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Vanagloria: buscando los halagos de los demás

  • EDWARD SRI

¿Se preocupan por lo que piensan los demás de ustedes? 


woman11¿Algunas veces dicen o hacen cosas para llamar la atención? ¿Reproducen conversaciones en sus mentes, preguntándose si causaron una buena impresión? En ese caso, es posible que estén luchando contra el vicio conocido como vanagloria.

Según Santo Tomás de Aquino, "gloria" denota la excelencia de alguien que es conocida y aprobada por otros. Explica que no hay nada malo en que otros reconozcan nuestras buenas cualidades y obras. De hecho, es bueno que busquemos vivir de modo de inspirar a los demás a dar gloria a Dios y a ir en pos de una vida más virtuosa. El mismo Jesús dijo "Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo" (Mt 5, 16).

Sin embargo, buscar elogios de los demás porque sí es pecado. Una persona así busca la gloria para sí mismo más que para Dios. Quiere que los demás lo elogien, lo cual es una gloria vana, que además es vacía, caprichosa y muchas veces está lejos de ser verdadera. Santo Tomás explica que la gloria que buscamos puede ser vana de tres maneras.

Síntomas de vanidad

En primer lugar, es vano buscar elogios por algo que no es verdaderamente digno de elogio. Claro está que esto incluiría la búsqueda de elogios por actos pecaminosos. Por ejemplo, un estudiante universitario que espera ganarse el respeto de sus compañeros por su borrachera, sus proezas sexuales o sus engaños en un examen, no busca la gloria verdadera, sino la gloria vana.

Sin embargo, incluso los cristianos devotos son susceptibles de este vicio cuando planifican sus vidas en torno a las normas de felicidad y éxito que fija el mundo. Por ejemplo, una parte de nosotros puede tener la esperanza de ganarse el respeto de viejos amigos y de sus parientes por tener una carrera exitosa, vestirse según el último grito de la moda, tener hijos que se destaquen en la escuela, vivir en una casa hermosa, etc. Estos objetivos no son malos en sí mismos, pero pueden desviarnos de la búsqueda de los ideales cristianos, como por ejemplo la caridad, generosidad, simplicidad y humildad. Si estas luchas mundanas nos impiden vivir una vida verdaderamente digna de elogio -una vida de virtud y santidad- es probable que estemos buscando la gloria vana terrenal más que la gloria de Dios.

En segundo lugar, es pecado buscar los elogios de personas cuyo juicio no es sensato. La mayoría de nosotros desea la aprobación de nuestros jefes, padres, cónyuges y amigos. Y eso es lógico. Sin embargo, si estas personas no entienden verdaderamente lo que es una vida buena y virtuosa, es probable que nos sintamos decepcionados, frustrados o engañados. Buscar su reconocimiento consistiría en buscar la vanagloria, dado que no son capaces de juzgar lo que es verdaderamente digno de elogio. Algunas veces elogiarán lo incorrecto y no reconocerán lo más noble de la vida. Pueden hasta incluso menospreciar aspectos de nuestra vida cristiana. En consecuencia, en vez de buscar la aprobación de los mundanos, deberíamos buscar los elogios de Cristo y por extensión, los de sus fieles seguidores que juzgan en virtud de las normas de Cristo y no de las normas del mundo.

¿Gloria de Dios o nuestra propia gloria?

En tercer lugar, buscar la gloria es pecado si dentro de nuestros corazones deseamos recibir los elogios de los demás más que los de Dios. ¿Hacemos obras virtuosas por amor a Dios y al prójimo? O ¿hay una parte de nosotros que desea hacernos notar y que otros nos estimen? Por ejemplo, la catequista de una parroquia podría entregarse de corazón a su ministerio en parte porque le gustan los halagos que recibe del párroco y los demás feligreses por el buen trabajo que hace. Del mismo modo, los padres católicos podrían llegar a Misa temprano y entrenar a sus hijos para que se porten bien durante la liturgia, no sólo por el bien del desarrollo espiritual de los niños, sino que también porque les gusta la atención que reciben ("¡Qué linda familia católica!"). En la medida que hagamos buenas obras para llamar la atención en vez de prestar atención a Dios, estaremos sufriendo de vanagloria.

Del mismo modo, cuando se trata de prácticas piadosas, Jesús dijo, "Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo" (Mt 6:1).

Esta enseñanza nos propone el desafío de examinar cuán puros son nuestros motivos a la hora de practicar nuestra fe. ¿Alabamos a Dios y servimos a la Iglesia puramente por amor desinteresado a Dios o existe una parte de nosotros que busca de manera egoísta recibir la atención y alabanza de los demás? Muchas veces nuestros motivos están bastante mezclados. Podemos dar nuestro tiempo y dinero a la parroquia, pero ¿hay algo en nuestro interior que desee que los demás perciban nuestra generosidad? Podemos tomarnos un tiempo para la oración porque amamos a Dios, pero ¿hay alguna parte de nosotros que espera que nuestros amigos, nuestro director espiritual o las personas a las que asistimos lo noten y piensen mejor de nosotros? Podemos mortificarnos a través del ayuno, pero ¿hay alguna parte de nosotros que desea parecer más devoto que los demás?

Si llevamos a cabo actos rectos para lograr el reconocimiento de los demás, arruinamos la ofrenda que podríamos haberle hecho a Dios.

Si llevamos a cabo actos rectos para lograr el reconocimiento de los demás, arruinamos la ofrenda que podríamos haberle hecho a Dios. Es probable que seamos merecedores de aplausos en la tierra, pero Jesús dice que no recibiremos una recompensa en el cielo. Por otro lado, el alma que desea mantener su piedad oculta es la que atrae las alabanzas de los ángeles y santos. El alma que reza, ayuna y hace contribuciones de caridad por amor puro a Dios -sin buscar los elogios de los demás- es la que recibirá la recompensa del Padre celestial.

Un vicio capital

Según Santo Tomás, la vanagloria es un vicio capital, lo cual significa que es una debilidad que da lugar a muchos otros vicios. Cuando nuestros corazones se centran en ganar los elogios de los hombres, es probable que aparezcan muchos otros defectos en el camino. Por ejemplo, podemos buscar la atención de los demás cuando nos promocionamos a través de nuestros dichos. En una conversación, podemos mencionar el nombre de determinadas personas, indicar nuestros logros o exagerar nuestros éxitos con la esperanza de que los demás nos pongan por las nubes ("Debe ser una persona importante"). Santo Tomas llama a este vicio ostentación. También podríamos tender a meternos en el centro de atención a través de un comportamiento excéntrico, estando enterado de las últimas noticias o chismes o teniendo lo último en tecnología. Santo Tomás llama a este fruto de la vanagloria el afán de novedades.

La hipocresía también es un gran peligro para la persona vanidosa. La palabra griega que se traduce como "hipócrita" significa "actor" o "el que finge". Se utiliza en el Nuevo Testamento para describir a una persona que, como un actor en el escenario, se preocupa por proyectar un determinado personaje a su audiencia y por pretender que es algo que no es. Impulsado por su deseo de recibir elogios de los demás, el hipócrita está más preocupado por dar la impresión de que hace buenas obras que por hacer buenas obras porque sí.

También es muy probable que la persona vana caiga en acciones divisivas en su intento de mostrar que no es inferior a los demás. Santo Tomás enumera cuatro de esos vicios que generan división en nuestro entendimiento, voluntad, palabras y acciones. El primero es el vicio de la pertinacia: "la cual hace al hombre aferrarse en exceso a su opinión", de manera tal que no desea aceptar otra opinión que podría ser mejor. El segundo es el vicio relacionado con la discordia, cuando no se quiere renunciar a la propia voluntad y coincidir con los demás. El tercer vicio se relaciona con las palabras y se llama la contienda, en virtud del cual al hombre le gusta discutir o, como dice Santo Tomás, "se disputa con otro a gritos". El cuarto es la desobediencia: en virtud de la cual un hombre se niega a "cumplir el mandato del superior".1 Cada uno de esos vicios menores emerge del vicio capital de la vanagloria. Sustentan el impulso vanidoso de un hombre de hacer que otros piensen que él es superior a los demás.

Un último punto: magnanimidad (tratada en la edición anterior) y vanagloria son directamente opuestas. La persona vanidosa está más preocupada por recibir el elogio de los demás que por vivir una vida verdaderamente digna de elogio, mientras que la persona magnánima busca hacer el bien y vivir una vida honorable, incluso si nunca nadie se da cuenta de ello. Un hombre virtuoso puede estar seguro de que aunque nadie en la tierra note sus obras honradas, su Padre, que ve en lo secreto, lo recompensará (ver Mt. 6, 4).

Nota al pie:

1 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, cuestión 132, art. 5. "Si llevamos a cabo actos rectos para lograr el reconocimiento de los demás, arruinamos la ofrenda que podríamos haberle hecho a Dios".

 

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Agradecimiento

Edward P. Sri. "Vainglory: Seeking the Praise of Men." (Vanagloria: buscando los halagos de los demás) Lay Witness (enero/febrero de 2009).

Este artículo se reimprimió con el permiso de la revista Lay Witness.

Sobre El Autor

sri10sri9Dr. Edward (Ted) Sri es un profesor Asistente de teología en el Benedictine College en Atchison, Kansas, y un colaborador frecuente de Lay Witness. Edward Sri es el autor de Rediscovering the Heart of the Disciple: Pope Francis and the Joy of the Gospel, Men, Women and the Mystery of Love: Practical Insights from John Paul II's Love and ResponsibilityMystery of the Kingdom (Misterio del Reino), The New Rosary in Scripture: Biblical Insights for Praying the 20 Mysteries (El Nuevo Rosario en la Escritura: Perspectiva Bíblica. Su último libro es Queen Mother: Queen Mother: A Biblical Theology of Mary's Queenship (Reina Madre) basado en su disertación doctoral que está disponible llamado a Benedictus Books al (888) 316-2640.Los miembros de CUF reciben un descuento de 10 por ciento.

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