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Templanza y el arte de comer

  • EDWARD SRI

La autodisciplina es crucial tanto para el atleta como para el cristiano, especialmente cuando se trata de la comida.


woman11San Pablo una vez comparó el camino del cristiano con una carrera en que los atletas se disciplinaban para ganar un premio: "¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen. Los atletas se privan de todo" (1 Cor 9, 24-25).

De hecho, la autodisciplina es crucial tanto para el atleta como para el cristiano, especialmente cuando se trata de la comida. Del mismo modo que los atletas tienen cuidado con la dieta y se dominan a la hora de comer, los hombres no pueden comer lo que quieran, cuando quieran y cuanto quieran si pretenden vivir una vida exitosa. Tal como lo hemos señalado en la última reflexión, la templanza es la virtud que modera nuestro deseo de placer -especialmente el placer que provoca la comida, la bebida y el sexo. La templanza también modera el dolor y la frustración que podemos sentir cuando debemos continuar sin esos placeres y nuestros apetitos quedan sin satisfacerse.

Sin la templanza, tendemos a estar malhumorados y enojados o a ser bruscos con los demás porque nuestro deseo de placer no se ha satisfecho. Sin la templanza, nos volvemos esclavos de nuestros apetitos y nos distraemos fácilmente del bien que deberíamos estar haciendo (es difícil concentrarse en una tarea si no podemos dejar de pensar en la torta que hay en el comedor de la oficina o en la bolsa de Doritos que hay en la alacena). La falta de templanza también nos hace egoístas porque ponemos nuestro deseo de placer por encima del bien de los demás (no estoy tan atento a las necesidades de los demás cuando no hago más que pensar en llenar mi estómago o en saciar mi sed). 

Yo… ¿Un glotón?

Gregorio Magno describió a la glotonería como un "enemigo entre nosotros" que debe adiestrase si uno quiere triunfar en otras batallas espirituales. Dijo "si no se domina el vientre, éste mata todas las virtudes".

La glotonería es un deseo desordenado de comida y bebida. Algunas personas que no tienen sobrepeso, podrían pensar que no tienen que preocuparse por este vicio, sin embargo, personas delgadas que no comen demasiado podrían en efecto ser más glotonas que una persona obesa. Hay muchas maneras de caer en la gula además de la sobrealimentación. Santo Tomás de Aquino explica que para no caer en las trampas de la gula, uno debe preocuparse no sólo por la cantidad de comida, sino también qué, cómo y con cuánta frecuencia come

¿Cuánto como?

Hay dos preguntas que debemos hacernos en este sentido: Primero, ¿como con demasiada gula —más que mi porción— de modo tal que impido que los demás en la mesa o en un evento social se sirvan la misma cantidad que yo? Tal como nos lo recuerda el Eclesiástico, "no extiendas la mano a todo lo que veas, para no tropezar con tu vecino en el plato" (Ecl 31, 14).

Segundo, ¿como más de lo que necesito? No está mal satisfacer el hambre hasta cierto punto y recibir una alimentación adecuada. Sin embargo, ¿me resulta fácil dejar la mesa sin estar completamente lleno? Muchas veces, el hecho de llenar el estómago hasta su máxima capacidad es signo de mi apego excesivo a la comida y es otra forma de gula. 

¿Qué como?

¿Tiendo a comer solamente comidas costosas y elegantes? ¿Soy maniático con la comida? ¿Como sólo determinados tipos de alimentos o marcas? ¿Quiero que mis comidas se preparen de una determinada manera? Cuando me sirven comida que no es de mi preferencia ("¡No es orgánica!", "¡Es una comida extranjera extraña que nunca antes había probado!", "¡Ay! ¡No! . . . ¡Demasiados vegetales!"), ¿intento comerla con alegría y expresar mi gratitud hacia la gente que la preparó? O, por el contrario, ¿me quejo por la comida en un restaurante o en casa? Incluso cuando no digo nada en voz alta, ¿me quejo interiormente porque no es el tipo de comida que me gusta?

Sin la templanza, tendemos a estar malhumorados y enojados o a ser bruscos con los demás porque nuestro deseo de placer no se ha satisfecho.

Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es afirmativa, probablemente sea un signo de que estoy demasiado apegado a determinado tipo de comida y que el vicio de la gula controla mi alma.

De más está decir que muchas personas tienen necesidades nutricionales especiales. Aquellos que padecen afecciones cardíacas, por ejemplo, deben evitar los alimentos ricos en colesterol y los que tienen una alergia al maní tan fuerte que pueden sufrir un shock anafiláctico muchas veces deben alertar a sus anfitriones sobre esta afección potencialmente mortal. Sin embargo, cuando se trata de mis gustos personales, ¿tengo la voluntad de olvidarme de mí mismo en ciertas ocasiones para hacer caso a las preferencias de los demás o para honrar a quienes me sirven?

Piensen en cómo se sienten otras personas cuando perciben nuestra actitud quisquillosa. Si nuestros cónyuges, padres o anfitriones nos preparan una comida y llegan a percibir que nuestros gustos requieren "elevados gastos de mantenimiento", se sentirán incómodos o disgustados. Pueden sentirse estresados en el intento de lograr adaptarse a nuestras exigencias. Nuestras manías pueden incluso hacerlos sentir que no comparten con nosotros las mismas “normas elevadas” respecto de la comida. 

¿Cómo como?

¿Como demasiado rápido? Desde una perspectiva católica, la hora de la comida es más que una oportunidad para satisfacer el hambre y nutrir a nuestros cuerpos. La hora de la comida es un tiempo para compartir la vida con otros y para mantener una conversación. Sin embargo, cuando las personas comen a toda prisa, se concentran tanto en llenar sus estómagos que les cuesta mucho estar atentos a los demás. En un nivel básico, no piensan en las necesidades de los demás que están compartiendo la mesa. En vez de anticiparse amablemente a los deseos de los demás, por ejemplo, si quieren más agua, vino o pan, el glotón se preocupa por llenar su plato con todo lo que quiere. Aún más, cuando alguien está tan concentrado en llenarse la boca, es muy difícil que pueda mantener una conversación con las personas que comparten su mesa. La cena para ese tipo de personas pasa a ser más un tiempo para gratificar su propio apetito que una forma de comunión con los demás. En vez de compartir verdaderamente una comida y de compartir una vida juntos en la mesa tal como se supone que deben hacer los seres humanos, algunos comen como animales que, simplemente y por casualidad, ocupan el mismo comedero, mirando su comida, llenando sus bocas y sin hacer jamás contacto visual con el otro.

Además, cuando una persona come tan rápido, ni siquiera disfruta mucho la comida. Dios hizo que la buena comida fuese placentera, entonces ¡debemos comer la comida lentamente para que podamos disfrutarla! La persona que siempre come con rapidez no es capaz de disfrutar verdaderamente el placer de la buena comida. 

¿Cuándo como?

¿Siempre como cuando siento hambre? Los pequeños de nuestra familia nunca lo pasaron bien cuando recién aprendían a expresar sus deseos de comer o beber algo de manera correcta. En esos meses de transición, ni bien sentían la más leve sensación de hambre o sed, solían gritar con una voz llena de dolor, como si se tratara de una crisis existencial: "¡Estoy muerto de hambre!" o "¡Juuugo! ¡Juuuuugo!". Y por supuesto esperaban satisfacer su hambre o sed de inmediato.

Tomar alcohol en sí no es inmoral, pero la embriaguez sí lo es. De hecho, la embriaguez -tomar al punto que no nos es posible razonar y perdemos el control- es un pecado mortal, según Santo Tomás.

Del mismo modo, cuando dejamos que nuestros apetitos sean desenfrenados, éstos se convierten en niños pequeños que gritan en nuestro interior "¡Quiero chocolate!" o "¡Necesito mi café con leche!" o "¡Tengo que comer unas papas fritas de McDonald's ya mismo!". Así, como un niño indisciplinado, dejamos que nuestros apetitos nos controlen. Podemos comer algo ligero durante el día porque sería molesto tener un poco de hambre, o bien podemos comer antes de que los demás se sienten a la mesa. Alguna vez también podemos tomarnos un descanso espontáneo de 10 minutos en el trabajo o desviarnos del camino para pedir alguna comida rápida por ventanilla o pagar cosas que no planificamos: todo ello para saciar la incesante y demandante voz de nuestro apetito.

Ayuno

El ayuno es una virtud que necesitamos para liberar nuestra voluntad de la esclavitud de nuestros apetitos. Como dice Santo Tomás, el ayuno domina los deseos de la carne. Al abstenernos de comida y bebida en forma regular, entrenamos a nuestra voluntad para que diga "no" al hambre y a la sed. Como consecuencia, nuestros deseos se refuerzan y es menos probable que caigan bajo el control de nuestros apetitos o que nos frustremos cuando no se satisfacen de inmediato.

Cuando nos negamos a ceder ante nuestros apetitos por pequeñas cosas, tales como el chocolate durante la Cuaresma o la carne los viernes, logramos un mayor autocontrol. Este es uno de los motivos por el que la Iglesia designa ciertos tiempos o días, tales como la Cuaresma y los viernes, como días especiales de penitencia: a fin de que tengamos oportunidad de practicar el auto-control y así crecer en templanza. 

Embriaguez y sobriedad

Por último, haremos un comentario sobre la embriaguez y la sobriedad: la sobriedad es la virtud que modera nuestro consumo de alcohol. Tomar alcohol en sí no es inmoral, pero la embriaguez sí lo es. De hecho, la embriaguez –tomar al punto que no nos es posible razonar y perdemos el control– es un pecado mortal, según Santo Tomás. San Pablo incluye a la embriaguez en la lista de los pecados que nos alejan del reino de Dios (1 Cor 6, 10; Gal 5, 21).

Santo Tomás explica que cuando un hombre es consciente de estar tomando una bebida alcohólica sin moderación y prefiere estar ebrio en vez de dejar de tomar, su embriaguez es pecado mortal "porque en este caso el hombre se priva conscientemente del uso de su razón, que le hace practicar la virtud y apartarse del pecado. Peca, pues, mortalmente porque se pone en peligro de pecar".1 Como me dijo un estudiante en una clase "¡Ya es suficientemente difícil ser un buen cristiano cuando estamos sobrios!". Pues bien, la búsqueda de la virtud es difícil cuando estamos en pleno uso de nuestras facultades mentales. Ponernos voluntariamente en un estado que nos impide utilizar la razón –tal como sucede cuando estamos ebrios– compromete aún más nuestra capacidad de hacer el bien y de resistir el pecado. 

Nota al pie

1 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, cuestión 150, art. 2.

 

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Agradecimiento

Edward P. Sri. "Temperance and the Art of Eating." (Templanza y el arte de comer) Lay Witness (enero/febrero de 2009).

Este artículo se reimprimió con el permiso de la revista Lay Witness.

Lay Witness es una publicación de Catholic United for the Faith, Inc., (CUF) un apostolado laico internacional fundado en 1968 para apoyar, defender y fomentar los esfuerzos del magisterio de la Iglesia.

Sobre El Autor

sri10sri9Dr. Edward (Ted) Sri es un profesor Asistente de teología en el Benedictine College en Atchison, Kansas, y un colaborador frecuente de Lay Witness. Edward Sri es el autor de Rediscovering the Heart of the Disciple: Pope Francis and the Joy of the Gospel, Men, Women and the Mystery of Love: Practical Insights from John Paul II's Love and ResponsibilityMystery of the Kingdom (Misterio del Reino), The New Rosary in Scripture: Biblical Insights for Praying the 20 Mysteries (El Nuevo Rosario en la Escritura: Perspectiva Bíblica. Su último libro es Queen Mother: Queen Mother: A Biblical Theology of Mary's Queenship (Reina Madre) basado en su disertación doctoral que está disponible llamado a Benedictus Books al (888) 316-2640.Los miembros de CUF reciben un descuento de 10 por ciento.

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