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Agonía, ansiedad y decisión

  • EDWARD SRI

Si nos proponemos vivir virtuosamente en nuestro matrimonio y en la relación con nuestros familiares y amigos, necesitamos mucho más que buenas obras esporádicas o actos ocasionales de amabilidad cuando da la casualidad de que estamos de buen humor.


woman11Estas tendencias pueden ser un indicio de falta de prudencia. En la reflexión anterior, vimos cómo el consejo es el primer paso de la prudencia; en el que se reúne la información necesaria para tomar una buena decisión. Pero esto no es suficiente. Se necesitan dos actos más: juicio y decisión.

Una persona que lidia con una decisión puede mirar la lista de pros y contras, pedir consejo a miles de amigos y directores espirituales y rezar en la capilla durante horas por ella. Sin embargo, al final debe llegar el momento de la decisión. En ese momento crucial, debe 1) juzgar con sabiduría (juicio) y 2) poner su decisión firmemente en acción (decisión). La persona que no puede juzgar correctamente o tomar una buena decisión, carece de la virtud de la prudencia.

Juicio sabio: proteger el reino

El juicio es el segundo aspecto de la prudencia. Luego de reunir los datos necesarios para tomar una buena decisión (consejo), es necesario sopesar la evidencia con cuidado, como lo hace un juez. El buen juicio lleva a una persona a hacer lo correcto de la manera correcta y en el momento correcto.

El rey Roboam de la Biblia fue alguien cuya falta de buen juicio tuvo efectos devastadores en la nación entera. Cuando ascendió al trono como rey de Israel, el pueblo quería que bajara los cuantiosos tributos que su padre, el rey anterior, les había impuesto.

Roboam pidió consejo a los sabios ancianos del reino, quienes le dijeron que haga caso al reclamo del pueblo para así generar un sentimiento de lealtad entre los ciudadanos. Sin embargo, Roboam siguió el consejo de sus jóvenes amigos, quienes le alentaron a que aumentara los impuestos para demostrarle al pueblo que era aún más poderoso que su padre. Roboam, pidió consejo, pero no juzgó con sabiduría. Y su tonta decisión de aumentar los impuestos tuvo consecuencias nefastas: El pueblo se rebeló y 10 de las 12 tribus de Israel se separaron de su reino, marcando la división trágica del pueblo de Dios y el fin del Reino unificado (1 Reyes 12).

Puede que no sean el rey de una gran nación, pero quizá haya otras personas que se verán profundamente afectadas por la forma en que viven sus vidas, las elecciones que hagan impactarán en sus esposos o esposas, familiares, amigos y compañeros de trabajo. Así que hay mucho en juego cuando se trata de la capacidad de hacer buenos juicios.

Empezar con el objetivo en mente

La persona con juicio sabio sigue el principio de "empezar con el objetivo en mente". Al tomar una decisión, primero considera el objetivo y luego discierne sobre la mejor manera de alcanzarlo. Las sociedades lo hacen con declaraciones de propósitos, planes estratégicos, metas y objetivos. Los atletas lo hacen con programas de entrenamiento. Los seres humanos deben hacerlo con sus vidas. Sin un objetivo claro en mente, nuestras vidas andarán descaminadas. Como dice el dicho "si no te esfuerzas por alcanzar una meta, no lograrás nada".

Si bien tomarse el tiempo para pensar bien una decisión en los momentos de oración es importante, en algunos casos, el proceso de "discernimiento" eterno de una persona puede estar de hecho tapando una debilidad oculta: la falta de decisión y el miedo al compromiso.

Stephen Covey, en su famoso libro Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, pide que imaginemos nuestro propio funeral, en donde las personas más allegadas a nosotros se pondrán de pie y dirán unas pocas palabras en nuestro honor: un familiar, un amigo, un compañero de trabajo y alguien de la parroquia. Entonces Covey pregunta:

¿Qué les gustaría que cada uno de esos oradores dijera sobre sus vidas? ¿Qué tipo de esposo, esposa, madre o padre les gustaría que reflejaran sus palabras? . . . ¿Qué tipo de amigo? ¿Qué tipo de socio? ¿Qué tipo de carácter les hubiera gustado que ellos hubieran visto en ustedes? . . . ¿Qué influencia les hubiera gustado haber tenido en sus vidas?

Estas preguntas nos llevan a reflexionar sobre las metas globales que tuvimos en la vida: ¿Qué tipo de vida quiero vivir? ¿Qué quiero lograr? Por sobre todas las cosas, ¿qué tipo de persona quiero ser? Es muy fácil dejarnos llevar por lo ocupados que estamos en esta vida y nunca detenernos a pensar en el rumbo que estamos tomando. Es probable que perdamos mucho tiempo y energía buscando cosas que realmente no importan (más ingresos, más reconocimiento, status social, etc.) y esto no nos permite concentrarnos en lo que es más importante (Dios, familia, amistad). Sin embargo, darle prioridad en nuestra mente a preguntas vitales de amplia perspectiva -como las que nos propone Covey en la escena de nuestro funeral- equivale a tener una brújula. Nos puede ayudar a mantener el rumbo correcto mientras sopesamos las decisiones diarias y menos importantes a la luz de nuestras metas finales.

Decisión

El tercer acto de la prudencia es la decisión, en otras palabras, poner nuestra decisión en acción. No importa cuánto consejo pidamos, cuánto sopesemos una decisión y cómo emitamos un juicio en nuestra mente, si no llevamos nuestra decisión a la práctica, careceremos de prudencia.

Hay muchos motivos por los que no llevamos a cabo una decisión de la mejor manera. Algunas veces, después de formar un juicio sobre lo que haremos, dudamos, cambiamos de opinión y nos demoramos en llevarlo a cabo. Tal vez le tengamos miedo al fracaso o al cambio, o quizá quedemos abrumados por el riesgo que ello conlleva. En todos estos casos, nuestras emociones toman el control y evitan que nos mantengamos en el camino correcto hacia una buena decisión.

Otras veces, después de comenzar a ejecutar una decisión, damos marcha atrás con el buen propósito por el que queríamos luchar porque se nos presentan dificultades o sufrimientos. Poncio Pilato, por ejemplo, sabía que Jesús era inocente y que los sumos sacerdotes lo acusaban por envidia (Jn 18, 38; Mt 27, 18) Pilato quería liberar a Jesús, pero cuando se enfrentó con los disturbios y con la gente que lo amenazaba, se rindió a las multitudes y entregó a Jesús para que lo crucificaran (Jn 19, 12-16). Dio marcha atrás con la voluntad de hacer lo correcto. Un padre puede saber cuándo hay que castigar a sus hijos por mal comportamiento, pero cuando el hijo responde con un berrinche, el padre puede sentirse tentado a retirar de manera imprudente el castigo en un intento de aplacar al niño y de mantener la "paz" en el hogar.

Algunas veces simplemente somos indecisos. Tenemos miedo de plantar bandera en nuestras vidas, entonces posponemos la toma de decisiones. A fin de mantener nuestras opciones abiertas, evitamos el compromiso por si surge algo mejor.

Algunos cristianos incluso espiritualizan su falta de decisión cuando dicen "necesito más tiempo para pensar sobre esto en mis oraciones. Dios aún no me ha mostrado qué hacer". Si bien tomarse el tiempo para pensar bien una decisión en los momentos de oración es importante, en algunos casos, el proceso de "discernimiento" eterno de una persona puede estar de hecho tapando una debilidad oculta: la falta de decisión y el miedo al compromiso.

No ser ansiosos

Existen otras tendencias que se parecen a la prudencia, pero que de hecho son vicios que se oponen a la misma y que nos impiden tomar buenas decisiones. Por ejemplo, puede parecer prudente que nos preocupemos por las cuestiones temporales, dado que uno debería ocuparse de las cuestiones humanas básicas, tales como la carrera, pagar las cuentas y educar a los hijos. Sin embargo, llegamos a preocuparnos tanto por estas cuestiones que logran nublar nuestra visión y llevarnos a tomar malas decisiones. De hecho, según Santo Tomás de Aquino, la manera en que luchamos por las cosas de este mundo puede ser pecado en tres sentidos.

Primero, es pecado preocuparnos por las cosas temporales si las buscamos como un fin, como nuestra meta principal en la vida, nuestra razón de existir. Muchas personas, por ejemplo, priorizan en sus vidas la carrera, la seguridad financiera o las posesiones, pero no a Dios.

De hecho, según Santo Tomás de Aquino, la manera en que luchamos por las cosas de este mundo puede ser pecado en tres sentidos.

En segundo lugar, afligirnos por las cosas de este mundo puede ser pecado si nos desvían de la búsqueda de lo espiritual, que debe ser nuestra principal preocupación en la vida. Nos dejamos arrastrar a tal punto por las cuestiones de este mundo -asegurarnos de que nuestras finanzas estén en orden, que nuestros hijos estén en la escuela correcta, que nuestros proyectos de cambio se planifiquen correctamente- que dejamos de concentrarnos lo suficiente en que nuestra vida espiritual esté en orden.

Tercero, es pecado preocuparnos por las cosas temporales si tenemos mucho miedo de no tener lo que necesitamos. En el sermón de la montaña, Jesús nos entrega una prueba de fuego que nos sirve como indicador interno para alertarnos en caso de que estemos demasiado preocupados por las cosas de este mundo: "No se inquieten por su vida" (Mt 6, 25). La preocupación es como la luz de "check engine" (revisar motor) de los automóviles que se enciende advirtiendo que hay algo en nuestra alma que no está funcionando correctamente. Es posible que no estemos confiando lo suficiente en que Dios proveerá o que estemos prestando demasiada atención a las cosas de este mundo y no tanta a los bienes espirituales.

Preocupación por el futuro

También podemos estar desmesuradamente preocupados por el futuro. Obviamente, una buena previsión es parte de la prudencia. Sin embargo, no tenemos la certeza de lo que vendrá en el futuro y cuando estamos innecesariamente preocupados por las cosas que son sólo una posibilidad en el futuro, podemos desviarnos de nuestras responsabilidades actuales.

Por encima de todo, debemos recordar que cada preocupación tiene su propio tiempo. Dios nos dará la gracia que necesitamos para enfrentar las pruebas que se presenten en el futuro. Sin embargo, no recibimos esa gracia futura ahora, sino que la gracia de Dios siempre viene en el momento justo. Por ello, si nos preocupamos por el futuro ahora, estamos "poniéndonos al hombro una carga sin haber recibido aún la gracia que Dios nos daría para resistirla".1 Esa preocupación inútil sólo aumenta nuestra ansiedad por cuanto todavía no tenemos la gracia para enfrentar los problemas que se presentarán en el futuro. Tal como dijo Jesús, "No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción" (Mt 6, 34).1

Francis Fernandez, In Conversation with God, vol. 3 (Londres: Scepter, 2000), p. 402.

 

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Agradecimiento

Edward P. Sri. "The Art of Living: Agony, Anxiety, and Decisiveness." (El arte de vivir: Agonía, ansiedad y decisión) Lay Witness (julio/agosto de 2009).

Este artículo se reimprimió con el permiso de la revista Lay Witness.

Lay Witness es una publicación de Catholic United for the Faith, Inc., (CUF) un apostolado laico internacional fundado en 1968 para apoyar, defender y fomentar los esfuerzos del magisterio de la Iglesia.

Sobre El Autor

sri10sri9Dr. Edward (Ted) Sri es un profesor Asistente de teología en el Benedictine College en Atchison, Kansas, y un colaborador frecuente de Lay Witness. Edward Sri es el autor de Rediscovering the Heart of the Disciple: Pope Francis and the Joy of the Gospel, Men, Women and the Mystery of Love: Practical Insights from John Paul II's Love and ResponsibilityMystery of the Kingdom (Misterio del Reino), The New Rosary in Scripture: Biblical Insights for Praying the 20 Mysteries (El Nuevo Rosario en la Escritura: Perspectiva Bíblica. Su último libro es Queen Mother: Queen Mother: A Biblical Theology of Mary's Queenship (Reina Madre) basado en su disertación doctoral que está disponible llamado a Benedictus Books al (888) 316-2640.Los miembros de CUF reciben un descuento de 10 por ciento.

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