Menu
A+ A A-

"Túnica Negra" y lo que podría haber sido

  • ANTHONY ESOLEN

Si Estados Unidos hubiera seguido el ejemplo del padre Pierre-Jean De Smet, muchas cosas buenas hubieran surgido y probablemente se hubieran evitado muchos males: la guerra, el robo de tierras indígenas, el odio mutuo y el colapso moral que le espera a un pueblo vencido.


Únase a la gran familia Magnificat suscribiéndose ahora mismo: ¡su vida de oración cambiará por completo!

smetFather Pierre-Jean De Smet, S.J.
1801-1873

Hay un pueblito en Dacota del Sur llamado De Smet, que es conocido como "El pueblo de la pradera", en honor a los tan agradables libros que escribieron Laura Ingalls Wilder y su hija Rose.  Todos los veranos, los residentes de De Smet hacen un desfile para turistas en honor a los Wilder.  Sin embargo, no suelen hacer desfiles en honor al hombre que le dio su nombre, el sacerdote jesuita Pierre-Jean De Smet, uno de los misioneros más destacados de la historia de la Iglesia.  Es una pena, ya que el padre De Smet fue un modelo de coraje y caridad cristiana.  Si Estados Unidos hubiera seguido su ejemplo, muchas cosas buenas hubieran surgido y probablemente se hubieran evitado muchos males: la guerra, el robo de tierras indígenas, el odio mutuo y el colapso moral que le espera a un pueblo vencido.

Vayamos entonces a las Montañas Rocallosas, cerca del nacimiento del río Missouri.  En el verano de 1840, el padre De Smet, con treinta y nueve años de edad y mucha experiencia como misionero, se presentó para conocer al jefe de los shoshones.  Es una reunión que hace mucho quería mantener el jefe de la tribu.  Las tribus indígenas de tan lejos como el Río Columbia enviaron emisarios a San Luis para pedir que un "Túnica Negra" los visitara y les enseñara sobre la fe cristiana de la que hablaban los iroqueses conversos desde hace mucho tiempo atrás.  Iroqueses conversos -eso no debería sorprendernos ya que los franceses de Canadá no tenían prejuicios tontos sobre la raza y muchos franceses se casaron con indígenas y criaron a hijos católicos.

Dos mil hombres, mujeres y niños fueron a conocer a Túnica Negra y a recibir sus enseñanzas.  El padre De Smet los reunía para rezar todas las noches y los instruía en francés con la ayuda de un intérprete.  Les enseñó el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo y los Actos de fe, esperanza, caridad y contrición.  Una vez, les mostró una medalla de plata y les dijo que ese sería el premio para la primera persona que pudiera recitar todas las oraciones de memoria.  "Esa medalla es mía", dijo el jefe, y repitió las oraciones sin errores.

El jefe se convirtió en un padre cristiano para su gente.  Entonces, el padre De Smet escribió lo siguiente a su superior:

Cada mañana, al despuntar el día, el jefe mayor es el primero en montar su caballo y recorrer el campamento tienda por tienda.  "Hijos míos", dice, "es hora de levantarse; dejen que los primeros pensamientos de sus corazones sean para el Gran Espíritu; digan que lo aman e implórenle que sea misericordioso con ustedes.  Dense prisa, nuestro Señor pronto tocará la campana; preparen sus oídos para escuchar y sus corazones para recibir las palabras de su boca". Luego, si había notado un acto desordenado en el día anterior, o si había recibido informes desfavorables de los otros jefes, les daba una advertencia paternal.  ¡Quién no pensaría que esto sólo podría ocurrir en una comunidad bien organizada y religiosa, y sin embargo encontramos que ocurre entre los indios que habitan en los desfiladeros y valles de las Montañas Rocallosas!  No tienen idea de cuánto anhelaban recibir instrucción religiosa.  Explicaba doctrina cristiana cuatro veces al día y a pesar de ello mi tienda estaba repleta, el día entero, de gente deseosa de escuchar más.

El padre De Smet obtuvo el don pentecostal de entender el idioma del corazón.  Podía traducir la fe al idioma indígena, caminando en sus mocasines y escuchando sus expresiones de fe.  Entonces, cuando continuó con sus travesías por territorios peligrosos y llegó al fuerte ubicado en la cabecera del Yellowstone, el Jefe le dijo: "el Gran Espíritu tiene sus manitúes; los ha enviado para que cuidaran sus pasos y para molestar a los enemigos que lo hubieran querido asediar".  El comentario de De Smet es revelador: "Un cristiano hubiera dicho: Angelis suis mandavit de te, ut custodiant te in omnibus viis tuis— lo encomendó a sus ángeles y ellos lo protegerán de todas las maneras posibles".  Los indígenas vieron en el padre De Smet un modelo de la humanidad divina.  Era valiente y viajaba en persona para conversar con las tribus más sanguinarias, como los pies negros.  Era infatigable. Recorrió más de 290.000 kilómetros, casi todos ellos después de que hubiera cumplido los cuarenta años, todo ello en nombre del bienestar espiritual y social de los indígenas.  Conoció a los hombres como un hombre; soportó las privaciones que sus guías soportaron; se sentó con jefes y fumó la pipa de la paz; comió con gratitud todo lo que le presentaban en la mesa.

El padre De Smet obtuvo el don pentecostal de entender el idioma del corazón.

Era un hombre de oración profunda.  Los indígenas vieron que, antes de tomar la comida, dirigía sus manos al cielo para "hablar con el Gran Espíritu". Cada vez que lo hacía, había miles de ellos que escuchaban en silencio cómo le hablaba a Jesús.

Su integridad era inquebrantable.  Una vez, cuando regresó a su misión en Council Bluffs, se enteró de que sus hijos espirituales, los miembros de la tribu santee, habían invadido a sus vecinos, los potawomis.  Los reprendió así: "Les enseñé lo injusto que era atacar a una nación pacífica sin ser provocados y les dije que la venganza de los potawomis podría tener terribles consecuencias, como la extinción de su tribu.  Me pidieron que actuara como mediador otra vez y me dijeron que habían resuelto enterrar el tomahawk para siempre".

No era condescendiente con los indígenas.  Sobre los debiluchos shoshones, a quienes sus vecinos llamaban serpientes por excavar madrigueras y vivir como reptiles, comiendo saltamontes y hormigas, escribió que "tal vez no haya en todo el mundo personas que vivan en un peor estado de indigencia y corrupción".  Eso hizo que sintiera muchos más deseos de llevarles el Evangelio y de darles la esperanza de una vida futura mejor.

La mayoría de los indígenas guardaban respeto por el padre De Smet ya que él era su intercesor ante Dios y el hombre.  En 1843, unos pocos años después de la primera expedición de De Smet al noroeste, el editor de sus fascinantes cartas dijo lo siguiente:

Muchas de estas nociones indígenas tenían verdadera sed de las aguas de la vida - deseaban con vehemencia que llegara el día en que el verdadero "Túnica Larga" apareciera entre ellos y hasta incluso enviaban mensajeros que recorrían miles de kilómetros para acelerar su venida. Semejante deseo por la verdad santa de Dios, si bien humilla nuestra fría piedad, también debería inflamar nuestros corazones para hacernos rezar fervientemente y pedir que siempre haya obreros que trabajen en esta gran viña - y para ofrecer nuestra ayuda a los hombres santos y devotos, quienes, dejando sus hogares, amigos y países, se internaron en estas estepas con sus amados indígenas para entregarles su vida a ellos y a Dios...  Es nuestro deber como hombres, como cristianos, ayudarlos en este objetivo filantrópico.  Implica al menos una forma de expiación por la infinidad de males que los blancos han hecho a estas razas malhadadas. 

Cuando se escribieron estas palabras, Gerónimo, Toro Sentado y el jefe José eran niños.  La "infinidad de males" y la animosidad entre los indígenas y los colonizadores blancos no terminarían por otros setenta años.  El padre De Smet mismo escribió estas palabras en 1841, en relación con el "salvajismo" de la honorable y pacífica tribu de los Flathead:

Hace demasiado tiempo que nos hemos acostumbrado erróneamente a juzgar las salvajadas de los indígenas en las fronteras, quienes han aprendido los vicios de los blancos.  E incluso respecto de estos últimos, en vez de tratarlos con desdén, tal vez sería más justo no reprocharles con una situación degradante, de la cual le han dado el ejemplo, y que ha sido promovida por una codicia egoísta y deplorable.

Esa justicia tan lúcida explica la confianza que las tribus desde Missouri hasta British Columbia tenían en el honorable "Túnica Negra".  Los líderes en Washington lo sabían. Cuando en 1862 los Sioux querían luchar contra los colonizadores blancos para vengarse por las tierras robadas y los tratados incumplidos, ¿a quién podía enviar el presidente Lincoln al inicio de la Guerra Civil?  Entre todos los blancos que había en Estados Unidos, el único que podía viajar para hablar con los indígenas era el padre De Smet.  En su camino, escuchó los testimonios de miles de indígenas, de modo que cuando supo que el gobierno estaba planeando un ataque, se rehusó a cumplir con ese cometido y regresó a San Luis.  En 1868, las cosas empeoraron tanto que el gobierno recurrió una vez más a De Smet y esta vez él llegó a reunirse con Toro Sentado y lo convenció para que firmara el Tratado del fuerte Leramie.

Esa justicia tan lúcida explica la confianza que las tribus desde Missouri hasta British Columbia tenían en el honorable "Túnica Negra".

Piensen en ello -al gobierno de los Estados Unidos, con todas sus riquezas y todos sus soldados, no le quedó otra que recurrir a este hombre, un sacerdote de la odiada orden de los jesuitas. 

Una escena impresionante, pero no tan conmovedora ni tan significativa como lo que hizo el padre De Smet para que los indígenas amaran al Señor.  Aquí concluyo con otra escena, que transcurrió en la tribu Crow al este de las Cascadas.  A su llegada, cuarenta valientes se agolparon alrededor del sacerdote y, gritando "¡Túnica Negra, Túnica Negra!", lo alzaron sobre sus hombros.  Le trajeron a los enfermos y rezaron, pero les dijo que sólo Dios era el verdadero sanador. Para enseñarles y para que volvieran sus corazones hacia él, les dijo que Dios castigará a las personas que tengan actitudes malvadas. Sucede que los Crows eran ladrones y perpetraban otras cosas mucho peores.

Luego, el orador de la tribu se puso de pie.  "Túnica Negra", dijo "lo entiendo.  Usted nos dijo la verdad.  Sus palabras han traspasado mis oídos y llegaron hasta mi corazón - me gustaría que todos podamos comprenderlas".  Y se volvió a sus seguidores y les dijo "Sí, Crows, Túnica Negra nos ha dicho la verdad.  Somos perros, porque vivimos como perros.  Cambiemos nuestras vidas y nuestros hijos vivirán".

Es un mensaje que necesitaban escuchar muchos más los estadounidenses que los Crows - incluso ahora en nuestros días.

dividertop

Agradecimiento

Magnificat Anthony Esolen. ""Túnica Negra" y lo que podría haber sido." Magnificat (febrero de 2015): 203-207.

Únase a la familia mundial del Magnificat suscribiéndose ahora: ¡Su vida de oración nunca será la misma!

Para leer el trabajo del Profesor Esolen's cada mes en Magnificat, junto con los textos diarios de la misa, otros buenos ensayos, comentarios de arte, meditaciones y oraciones diarias de la Liturgia de las Horas, visite www.magnificat.com para suscribirse o solicitar una copia gratuita.  

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2015 Magnificat
back to top