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La canción de Davey

  • ANTHONY ESOLEN

Anthony Esolen acerca de la música divina de un hijo autista.


Esolendavie La vana imaginación del hombre, esa fábrica de ídolos, canturrea a su compás. En algún lugar de su sótano raído se encuentra el laboratorio en el que pronto los padres elegirán a sus hijos, pegando sus cromosomas, cayendo ante el vacío de la "elección." Qué tristeza se engendrará en el mundo, solo el Señor lo sabe. Porque no será una cuestión de elegir un lado del terreno, con los últimos pequeños a la espera hasta que alguien les diga, para su alivio; "Te elijo a ti."

Ahí la opción es por la existencia misma. Y, si fuera a presionar la metáfora, muchos pobres individuos como el jovencito que más amo en el mundo, mi hijo David, se quedará parado fuera de la cerca, mirando hacia adentro el terrible empobrecimiento de nuestras vidas.

"¿Cuál es esta?" Le pregunté, chocando mi cuchillo contra uno de los lados de una botella de vino. Apenas levantó la mirada; estaba demasiado ocupado masticando ruidosamente un bocadillo.

"Hay más de una nota," dijo, y las cantó, probando su precisión. "Mi y Mi agudo."

Toqué lo que me dijo en el piano que estaba en la otra habitación. Como era de esperar.

"¿Y qué tal esto?" Continué, tocando un acorde en una tercera octava por encima del Do medio.

"Fa y Do," cantó.

"¿Y esto?"

Le tomó un poco más de tiempo. "Si agudo y Do agudo," dijo.

A Davey nunca le enseñaron a hacer eso. Si hubiéramos tratado de conducirlo hacia la genialidad musical, con seguridad habríamos fallado. Tampoco se le enseñó, a los cinco años, a dibujar imágenes de los teclados de las computadoras, completas con sombreados con rayas y trapezoides que se reducen hasta un punto de convergencia bellamente excéntrico. Ni cómo desarmar computadoras con destornilladores y luego dejarlas como estaban, juntando apresuradamente las piezas rescatadas de las máquinas dejadas al lado del camino.

Le damos clases a nuestro hijo en casa, pero casi todo lo que ha aprendido como consecuencia de ello lo ha adquirido como a través de la gracia, y no por nuestros pobres esfuerzos. La vida de Davey es un milagro.

Saltos asombrosos

Eso incluye cómo lee. Cuando tenía seis años y estaba listo para iniciar el kínder (no aprendió a hablar hasta bastante después de su tercer cumpleaños), yo rezaba cada noche pidiendo que al final del año escolar él pudiera leer alguno de esos antiguos libros de cuentos, con imágenes de animales peludos y pocas palabras. Para noviembre, ya estaba leyendo atentamente manuales de computadoras y revistas, sin el beneficio de la cualidad fónica.

Lo hemos observado, en respuesta a nuestras oraciones, dar otros saltos que asombran la imaginación. Y hemos esperado, a menudo con menos paciencia que resignación, cuando se ha tomado una eternidad para aprender lo que todo el mundo encuentra fácil, como ver la hora en un reloj analógico, o estrechar la mano. Había un tiempo en que podía decirte qué edad tenía Taunton si fue fundada en 1764, pero no cuántos dedos tenía contando los de las manos y los pies.

Sin embargo, como si fuera por compensación, nunca he conocido a nadie, niño o adulto, que ame tan tiernamente a las personas, incluso a un adulto que sea demasiado importante y esté tan ocupado como para reconocer ese amor.

Mi hijo se encuentra en algún punto entre lo que se llama el espectro del "autismo". Ese nombre se hizo popular hace cincuenta años, por la película delicadamente compasiva llamada David y Lisa, la historia de un genio autista cuyo amor, un milagro en sí mismo, ayuda a curar a una joven mujer tan traumatizada que ya no podía hablar.

A esas personas se les denominaba autistas porque, como ese jovencito antes de descubrir a alguien con una mayor necesidad que él, parecían vivir dentro de sus propios universos, incapaces de forjar amistades. O tal vez, debería decir mejor, eran incapaces de escoger los conocidos fáciles sin los cuales una vida diaria ordinaria es difícilmente posible.

Hemos sido afortunados en este sentido. Dado que hemos mantenido a Davey en casa en vez de enviarlo a la escuela, se las ha arreglado para hacer unos pocos amigos—lean cuidadosamente esa oración nuevamente. Los niños vienen a sus fiestas de cumpleaños, lo protegen bajo sus alas en la zona de juegos y le hablan, que Dios los bendiga, sobre computadoras, su hardware y software, sus aparatos y sus monitores y sus muchos técnicos que no saben diferenciar su mano derecha de la izquierda.

Sin escapatoria para el diablo

¿Indiferencia emocional? Nunca he conocido a un chico menos capaz que Davey de comprender, a simple vista o después de pensar una hora sobre ello, lo que alguien más podría estar sintiendo. Un suspiro o una lágrima o una risa amarga o una sonrisa pacífica le llegan como si fueran jeroglíficos. Eventualmente, si se le alienta, los puede descifrar.

Pero es desconcertante saber que, a menos que el Señor que hizo a los sordos oír y a los mudos hablar quiera hacer el milagro, es poco probable que Davey alguna vez pueda saber en realidad lo que su padre o su madre amaban profundamente, o temían, o deseaban. Nos perderemos ese lazo particular de comprensión que los padres dan por sentado.

Sin embargo, como si fuera por compensación, nunca he conocido a nadie, niño o adulto, que ame tan tiernamente a las personas, incluso a un adulto que sea demasiado importante y esté tan ocupado como para reconocer ese amor. Cada vez que uno de mis antiguos alumnos viene a la casa de visita, Davey lo saludará y lo acorralará llevándolo hacia el ático para enseñarle la masacre que ha hecho de las ignorantes computadoras. En cuanto al resto de la visita, ya sean horas o días según el caso, él tenderá a mantenerse alejado a menos que lo llamemos de vuelta a nuestro mundo; no obstante, cuando llegue la hora en que nuestro amigo deba irse, llorará con lágrimas verdaderas.

Es una bendición curiosa, entonces, su limitación en el lenguaje de las relaciones sociales; las palabras no deshacen los muros para él, ni los construyen. "Davey es un niño profundamente bueno," dijo un sacerdote y amigo de la familia. "Para él es imposible mentir." Tenía razón; cuando se trata de mentir, la lengua de Davey está anudada. No puede hacerlo.

Por lo tanto no puede fingir una emoción. No puede hacer lo que el resto de nosotros, autistas más comunes, hacemos todo el tiempo: pararse en la puerta, haciendo adiós, contando al mismo tiempo los minutos, y pensando qué haremos con el resto del día una vez que el amigo se ha ido.

Entonces, tampoco puede ser un fariseo; pero da miedo observar sus ataques de escrupulosidad. Algunas personas pagan el diezmo de menta y comino para ufanarse que lo hicieron. Davey, cuyo universo es el de un niño, poblado de cosas asombrosas e inconmensurables y gigantes, debe preocuparse de la menta que crece cien pies de alto y el comino apilado hasta arriba del silo.

Una vez casi echó a perder su verano con una preocupación implacable acerca de haber violado el secreto de la ley de derechos de autor. Esos convenios de licencias que las compañías de software anexan a sus productos, y que la mayoría de nosotros, imitando a nuestros legisladores, firmamos sin leer, Davey lo había leído y estudiado y guardado en la memoria.

No pudimos darle a elegir la escapatoria del diablo. "Todos lo hacen " no tiene sentido para un muchacho que no puede hacer lo que todos hacen, como leer las manecillas de un reloj, y que puede hacer lo que casi nadie hace, como cantar la nota nombrada cuando se lo piden, o aprender por sí solo a escribir en la computadora con los diez dedos, o dibujar una máquina en perspectiva doble, o informar a personas casi extrañas sobre los detalles de los sistemas operativos que utilizaron cuando los vio la última vez, hace cinco años.

No, él no podía torcer la verdad. En comparación con él, el resto de nosotros parecíamos mentirosos profesionales; y nos sentíamos justamente avergonzados.

Autista extraordinario

"Sean santos," dice Jesús, "incluso como es santo nuestro Padre del cielo." El autista ordinario, quiero decir una persona común como nosotros, una persona que piensa demasiado sobre sí mismo incluso durante una conversación amigable o al hacer el amor o al rezar, simulará aires devocionales, si tiene tal inclinación. Mi hijo no. No obstante, tiene un alma ordenada simplemente a Cristo.

En su caso, no tienes que pelar las superficies del hábito o de la consciencia para llegar a algún núcleo de devoción. O bien Davey no piensa nada sobre Dios cuando está pensando en sistemas de circuitos y software, o se lanza de cabeza en el misterio. Es, en su vida cristiana, ingenuo como lo es al hacer amigos: O bien ni te conoce, o te ama.

Él es el soldado común en mi pequeño pelotón de almas por las que rezo sin cesar. A menos que yo esté bastante equivocado, si alguien tiene más probabilidad de quedarse a medio camino, es el sargento y no el soldado.

Davey siempre ha estado deseoso de saber sobre Dios como cualquier jovencito que está en camino a unirse al ejército de Cristo. "¿Dios ya ha creado las almas de todas las personas en el mundo, las que vivieron hace mucho tiempo y las que ni siquiera han nacido aún?" "¿Podría Dios cambiar algo que ya ha sucedido, y hacer que no hubiera sucedido? Él hacía ese tipo de preguntas cuando tenía ocho años. Él es el soldado común en mi pequeño pelotón de almas por las que rezo sin cesar. A menos que yo esté bastante equivocado, si alguien tiene más probabilidad de quedarse a medio camino, es el sargento y no el soldado.

Durante un año o dos, cuando era un niño que ya empezaba a caminar y todavía no hablaba, mi esposa y yo negábamos enérgicamente que algo anduviera mal. O era ella más bien quien lo negaba, viendo con una visión entusiasta la maravilla escondida; pero yo me encontraba echado en mi cama por las noches, despierto, preocupado por ello, en ocasiones llorando, fingiendo tener pena por Davey, pero sintiendo en realidad pena por mí mismo.

Eso es comprensible, podría decir el lector compasivo. En verdad, es comprensible. He aquí que se me ha dado una joya que cuidar, un ser humano de un valor incomparable, como lo son todos los seres humanos, pero este es inusualmente inocente, y tan singular como el más tímido de los pájaros carpinteros que picotea en lo más profundo del bosque.

Y por todo ello, en ocasiones sentí pena, y no gratitud. Es como si hubiera estampado de manera infantil mi pie ante mi creador, entendiendo que desde el punto de vista del Señor, era yo quien vivía en mi propio universo, y Davey quien fue enviado para quebrar ese caparazón mío.

El final de Davey

Le agradezco al Señor por este hijo mío, y por mi hija Jessica y mi esposa Debra, que son la familia que "yo escojo," porque Dios los ha escogido a todos ellos para mí. Si Davey hubiera sido como cualquier otro hijo, lo habría aplastado bajo el peso de mi ego; mientras que ahora él hace tanto por mí como por cualquiera de nuestros amigos lo que nadie ha tenido el buen juicio de elegir por sí mismo. Nos avergüenza con su inocencia.

Es mejor rezar para que al final de nuestra larga travesía él se reúna con el Padre que siempre lo amó más, y que se unan a ese destino su madre y su hermana, y un viejo con las rodillas malas, al final de la fila. Que tampoco haya un final para nombrar las notas, cuando los amigos en esa tierra estallen en cantos.

En cuanto a lo que le espera el futuro, ¿quién sabe? Tal vez algún día se case y tenga hijos, como lo desea bastante, y sea el propietario de una empresa que fabrique computadoras (por supuesto). Tal vez viva durante muchos años con su madre y su padre, o tal vez rentará un departamento para vivir solo. Tal vez, ya que es tan fácilmente simpático, atraerá hacia él verdaderos amigos que le ayuden a sortear las turbulentas aguas de cómo conocer gente y llevarse bien.

Rezo por esas cosas buenas, pero no con la misma urgencia de antes. Es mejor rezar para que al final de nuestra larga travesía él se reúna con el Padre que siempre lo amó más, y que se unan a ese destino su madre y su hermana, y un viejo con las rodillas malas, al final de la fila. Que tampoco haya un final para nombrar las notas, cuando los amigos en esa tierra estallen en cantos.

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Agradecimiento

esolen Anthony Esolen. "Davey's Song." (La canción de Davey) Touchstone Magazine (enero 2007).

Reimpreso con el permiso de Touchstone Magazine.

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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