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El Significado de la Navidad: Una Mirada Más Profunda

  • PETER KREEFT

Si bien la Navidad es tan familiar que en ocasiones nos preguntamos si se puede decir algo fresco y verdadero sobre ella, existe una manera de explorar su significado que podría parecer nueva hoy en día, aunque de hecho es bastante tradicional, y data de la Edad Media y de los antiguos Padres de la Iglesia.


adoration Los intérpretes modernos a menudo discuten sobre si un pasaje dado de las Sagradas Escrituras debería interpretarse literal o simbólicamente. Los escritores medievales cuestionarían el enfoque en uno de los dos. Pensaban que un pasaje podía tener hasta cuatro interpretaciones correctas: una literal y tres simbólicas.

Estas eran: (1) la histórica o literal, que es el primer sentido del que dependen todas las demás; (2) el sentido profético cuando un hecho del Antiguo Testamento anuncia su cumplimiento en el Nuevo Testamento; (3) el sentido moral o espiritual, cuando los hechos y los personajes en una historia corresponden a los elementos en nuestras vidas; y (4) el sentido escatológico, cuando una escena en la tierra presagia algo de gloria celestial.

Este simbolismo es legítimo puesto que no le resta valor al sentido histórico, literal, sino que se basa en éste y lo extiende. Se basa en la premisa teológicamente sólida de que la historia también simboliza, o señala más allá de sí misma, pues Dios escribió tres libros, no solamente uno: la naturaleza y la historia, así como la Escritura. El relato de la historia está compuesto no solamente de hechos, sino también de palabras, signos y símbolos. Esto no nos es familiar debido a que hemos perdido el sentido de profundidad y lo hemos cambiado por una mentalidad plana, de una sola dimensión, y como resultado todo significa una sola cosa.

Tratemos de recapturar las riquezas de esta visión del mundo perdida aplicando la historia del sentido espiritual de la Navidad a nuestras vidas. Porque dicha historia no solamente sucede una vez, en la historia, sino muchas veces en el alma de cada individuo. Cristo viene al mundo pero Él también viene a cada uno de nosotros. El adviento sucede una y otra vez.

Existen dos maneras de conectar los sentidos histórico y espiritual. El método jesuita, de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, nos dice que busquemos elementos de la historia en nuestras vidas. Estaremos utilizando este último método a medida que examinamos la escena de Belén durante las próximas cuatro semanas.

Échale una Mirada a tu nacimiento. Alrededor de Jesús Niño, puedes ver cuatro personas o grupos: María, José, los sabios y los pastores. Estamos todos alrededor de Cristo Niño, definidos por nuestra relación con él; todos somos Marías, Josés, los sabios o los pastores.

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Los pastores

Tomemos en cuenta primero a los pastores.

Son pastores: personas sencillas, trabajadoras y honestas. Bajo nuestras capas de sofisticación y educación moderna, todos somos pastores. Es el alma de pastor en nosotros, el niño en nosotros, que escucha a los ángeles, que está clamando por la gloria celestial, que se atreve a esperar y a asombrarse con sobrecogimiento.

Los pastores están al aire libre, expuestos al cielo de Dios, sin protección de artificio humano. Incluso estando en una oficina, rodeados de tecnología, nuestro ser pastores siempre nos pone en esta situación. Ningún lugar está a salvo de la invasión de Dios.

Lo que los sencillos pastores hacen es la cosa más elevada y santa que cualquier santo o místico pudiera hacer, en la tierra o en el cielo.

Se mantienen vigilando por las noches. En la oscuridad esperan y escuchan, como el niño pequeño en el centro de sus almas. Y es en la oscuridad que la luz celestial amanece. En el silencio se escucha el canto de los ángeles.

Kierkegaard decía: Si pudiera prescribir solamente un remedio para todas las enfermedades del mundo moderno, yo prescribiría el silencio. Porque incluso si la Palabra de Dios fuese proclamada, nadie la escucharía; hay demasiado ruido. Por ello, forjen el silencio.

Los pastores están vigilando a sus ovejas, tal y como nuestra alma vigila su cuerpo con su rebaño de deseos, responsable del cuidado y la dirección de nuestro rebaño o instintos. Es a medida que vamos de un lugar a otro en nuestros asuntos rutinarios de cada día que la gracia sobrenatural nos llega a través del ministerio de los ángeles. A menudo no los vemos, como lo hicieron los pastores, pero están ahí. En el cielo los reconoceremos así como su papel en nuestras vidas. ¡Así que eras tú todo el tiempo! Eras tú que estabas ahí… en ese momento…

La Gloria del Señor brilló a su alrededor. Ésta es la shekinah, la luz celestial que apareció visiblemente en el Arca de la Alianza y en el Monte Sinaí. Todavía podemos verlo, pero solamente con el ojo interior de la fe. Solamente si creemos, lo podremos ver.

Estaban asustados. Tememos lo desconocido, los cielos que se abren, los pasajes entre los mundos, como el nacimiento y la muerte. Incluso cuando el ángel dice: No teman, el hecho no es menos trascendental, el asombro es ahora gozoso, ya no suscita el temor; pero aún así nos llena de asombro. Son buenas noticias que nos traen un gran gozo. El gozo puede ser tan increíble como el temor. Las Buenas Nuevas, el hecho increíble de la Encarnación, es la noticia más gozosa y más asombrosa que alguna vez hayamos escuchado.

Los ángeles les dicen a los pastores que este hecho es para ti. No solamente para la humanidad en general, sino para nosotros, individuos ordinarios a quienes Dios Todopoderoso llega a nuestros campos, establos, oficinas y hogares. Este no es un mensaje pre-grabado; es Dios que nos llama personalmente.

La respuesta de los pastores es inmediata y práctica: Vayamos a Belén. El mensaje de los ángeles es poderoso; mueve a las personas a ir allá. Cuando Cicerón se dirigió al senado romano, todos dijeron, ¡Qué hermoso habla! Pero se mantuvieron en sus asientos. Pero cuando Demóstenes se dirigió al ejército griego, ellos se pusieron de pie de un salto, chocaron sus arpones contra el escudo y dijeron, ¡Marchemos!

Los ángeles son como Demóstenes. Los eruditos, al ver a los ángeles, dicen, interpretemos esto. Los pastores, al ver a los ángeles, dicen, vamos. Karl Marx estaba en lo cierto, profundamente, cuando dijo que los filósofos solamente han interpretado el mundo, pero la cosa es cambiarlo. Tanto la mala religión (los Marx) como la buena (los Cristos) cambian el mundo.

A diferencia de los hombres sabios, los pastores no tienen regalos que traerle a Cristo. Son pobres mendigos como nosotros. Tal y Como Soy es nuestra canción. Vienen con tierra bajo las uñas y en sus almas. Vienen a recibir, no a regatear; a maravillarse, no a entender. Corren a Belén para postrarse de rodillas, esto es, para cumplir el propósito último para el que todos fuimos creados.

Como nosotros, los pastores necesitan recorrer solamente un camino corto para encontrarse con Él, de los campos al establo. Pero Él vino desde una distancia infinita para reunirse con ellos; del cielo a la tierra, de la eternidad al tiempo, del gozo infinito a la miseria, el sufrimiento y la muerte. Él deseaba esa reunión con todo Su corazón. Para esa reunión las mismas estrellas que cantaban en esa noche santa fueron creadas como simples decoraciones del escenario. Lo que los sencillos pastores hacen es la cosa más elevada y santa que cualquier santo o místico pudiera hacer, en la tierra o en el cielo.

Es lo que estaremos haciendo durante toda la eternidad: amar y adorar a Dios. Será mejor que aprendamos de los pastores y las estrellas practicando desde ahora.

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Los Sabios Aún Lo Buscan

Los Sabios Aún Lo buscan, se puede leer en la calcomanía del parachoques.

Los tontos piensan que son sabios, y por eso no buscan. Los tres sabios salen en peregrinación, en búsqueda, porque saben que no son sabios.

De la misma forma como los santos saben que son pecadores pero los pecadores creen que son santos, las personas buenas no se llaman a sí mismas buenas y los sabios no se llaman a sí mismos sabios.

Entonces, los sabios buscan. Y todos los que buscan encuentran, según la propia promesa de nuestro Señor. Pero solamente quienes buscan encuentran. Si el sabio en nosotros viaja lejos de casa –del confort y la seguridad—entonces podríamos arribar a Belén.

Los hombres sabios vienen a adorar, tal y como lo hacen los pastores. Es por ello que son sabios: no porque conocen los medios, el camino, sino porque conocen el fin; no porque levantan sus cabezas hacia las estrellas sino porque doblan sus rodillas ante el Bebé. La sabiduría no es el orgullo del ingenio en el conocimiento, sino la humildad de la santidad. El temor del Señor, ese es el inicio de la sabiduría.

Como dice Pascal, existen solamente tres tipos de personas: aquellos que han buscado a Dios y lo han encontrado (estos son razonables y felices), aquellos que están buscando a Dios y todavía no lo han encontrado (estos son razonables e infelices), y aquellos que ni buscan a Dios ni lo encuentran (esto son poco razonables e infelices). Todos los que están en el segundo tipo llegan al primero; todos los que buscan encuentran. Pero solo los que buscan.

Los hombres sabios vinieron del este, la tierra del sol naciente, el símbolo de la esperanza. En cualquier peregrinaje empezamos buscando a Dios, en cualquier etapa de nuestras vidas, este peregrinaje se inicia por este motivo. La esperanza es una de las tres cosas más necesarias en el mundo, una de las tres virtudes teológicas. La esperanza es nuestra energía, nuestro gatillo, nuestro poder motivador.

Ellos peregrinan del este al oeste. La sabiduría oriental debe volverse al oeste para encontrar a Cristo, y el oeste debe ir al oriente. Porque Cristo nace en el centro. Él está en el centro de todas las cosas, metafísicamente hablando, entonces es adecuado que Él nazca en el centro físico del mundo también, entre el este y el oeste; el norte y el sur, entre los tiempos antiguos y modernos. Todo el tiempo se centra en Él: todas las fechas son AC o DP. Todo es relativo a Él. Él es lo absoluto.

La mentalidad del este es mística y mítica. La mente oriental no tiene problemas para creer en lo sobrenatural. Necesita hacer una peregrinación a lo material y lo natural, al Cristo en quien todas las verdades y mitos se convierten en un hecho histórico. Él es el Dios que muere y asciende al que apuntan los mitos como a una estrella.

El oeste, por otro lado, tiene una mentalidad práctica y materialista. Esto fue verdad en el caso de Roma y todavía es verdad en el oeste moderno. Debe hacer un peregrinaje al Este, a lo espiritual y sobrenatural. Cristo lo es todo: Cada cultura puede volverse plena en Él.

Los hombres sabios han visto Su señal. Estaban mirando con impaciencia, listos y alertas como los pastores, vigilando de noche sus rebaños de responsabilidades en los cielos. Las estrellas eran sus ovejas. Los pastores terrenos estaban sorprendidos por los ángeles del cielo, mientras que los sabios que miraban el cielo estaban sorprendidos por ver a un bebé en un granero.

Como los pastores, venían de un viaje largo y peligroso. Pero nada es más peligroso que perder a Cristo. La vida en sí misma es un viaje, un peregrinaje. La imagen del camino es tal vez la más poderosa de toda nuestra literatura, especialmente todas nuestras grandes epopeyas: Gilgamesh, La Odisea, La Eneida, La Divina Comedia, El Señor de los Anillos. Dado que para el hombre, distinto a todo lo demás, la vida es una búsqueda de nuestra verdadera identidad. Solo el hombre tiene una crisis de identidad. Y la verdadera identidad se encuentra solamente en Dios, ya que solo Él, como nuestro Autor y Diseñador, tiene el secreto de nuestra identidad en su plan eterno. Tu vida está escondida con Cristo en Dios, dice San Pablo, y nuestra ciudadanía está en el cielo.

Los hombres sabios vienen a adorar, tal y como lo hacen los pastores. Es por ello que son sabios: no porque conocen los medios, el camino, sino porque conocen el fin; no porque levantan sus cabezas hacia las estrellas sino porque doblan sus rodillas ante el Bebé. La sabiduría no es el orgullo del ingenio en el conocimiento, sino la humildad de la santidad. El temor del Señor, ese es el inicio de la sabiduría.

Distintos a los pastores en toda forma, excepto una: son ricos, no pobres; vienen de oriente, no de occidente; son inteligentes, no simples; vienen de lejos, no de cerca; imprácticos más no prácticos y aún son como los pastores en la única cosa necesaria: Como María, se sientan a los pies de Jesús. Conocen el fin de su peregrinaje. Conocen el propósito último de la existencia humana; la adoración de Dios y el amor del hombre en Cristo, el Dios-hombre. Por lo tanto, ya sea que nos parezcamos a los pastores o a los sabios, eso no interesa en lo más mínimo. En Cristo no hay judío ni griego, hombre o mujer, esclavo o libre.

Traen regalos. Abren sus tesoros. Algunos tenemos talentos abundantes para llevarle a Cristo; otros, como los pastores, solo se tienen a sí mismos, su pobreza, su trabajo. Lo que importa no es lo que damos sino si damos, cuánto damos (todo, como las monedas de la viuda), y cómo damos (libremente, dado que Dios ama a un donante alegre).

Recuerda: La vida también es un regalo. Dios nos regala nuestras vidas, nuestra misma existencia, y luego Su vida a cambio cuando renunciamos a las nuestras por el pecado. Nuestra respuesta fundamental a Dios debe ser como la de Él para nosotros: el regalo de uno mismo.

Pues esa es la ley ineludible, ya que es la naturaleza misma de la realidad última, la Santísima Trinidad misma. El Padre se entrega a Sí Mismo al Hijo, y el Hijo se entrega eternamente a Sí Mismo al Padre, y el Espíritu Santo procede eternamente de ellos como este don mutuo de amor, tan real que Él se vuelve una Persona distinta. El matrimonio y la crianza de los hijos son de hecho santos porque reflejan tenuemente esta realidad última a un nivel biológico.

Oro, incienso y mirra fueron sus regalos, y deben ser los nuestros. El oro es por Cristo Rey. El incienso es por Cristo profeta. La mirra, especias funerarias. Es por Cristo Sacerdote que se ofrecerá a Sí mismo a la muerte como sacrificio por nosotros. Nosotros también debemos darle a Cristo nuestro oro, nuestro homenaje, aclamándolo Rey de nuestras vidas. La plenitud de Su reino somos nosotros, nuestras vidas; puesto que Su reino es la Iglesia y nosotros somos la Iglesia.

Debemos darle nuestro incienso; debemos oler, gustar y ver Sus palabras, sus buenas nuevas proféticas. Él es en Sí mismo sus buenas nuevas; el mensaje es el mensajero.

Y debemos darle a Él nuestra mirra, aceptar su muerte por nosotros, participar en su muerte y entierro para salvarnos. ¿Estuviste ahí cuando crucificaron a mi Señor? Los sabios estuvieron ahí, a pesar que sus cuerpos habían regresado 33 años antes del Calvario al Este o a la tierra. En la misa nos hacemos presentes en el Calvario. Ofrecemos nuestros regalos que son las extensiones de nosotros mismos y Él los transforma, regalos y nosotros mismos, en Su Cuerpo.

Tres sabios, tres regalos, tres oficios (profeta, sacerdote y rey), tres partes del alma humana (intelecto, corazón y voluntad) porque el Inventor y Diseñador del hombres es tres. La mente medieval veía ecos trinitarios en todo lugar, por una muy Buena razón: Tono es hecho por la Trinidad, y lo que es hecho debe reflejar a su Creador. Nuestro temor de un simbolismo fantasioso es fantasioso; nuestra presencia de lo realista es poco realista.

Los sabios son advertidos en sueños y son protegidos de Herodes. Que en nosotros que buscamos y encontramos sabiduría, el alma no se vea dañada por los poderes del mundo. Incluso Sócrates sabía que ningún mal le podía suceder a un hombre bueno. Nuestros Herodes de la época moderna podrán haber matado los cuerpos de 18 millones de santos inocentes desde Roe vs. Wade, pero no pueden matar las almas de esos inocentes, solo las suyas.

Regresaron dando Gloria a Dios, puesto que venían buscando a Dios. Como lo dice San Agustín en la última y mayor sentencia de sus Confesiones: Aquellos que busquen a Dios habrán de encontrarlo, y aquellos que lo encuentren, Le alabarán.

El hombre sabio que busca la sabiduría, el intelecto, también puede alabar a Dios. La computadora que está dentro de nosotros no sabe nada sobre adorar, como tampoco lo sabe la computadora fuera de nosotros, pero el intelecto que busca a Dios lo sabe. Una computadora puede calcular, pero solamente un hombre o una mujer pueden adorar. Es el fin para el cual hemos sido creados.

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José y El Poder de la Obediencia

Siendo del tipo fuerte y silencioso, José dice poco en los Evangelios. Y aún así hace mucho simplemente estando ahí y siendo él mismo: José el justo; Jose el trabajador, José el padre adoptivo, el confiable, el disponible.

Como la mayoría de hombres en la mayoría de culturas, José habla a través de su trabajo diario. En este ambiente ordinario, Cristo está presente en un hombre tan humano e incluso tan ordinario como José, un carpintero.

Como María, que guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón, en silencio (Lucas 2:19), José está ahí de pie en la escena del pesebre, con una disposición silente. Así es como Cristo viene a él, a María, a nosotros.

Cristo había invadido la vida de José de la manera más íntima cuando parecía que Dios lo había abandonado a la tragedia: Su amada María estaba en cinta, pero no de él.

José sufre en silencio. El ruido, los caprichos, la rebelión y la agitación cubren los dolores internos; tal vez por eso es que encontramos muchas de estas características en nuestro mundo.

José responde a su propia crisis de manera justa y a la vez caritativa; en él la justicia y la paz se unen: Él resuelve dejar a María, es decir, romper el compromiso solemne en vez de vivir una mentira. Eso es justicia. Pero por el bien de María, lo hace de manera privada. Eso es caridad.

El ángel se le apareció, como se le había aparecido antes a María y se les aparecería más tarde a los pastores. Solamente los gentiles, los hombres sabios de Oriente, no tuvieron un ángel. Pero tenían a las estrellas para guiarlos, y ellos también eran mensajeros de Dios que guiaban hacia Cristo, como la razón natural puede hacerlo, dice San Pablo (Rom. 1:19-20).

El mensaje angélico, como es usual, empieza con "no tengáis miedo". Pues el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría, y José era un hombre sabio. Pero esto no es el final. El temor existe para ser superado por el amor. (I Juan 4:18).

El ángel, locutor de Dios, anuncia la Buena noticia, el ev-angel-io: que esta aparente tragedia, era obra de Dios. Dios, y no el hombre, certificaba a través de su ángel que esta revelación, esta Palabra de Dios, este Cristo, era de Dios y no del hombre; de un padre divino, y no de uno humano.

José mantenía a María y a Jesús: el viaje a Belén, el cobijo para su nacimiento y la posterior seguridad en Egipto del asesino Herodes. Pero José no podía pagar un caballo, sino solamente un burro. No pudo conseguir una habitación en una posada, sino solamente un pesebre para el ganado. Habrá pensado sobre sí mismo que era un fracaso como sostén de la familia, como cualquier hombre hoy en día se siente si no puede brindarle lo mejor a su familia. Pero él no ha fallado; él puede ser el mejor. Mira cómo María y Jesús terminaron bien bajo la providencia de José.

Pero su trabajo era para ellos, no para él mismo. No era un adicto al trabajo. No siempre está en su taller de carpintero; sino que siempre está ahí para su familia.

Ni Satanás pudo vencer a este hombre sencillo. Satanás inspira a Herodes para que asesine a los inocentes, así como inspira a nuestros Herodes modernos para que lleven a cabo el holocausto del aborto. Pero Satanás fracasa porque José obedece al ángel de Dios y mantiene a su familia: dos actos ordinarios que son más poderosos contra las mismas fuerzas del infierno que nada más que existiese en el mundo. Saquen a todos los ganadores de los premios nobel y la humanidad aún sobreviviría. Pero saquen la obediencia a Dios y la lealtad a la familia, e incluso con un millón de ganadores del Premio Nobel, y la humanidad estaría condenada. Y estos son precisamente los dos valores tradicionales que están en mayor peligro en nuestros tiempos.

Cuando la amenaza pasa, José lleva a su familia a su hogar. El hogar, esa palabra santa que es símbolo del cielo. La vuelta a casa se retasó cruelmente, pero José fue paciente y no corrió por delante de Dios, sean cuales fueren las circunstancias. Viajar y vivir en una tierra extranjera no eran precisamente unas vacaciones entonces; por el contrario, implicaban una verdadera privación. Pero correr por delante de Dios sobre nuestro propio camino es correr fuera de la única seguridad real (por más que aparente ser peligrosa) hacia el peligro (por más que aparente ser seguro).

Si José hubiese sino menos obediente, María y Jesús probablemente no hubiesen sobrevivido. Las puertas del infierno no pueden prevalecer sobre la Iglesia, pero la misma Providencia divina que desea ese fin también desea el medio: nuestra fidelidad, nuestra opción libre de confiar y obedecer, como José.

José aparece brevemente 12 años después cuando Jesús es perdido y hallado en el templo. Con seguridad compartió con María el dolor de su pérdida y el gozo de hallarlo, como lo hacemos nosotros cada vez que perdemos a Cristo y lo encontramos en la reconciliación. Nosotros también encontramos a Jesús en la Iglesia, cuando Él incluso ahora está dedicándose a los asuntos de su Padre. A diferencia de María, José era un pecador. María compartía solamente nuestro dolor por perder a Cristo; José también compartía nuestra culpa. Ningún pecador estuvo nunca tan humanamente cerca a Cristo como José.

Así, José, como María, comparte el trabajo de la redención. Y también lo hacemos nosotros. Esa es la dignidad última del trabajo diario y la obediencia. Salva al mundo,

No escuchamos absolutamente nada más sobre José. El resto de su vida es tan silenciosa como los años silenciosos de Cristo, al igual que los de José. Estos años son como la parte baja de una ola que la impulsa hacia adelante: la espuma visible de la cresta es tan solo el efecto. Nunca pienses que Dios te ha puesto en el estante; Él solamente te ha plantado en el suelo.

Lo último que dicen las escrituras sobre José es que Cristo vivía sujeto a él y a María y que crecía en sabiduría, en estatura y en gracia (Lucas 2:51-52). La obediencia es el alimento. Cristo creció al obedecer. Luego dijo que su alimento era hacer la voluntad del que lo había enviado y llevar a cabo su obra (Juan 4:34).

Cristo puso en práctica primero frente a María y a José la sustancia de lo que Él había predicado, el camino de la obediencia, el secreto simple de la santidad, el Fiat de María, el sí de la voluntad. Siendo el Hijo (de Dios) que en efecto era, aprendió la obediencia mediante el sufrimiento posterior en el Calvario, porque lo había aprendido antes en Nazaret. El fruto perfecto fue arrancado en el Calvario tan solo porque había crecido y se había alimentado bajo el cuidado de José y María. De eso se trata la crianza: es la jardinería espiritual.

Así, José, como María, comparte el trabajo de la redención. Y también lo hacemos nosotros. Esa es la dignidad última del trabajo diario y la obediencia. Salva al mundo, nuestros actos de amor a Dios y la jardinería pueden evitar que las almas vayan al infierno, almas que nunca habíamos conocido en esta vida. (¡Qué reunión tan feliz sería encontrarlas en la siguiente!)

Como los ángeles, somos actores que no pueden verse, que están detrás de la obra, ayudando con el arreglo del escenario o la iluminación, roles que no tienen nada de espectacular pero que son necesarios en el gran drama de la salvación. Y ése es el significado de nuestro trabajo diario (y el de San José Obrero). Es el sacramento de lo ordinario.

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María: Lo Único de lo que la Humanidad Puede Jactarse

En la escena del nacimiento, todos se agrupan alrededor de Jesús niño. Porque Él es el centro de todo.

Por Él y para Él, todas las cosas fueron creadas (Col. 1:16). Incluso los animales, incluso la estrella, se agrupan a Su alrededor. Pero de manera especial, es la gente quien Lo rodea.

Hasta el momento hemos explorado tres de las cuatro personas o grupos que están alrededor de Cristo en el pesebre, y hemos buscado el significado de los pastores, los hombres sabios y José en nuestras vidas. Ahora miramos a María, la cuarta figura y la más importante cerca a Jesús, la misma que lo rodea con su misma carne.

Inmediatamente, surge un problema. ¿Cómo podemos identificarnos con una mujer concebida inmaculada que nunca experimentó el pecado original; la mujer que es la única que puede alardear desde nuestra naturaleza mancillada, como Coventry Patmore cantaba sobre ella? ¿Cómo podemos descubrir en nosotros el privilegio de ser Theotokos, la Madre de Dios? Tal vez podamos encontrar al sencillo pastorcito, al sabio en búsqueda, o al fiel José en nosotros tal vez, pero, ¿cómo podemos encontrar a María?

Y sin embargo, hemos de encontrarla. Debemos tener cuidado no sea que pongamos a María a la distancia, como las personas medievales ponían a Cristo a la distancia y debido a ello, se dirigían en su lugar a María como la amorosa, la cercana, para cerrar la brecha. Este es un error, claro, ya que no existe esa brecha; o mejor dicho, Cristo mismo la cerró. Y lo mismo hace María, ya que nos envía directamente a Cristo, y Cristo nos envía al Padre, de manera que ya no queda brecha alguna. No hay brecha entre el Padre y el Hijo: El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. No hay brecha entre Cristo y María, dado que su tarea es mostrarnos el fruto bendito de su vientre, Jesús.

María nos muestra el Camino. Cristo no nos muestra el camino. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Finalmente, tampoco hay brecha entre nosotros y María, pues todos podemos encontrar a María dentro de nosotros mismos, si somos cristianos. María es el arquetipo del cristiano.

¡Pero, fue concebida de manera inmaculada! Sí, pero también lo es la vida de gracia sobrenatural en nuestras almas. Ser un verdadero cristiano, ser bautizado y vuelto a nacer por medio del agua en el Espíritu, es tener algo inmaculado en nosotros que puede soportar la misma luz del cielo y la mirada de Dios: una parte de la vida divina. Para nosotros, también llega el saludo angélico:¡Salve, llena de Gracia! ¡El Señor es contigo! Si no estás lleno de gracia, si el Señor no está con nosotros, no somos salvados.

El Ángel le dijo a María, El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios (Lucas 1:35). Pero a nosotros nos dirigen las mismas noticias angélicas. Nuestra alma, como el cuerpo de María, ha de recibir a Dios mismo solo si nosotros, como ella, creemos, consentimos y recibimos; sólo si pronunciamos su palabra verdaderamente mágica: fíat, que así sea. Es la palabra creadora, la palabra que Dios usó para crear el universo.

Pero María es una mujer; ¿cómo puede un hombre identificarse con ella? Porque como lo dicen los santos, para Dios todos somos femeninos. Incluso la palabra en latín de alma, anima, es femenina. La mujer simboliza el alma en su relación con Dios mejor que un hombre. Nosotros no fecundamos a Dios, Él nos fecunda con su Vida.

Si pronunciamos la palabra de María, entonces la Palabra de Dios nace en nuestras almas de manera igual de real que cuando Él estuvo en el cuerpo de María, y de manera igual de real que cuando está en la Eucaristía. Lo que sucedió en Belén, lo que pasa en nuestras almas y lo que pasa cuando recibimos la Eucaristía es el mismo acontecimiento bajo tres modos distintos. Es simplemente la cosa más importante que alguna vez haya sucedido o podría suceder. Es la Encarnación.

Es por ello que María es el arquetipo de cristiano. En ella sucede algo más grande que el Big Bang, más creativo que la creación, algo que sucede también en nosotros. Kierkegaard señala, ¿Creen que es una gran cosa que Dios cree el universo de la nada? Les diré una cosa que Él hace que es algo aún mayor: Crea santos de quienes son pecadores.

Eso también es una verdadera creación, bara. Esta palabra hebrea única significa no hacer algo de cosa alguna sino crear de la nada. Solo Dios lo puede hacer. Es por lo que reza David en el Salmo 51: Crea en mí, oh Dios, un corazón puro. La encarnación en María y en nosotros es la respuesta de Dios a esa necesidad humana más fundamental.

Pero, ¿cómo podemos identificarnos con María si ella es un tipo de Iglesia, la misma casa de Dios? Porque nosotros somos la Iglesia, el cuerpo de Cristo, la casa de Dios.

¡Y María es a la vez virgen y madre! Sí, y nosotros también. La vida divina en nosotros también es virginal, sin padre carnal. Lo nacido de la carne es carne, lo nacido del Espíritu es espíritu (Juan 3:6). Y concebimos, damos a luz y alimentamos esa preciosa semilla de vida divina en nuestras almas como María lo hizo en su vientre; nosotros también somos madres de Dios. Eso es lo que dice San Pablo: Para mí la vida, es Cristo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.

¡Pero María fue asunta al cielo! Sí, y nosotros también lo seremos, en la Resurrección.

¡Pero María es la Reina del Cielo! Sí, y ella es nuestra madre, y una madre no ama más que compartir sus privilegios con sus hijos. Incluso ahora está ayudando a Cristo a preparar nuestro hogar celestial, decorando nuestra habitación por nosotros.

Pero María es una mujer; ¿cómo puede un hombre identificarse con ella? Porque como lo dicen los santos, para Dios todos somos femeninos. Incluso la palabra en latín de alma, anima, es femenina. La mujer simboliza el alma en su relación con Dios mejor que un hombre. Nosotros no fecundamos a Dios, Él nos fecunda con su Vida.

La receptividad misma, la capacidad de ser segundos en lo femenino es de esta manera elevada a un estatus privilegiado, como lo muestra el Magníficat. El poder humilde, silencioso, como en el vientre, el poder receptivo del alma, la respuesta a la iniciativa de los esposos divinos, esto es lo más alto y precioso en nosotros. María es nuestro verdadero ser.

Cuando ves tu nacimiento, lo más natural y ordinario del mundo, una madre y un bebé recién nacido, estás leyendo un titular de periódico pictórico que anuncia el suceso más extraordinario de la historia; el Hacedor de María fue hecho por María; el que rodea las estrellas está rodeado por el vientre de María; el Creador consintió nacer en su creatura porque ella consintió tenerlo a Él.

Y hasta nosotros también. Cada vez que consentimos su plan perpetuo, cada vez que hacemos un acto de fe, y cada vez que recibimos la Eucaristía, reactualizamos el fíat de María y hacemos que la Navidad sea posible.

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Agradecimiento

NCRegPeter Kreeft.  "El Significado de la Navidad: Una Mirada Más Profunda. National Catholic Register. (Diciembre de 1986).

Publicado con permiso del autor y del National Catholic Register. Para suscribirse al National Catholic Register llame a Estados Unidso al 1-800-421-3230.

Foto del Beato Pier Giorgio Frassati (1901-1925).

Sobre El Autor

Kreeft15Kreeft11Peter Kreeft, Ph.D., es un professor de filosofía del Boston College. Es exalumno del Calvin College (AB 1959) y de la Fordham University (MA 1961, Ph.D., 1965). Enseñó en la Villanova University entre 1962 y 1965, y ha estado en el Boston College desde 1965. Es autor de numerosos libros (más de cuarenta) entre los que se incluyen los siguientes: The Snakebite Letters, The Philosophy of Jesus, The Journey: A Spiritual Roadmap for Modern Pilgrims, Prayer: The Great Conversation: Straight Answers to Tough Questions About Prayer, How to Win the Culture War: A Christian Battle Plan for a Society in Crisis, Love Is Stronger Than Death, Philosophy 101 by Socrates: An Introduction to Philosophy Via Plato's Apology, A Pocket Guide to the Meaning of Life, y Before I Go: Letters to Our Children About What Really Matters. Peter Kreeft forma parte del comité asesor de Catholic Education Resource Center.

Copyright © 1986 National Catholic Register
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