que la erudición de sus socios y pensadores afiliados esté disponible para la audiencia en general.

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2012 The Public Discourse
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