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¿Cuál es la respuesta de Dios al sufrimiento humano?

  • PETER KREEFT

La respuesta debe ser alguien, no sólo algo.


champaigne Porque el problema (el sufrimiento) se refiere a alguien (Dios - ¿por qué él...?, ¿por qué él no...?) en vez de tratarse sólo de algo. Cuestionar la bondad de Dios no es sólo un experimento intelectual. Es rebelión o lágrimas. Es un niñito con lágrimas en sus ojos que mira a su padre y le dice: "¿Por qué?" No se trata simplemente del "¿por qué?" de los filósofos. No sólo agrega la emoción de las lágrimas sino que además es una pregunta que se formula en el contexto de una relación. Es una pregunta que se le hace a un padre, no una pregunta hecha al vacío.

El niño dolido necesita mucho más de los consuelos que de las explicaciones de su padre. Y eso es lo que nos dan: el consuelo de un Padre en la persona de Jesús, "El que me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14, 9).

La respuesta no es sólo una palabra, sino la Palabra; no una idea, sino que una persona. Los indicios son abstractos, las personas, concretas. Los indicios son signos; significan algo que está más allá de ellos mismos, algo real. Nuestra solución no puede ser una mera idea, sin importar cuán verdadera, profunda o útil sea, ya que eso sería solamente otro signo, otro dedo, otro indicio como dedos señalando a otros dedos, como tener fe en la fe o esperanza en la esperanza o estar enamorado del amor. Una sala de espejos.

Además de estar aquí, está ahora. Además de estar concretamente real en nuestro mundo, él, nuestra respuesta, también está en nuestra historia, en el relato de nuestra vida. Nuestra historia también es su historia. La respuesta no es una verdad sin tiempo, sino que un incidente catastrófico de una vez por todas, tan real como las noticias que aparecen hoy en los periódicos.

Es, desde ya, el relato más familiar y más veces narrado en el mundo. Sin embargo, también es el más extraño y nunca ha perdido su extrañeza, su capacidad de asombrar, y no lo hará ni siquiera en la eternidad, donde los ángeles tiemblan cuando miran cosas que a nosotros nos aburren. Y sin importar cuán extraño sea, es la única llave que encaja en la cerradura de nuestra vidas torturadas y de nuestras necesidades. Necesitábamos un cirujano y él vino y llegó a nuestras heridas con manos sangrientas. No nos dio placebo o una píldora o un buen consejo. Se nos dio a sí mismo.

Cuestionar la bondad de Dios no es sólo un experimento intelectual. Es rebelión o lágrimas. Es un niñito con lágrimas en sus ojos que mira a su padre y le dice: "¿Por qué?"

Él vino. Entró en el espacio y en el tiempo y en el sufrimiento. Vino, como un amante. El amor busca, por sobre todo, intimidad, presencia y unión. No busca la felicidad. "Mejor infeliz con ella que feliz sin ella" - esas son las palabras de un enamorado. Él vino. Ese es el hecho destacado, la verdad sobresaliente, que es la única que evita que nos peguemos un tiro en la cabeza. Él vino. Job está satisfecho a pesar de que el Dios que vino no le dio absolutamente ninguna respuesta a sus miles de preguntas atormentadas. Hizo lo más importante y nos dio el don más importante: él mismo. Es el regalo de un amante. A partir de nuestras lágrimas, nuestras esperas, nuestra oscuridad, nuestra soledad agonizante, nuestro llanto y sorpresa, a partir de nuestro grito "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", él avanzó todo el camino para dar directamente con ese grito.

Al venir a nuestro mundo también se metió en nuestro sufrimiento. Se sienta a nuestro lado en el auto atascado en un banco de nieve. Algunas veces arranca el auto por nosotros, pero aún si no lo hace, está ahí. Eso es lo único que importa. ¿A quién le importan los autos, los éxitos, los milagros y una larga vida cuando Dios está sentado a su lado? Se sienta a nuestro lado en los lugares más bajos de nuestras vidas, como el agua. ¿Estamos quebrados? El está quebrado con nosotros. ¿Nos rechazan? ¿La gente nos desprecia no por ser malos, sino que por ser o intentar ser buenos? El fue "despreciado, desechado por los hombres". ¿Lloramos? ¿Es la aflicción nuestro estado de ánimo habitual, un fantasma al que estamos tremendamente acostumbrados? ¿Alguna vez decimos "¡Ay, no, otra vez no! ¡No aguanto más!? El estuvo "abrumado de dolores y habituado al sufrimiento". ¿La gente no nos entiende, nos da la espalda? Escondían sus rostros de él como si fuera un bandido, un leproso. ¿Nuestro amor es traicionado? ¿Nuestras relaciones más queridas se han roto? El también amó y fue traicionado por aquellos a quienes amaba. "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron". ¿Algunas veces parece que no hemos vivido o que la vida nos dejara de lado, como si estuviéramos ahogándonos en inutilidad y olvido? Él se hunde con nosotros. A él también el mundo lo pasa por encima. Su amor sufriente también es rechazado, siendo, frecuentemente, sus propios seguidores los más culpables de ello; han hecho que su nombre fuera sinónimo de escándalo, especialmente entre las personas que él mismo eligió. ¿Qué judío encuentra el camino hacia él libre de las armas rotas del maldito prejuicio? Hemos hecho que fuera casi imposible que su propia gente lo amara, que lo vieran tal cual es, libre del humo de la guerra y del holocausto.

¿Cómo nos mira ahora? Con una pena continua, pero nunca con desprecio. Aumentamos sus heridas. Hay mil novecientos clavos en su cruz. Nosotros, aquellos a quienes él ama, extraña y desea apasionadamente, somos constantemente fríos, correctos y distantes con él. Y aún así el sigue todavía cuidando al mundo como una gallina a su huevo, como una madre a quien todos sus hijos se le volvieron en contra. "¿Puede una madre abandonar a su hijo? Aún así, yo nunca podría abandonarte". Se sienta a nuestro lado no sólo en los sufrimientos sino que también cuando pecamos. No nos da vuelta la cara, sin importar el grado en que nosotros le hayamos ignorado. Él soporta nuestras lastimaduras y cicatrices, nuestras caras de desprecio y gritos, nuestro odio y altanería, sólo para estar con nosotros. Estar con nosotros - eso sí es amor.

¿Desciende a todos nuestros infiernos? Sí. Recordemos la frase inolvidable de Corrie ten Boom desde las profundidades de un campo de muerte nazi "No importa cuán profunda sea nuestra oscuridad, él está aún más profundo". ¿Desciende a la violencia? Sí, sufriéndola y dejándonos el testimonio de unas pocas almas valientes que se han atrevido a intentarlo, no siendo el más notable en este siglo ni siquiera un cristiano sino que un hindú. ¿Desciende a la locura? Sí, también a la oscuridad. ¿Incluso a la locura del suicidio? ¿También puede estar ahí? Sí, puede. "Ni la oscuridad es oscura para él". Encuentra o hace que haya luz incluso allí, en la oscuridad de la mente - tal vez no hasta el próximo mundo, hasta la liberación de la muerte.

… Y aún así el sigue todavía cuidando al mundo como una gallina a su huevo, como una madre a quien todos sus hijos se le volvieron en contra.

Pues él ha abierto de un empujón la puerta más oscura de todas y la luz que venía detrás se derramó sobre el mundo para iluminar nuestro camino, dado que él ha cambiado el sentido de la muerte. No se trata simplemente de que él haya resucitado de entre los muertos, sino que él cambió el sentido de la muerte y en consecuencia también el de todas las muertes pequeñas, el de todos los sufrimientos que anticipan la muerte y que forman parte de la misma. La muerte, como el cáncer, va penetrando en la vida. Perdemos pequeños pedazos de vida cada día - nuestra salud, nuestra fuerza, nuestra juventud, nuestras esperanzas, nuestros sueños, nuestros amigos, nuestros hijos, nuestras vidas - todos ellos se escurren como agua entre nuestros dedos desesperados y temblorosos. Nada de lo que podamos hacer, ni siquiera haciendo el mejor de los esfuerzos, mantiene nuestras vidas juntas. Las únicas vidas que no tienen pérdidas de agua son las que ya están ahogadas. Los únicos corazones que no se rompen son los de aquellos que están construyendo afanosamente pequeños infiernos de control sin amor, capullos de egoísmo seguro y respetable para aislarlos de las olas de lágrimas que aparecerán tarde o temprano.

Sin embargo, el vino a vivir y a morir, y aún sigue viniendo. Aún está aquí. "Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 25, 40). Él está aquí. Él está en nosotros y nosotros en Él; somos su cuerpo. Él estuvo en la cámara de gas de Auschwitz. Se burlaron de Él en Soweto. Cortan sus miembros uno a uno en los miles de campos de exterminio seguros y legales para nonatos que se encuentran desparramados por todo el mundo, en los que él es demasiado pequeño para que lo veamos o para que sea objeto de nuestra preocupación. Es el alma más olvidada del mundo. Es aquel a quien amamos odiar. Hace lo que predica: pone su otra mejilla cuando lo abofeteamos. Eso es el amor, eso es lo que hace el amor y lo que el amor recibe.

Él vino por amor. Se trata sólo de amor. Las moscas zumbando alrededor de la cruz, el golpe del martillo romano que provoca que los clavos se hundan en su carne extremadamente blanda, el golpe infinitamente más fuerte del odio punzante de su propia gente que martilla su corazón, ¿por qué? Por amor. Dios es amor, del mismo modo que el sol es fuego y luz. Ya no puede dejar de amar del mismo modo que el sol no puede dejar de brillar.

De ahora en más, cuando sintamos los martillos de la vida golpeando nuestras cabezas o nuestros corazones, podemos saber - y debemos saber - que Él está aquí con nosotros, recibiendo los golpes. Todas las lágrimas que derramamos se convierten en sus lágrimas. Puede que no nos las enjugue, pero las hace suyas. ¿Preferimos tener nuestros ojos secos o sus ojos llenos de lágrimas? Él vino. Él está aquí. Ése es el hecho destacado. Si él no cura nuestros huesos quebrados, amores y vidas ahora, penetra en ellos y partiéndose él mismo, hecho pan, nos alimenta. Nos muestra que de ahora en más podemos usar nuestro propio quebrantamiento como alimento para aquellos a los que amamos. Como nosotros somos su cuerpo, también somos pan que se parte para otros. Nuestras propias fallas nos ayudan a curar otras vidas; nuestras propias lágrimas nos ayudan a enjugar otras lágrimas; el hecho de que nos odien ayuda a aquellos a quienes amamos. Cuando aquellos a quienes amamos cortan la comunicación con nosotros, él mantiene las líneas abiertas. El hecho de que él siempre está con nosotros nos permite estar con aquellos que se niegan a estar con nosotros.

Tal vez esté incluso en el sufrimiento de los animales, si, como parecen decir las Escrituras, somos de algún modo responsables de ellos y sufren con nosotros. No sólo ve, sino que sufre por la caída de cada gorrión.

Hace lo que predica: pone su otra mejilla cuando lo abofeteamos. Eso es el amor, eso es lo que hace el amor y lo que el amor recibe.

Todos nuestros sufrimientos se transforman en obra suya, nuestra pasión en su acción. Por eso instituyó la oración, dice Pascal, para dotar a sus criaturas de la dignidad de la causalidad. Somos realmente su cuerpo; la Iglesia es Cristo como mi cuerpo soy yo. Es por eso que Pablo dice que con sus sufrimientos completa en su propio cuerpo lo que Cristo aún tiene que padecer en el suyo (Col 1, 24).

Así, la respuesta de Dios al problema del sufrimiento no sólo sucedió 2.000 años atrás, sino que continúa sucediendo en nuestras propias vidas. ¡La solución a nuestro sufrimiento es nuestro sufrimiento! Todos nuestros sufrimientos pueden pasar a formar parte de su obra, la obra más grandiosa que jamás se haya hecho, la obra de la salvación, de ayudar a los que amamos para que ganen la alegría eterna.

¿Cómo? Esto sólo puede hacerse con una condición: que creamos. Ya que la fe no es sólo una elección mental dentro nuestro; es un pacto con él. "Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien ... me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos" (Apoc 3, 20). Creer, según el evangelio de San Juan, es recibir (Jn 1, 12), recibir lo que Dios ya ha hecho. Él cumplió con su parte ("Todo se ha cumplido", dijo en la cruz). Nuestra parte consiste en recibir esa obra y dejar que esa obra opere a lo largo de nuestras vidas, inclusive en nuestras lágrimas. Se las ofrecemos a él y él las toma verdaderamente y las utiliza de maneras tan poderosas que quedaríamos perplejos si las conociéramos ahora mismo.

Pues bien, el cristiano ve al sufrimiento del mismo modo que ve todo, de una manera completamente diferente y en un contexto absolutamente distinto al del no creyente. Ve eso y todo lo demás como un entre, como existente entre Dios y él mismo, como un don de Dios, una invitación de Dios, un desafío de Dios, algo entre Dios y él mismo. Todo se relativiza. No me relaciono con un objeto y mantengo a Dios en segundo plano; Dios es el objeto con el que me relaciono. Todo es entre nosotros y Dios. La naturaleza ya no es sólo naturaleza, sino que creación, la creación de Dios. Tener hijos es procreación. Mi propio yo es su imagen, no la mía propia, sino que una prestada.

¿Qué es entonces el sufrimiento para un cristiano? Es la invitación que nos hace Cristo de seguirlo. Cristo se dirige hacia la cruz y estamos invitados a seguirlo hasta la misma cruz. No porque se trate de la cruz, sino que porque es la de él. El sufrimiento es bendito, pero no porque se trate de sufrimiento, sino que porque es el de él. El sufrimiento no es el contexto que explica la cruz; la cruz es el contexto que explica el sufrimiento. La cruz le da este nuevo sentido al sufrimiento; ahora no es sólo entre Dios y yo, sino que también entre el Padre y el Hijo. El primer entre es elevado a los intercambios trinitarios del segundo. Cristo nos permite participar en su cruz porque esa es su manera de permitirnos participar en los intercambios de la Trinidad, compartir la mismísima vida interior de Dios.

Freud dice que nuestras necesidades absolutas son el amor y el trabajo. Ahora ambas necesidades se satisfacen gracias al mayor de nuestros miedos, el sufrimiento. El trabajo, porque nuestro sufrimiento ahora se convierte en opus dei, obra de Dios, obra de construcción en su reino. El amor, porque nuestro sufrimiento ahora se convierte en la obra del amor, la obra de la redención, salvando a aquellos a quienes amamos.

El verdadero amor, a diferencia de sus sustitutos sentimentales y populares, desea sufrir. El amor no es una palabra. El amor es la cruz. Nuestro problema al principio, el problema puro del sufrimiento, era una cruz sin un Cristo. Nunca debemos caer en la trampa opuesta y equivalente de un Cristo sin una cruz. Observen un crucifijo. San Bernardo de Clairvaux dice que siempre que lo hace, las cinco heridas de Cristo se le aparecen como labios que dicen "te amo".

En resumen, Jesús hizo tres cosas para resolver el problema del sufrimiento. Primero, vino. Sufrió con nosotros. Lloró. Segundo, al hacerse hombre transformó el sentido de nuestro sufrimiento: ahora es parte de su obra de redención. Los dolores de la muerte se convierten en dolores de parto para el cielo, no sólo para nosotros mismos, sino también para aquellos a quienes amamos. Tercero, murió y resucitó. Muriendo, pagó el precio por el pecado y nos abrió las puertas del cielo; resucitando, hizo que la muerte pasara de ser un agujero a ser una puerta, de ser un final a ser un comienzo.

Lo que hizo en tercer lugar, la resurrección, es lo que marca la diferencia en el mundo. Cuando expresamos nuestras condolencias, muchas veces comenzamos a decir algo como: "Sé que nada puede traer de vuelta a tu ser querido, pero...". Sin importar las palabras que sigan, sin importar qué tipo de psicología consoladora sigue luego de ese "pero", el cristianismo dice algo al afligido que hace que lo demás sea trivial, algo que el afligido desea escuchar infinitas veces más: Dios puede devolverle y le devolverá la vida a tu ser querido. Hay una resurrección.

¿Cuál es la diferencia? Simplemente la diferencia entre la alegría infinita y eterna y la ausencia de alegría infinita y eterna. La resurrección fue tan importante para los discípulos de Cristo que cuando Pablo predicó la buena nueva en Atenas, los habitantes pensaron que estaba predicando sobre dos dioses nuevos: Jesús y la resurrección (anastasis) (Hec 17). El mismo Pablo dijo "Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes... Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima" (1 Cor 15, 14; 19).

Debido a la resurrección, cuando se nos sequen todas las lágrimas, miraremos para atrás y, por increíble que parezca, reiremos, pero no con desdén sino que con alegría. Incluso ahora, lo hacemos un poco: cuando nos liberamos de una gran preocupación, se resuelve un problema, se cura una gran enfermedad, se alivia un gran dolor. Todo se ve distinto a los ojos de la retrospección, cuando todo ha pasado, que del modo que se veía como futuro, como posibilidad, o como presente, como experiencia. Recuerden el dicho atrevido de Santa Teresa que decía que desde el cielo la vida terrenal más miserable se verá como una mala noche en una mala posada.

Si encuentran que ello es difícil de creer, demasiado bueno para ser cierto, sepan que hasta el ateo Iván Karamazob comprende esa esperanza. Él dice

"puedo admitir ciegamente, como un niño, que el dolor desaparecerá del mundo, que la irritante comedia de las contradicciones humanas se desvanecerá como un miserable espejismo, como una vil manifestación de una impotencia mezquina, como un átomo de la mente de Euclides; que al final del drama, cuando aparezca la armonía eterna, se producirá una revelación tan hermosa que conmoverá a todos los corazones, calmará todos los grados de la indignación y absolverá de todos los crímenes y de la sangre derramada. De modo que se podrá no sólo perdonar, sino justificar todo lo que ha ocurrido en la tierra."

Entonces, ¿por qué Iván sigue siendo ateo? Porque a pesar de que cree eso, no lo acepta. No es un escéptico; es un rebelde. Como su propio personaje, el Gran Inquisidor, Iván está enojado con Dios por no ser más amable. Esa es la fuente más profunda de la falta de fe: no el intelecto sino la voluntad.

El amor no es una palabra. El amor es la cruz.

El cuento que relaté en este capítulo es la historia más antigua y más conocida de todas. Porque se trata de la historia de amor fundamental, la historia que más amamos relatar. Tolkien dice: "Nunca los hombres han deseado más comprobar que el contenido de una historia resulta cierto". Se sugiere en los cuentos de hadas y es por eso que encontramos que los cuentos de hadas son tan extrañamente atractivos. Kierkegaard lo cuenta bella y profundamente en el segundo capítulo de  Fragmentos filosóficos, en la historia del rey que amó y cortejó a la humilde campesina. Se expresa simbólicamente en el más grandioso de los poemas de amor, el Cantar de los cantares, el libro favorito de los místicos. Y su mismísima belleza es un argumento para su verdad. En efecto, ¿cómo puede esta idea loca, este deseo loco, haber entrado en la mente y en el corazón del hombre? ¿Cómo puede aprender a desear el alimento una criatura que carece de aparato digestivo? ¿Cómo puede desear a una mujer una criatura que no tiene virilidad? ¿Cómo puede desear el conocimiento una criatura que carece de mente? Y por último, ¿cómo puede desear a Dios una criatura que no tiene capacidad para amar a Dios?

Demos un paso atrás. Comenzamos con el misterio, no sólo del sufrimiento sino del sufrimiento en un mundo supuestamente creado por un Dios amoroso. ¿Cómo quitamos a Dios de este aprieto? La respuesta de Dios es Jesús. Jesús no es Dios librándose, sino que Dios atrapado. Por ese motivo la doctrina de la divinidad de Cristo es crucial: Si el que está en la cruz no es Dios, sino sólo un buen hombre, entonces Dios no estaría atrapado en la cruz, en nuestro sufrimiento. Y si Dios no está atrapado, entonces Dios no se ha librado. ¿Cómo puede sentarse allí en el cielo e ignorar nuestras lágrimas?

Como vimos, existe una buena razón para no creer en Dios: el mal. Y Dios mismo nos ha brindado una respuesta a esta objeción, pero no con palabras, sino que con hechos y lágrimas. Jesús representa a las lágrimas de Dios.

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Agradecimiento

kreeftPeter Kreeft. "What is God's Answer to Human Suffering?" seleccionado de Making Sense Out of Suffering (1986).

Reimpreso con el permiso de Peter Kreeft.

El texto original en inglés está disponible en audio: Making Sense Out of Suffering.

Sobre El Autor

Kreeft15Kreeft11Peter Kreeft, Ph.D., es un professor de filosofía del Boston College. Es exalumno del Calvin College (AB 1959) y de la Fordham University (MA 1961, Ph.D., 1965). Enseñó en la Villanova University entre 1962 y 1965, y ha estado en el Boston College desde 1965. Es autor de numerosos libros (más de cuarenta) entre los que se incluyen los siguientes: The Snakebite Letters, The Philosophy of Jesus, The Journey: A Spiritual Roadmap for Modern Pilgrims, Prayer: The Great Conversation: Straight Answers to Tough Questions About Prayer, How to Win the Culture War: A Christian Battle Plan for a Society in Crisis, Love Is Stronger Than Death, Philosophy 101 by Socrates: An Introduction to Philosophy Via Plato's Apology, A Pocket Guide to the Meaning of Life, y Before I Go: Letters to Our Children About What Really Matters. Peter Kreeft forma parte del comité asesor de Catholic Education Resource Center.

Copyright © 1986 Peter Kreeft
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