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Católico hasta la médula

  • ANTHONY ESOLEN

Ningún director sintió con tanto entusiasmo la santidad de la virilidad y de la femineidad que John Ford.


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Ford1John Ford
1894-1973

La ardiente pelirroja está mirando a su flamante esposo, que está plantando rosas en el jardín frente a la casa.  Lo ama con pasión, del mismo modo que él a ella, pero aún no han compartido la misma cama.  Ello se debe a que ella no lo tendrá hasta que él haya derrotado a su terco hermano por la dote.  No sabe por qué él no quiere luchar y siente vergüenza por él.  Sin embargo, ha dejado su tierra natal para venir a la "madre patria" Irlanda, en parte para dejar atrás su pasado como boxeador profesional.  Con uno de sus puñetazos, había matado a un hombre en el ring, a una "buena persona", según él, con una esposa y un par de hijos.  Todavía no se lo ha contado a ella. 

"Fue un accidente", le dijo el amigable vicario al que Sean Thornton le pidió consejo. 

"No fue un accidente", respondió Thornton.  "Cuando entro al ring, lo único que me importa es romperle la cabeza a mi adversario.  Quería matarlo". 

Ahora ella está ahí con las manos en las caderas y le dice:  "¡Qué tontería que estés plantando rosas cuando deberías estar plantando papas!"

Él levanta la mirada y observándola le dice: "o hijos". Ella se queda muda. 

Hijo inmigrante

Si alguna vez visitan Portland, Maine, vayan a la intersección de Pleasent Street y York Street, donde podrán ver una estatua de bronce que representa a un hombre en una silla de director, fumando una pipa y con un sombrero de cowboy que lo protege del sol.  La inscripción debajo dice que el hombre nació como John Martin Feeney y murió como John Ford -el director más grandioso de los Estados Unidos.  También era católico, apostólico y romano de cabo a rabo. 

Mis alumnos algunas veces me preguntan si las obras de arte de todos los géneros siempre estuvieron con nosotros, pero no las reconocemos como tales hasta muchos años después.  Mi contestación es que no me parece que sea así y que el arte dramático es el más esporádico de todos los géneros.  Si hablamos de grandes obras de arte dramático, me parece que necesitan saber algo de la vida y el mundo de John Ford.  No se graduó en ninguna escuela de arte dramático.  Su padre fue un inmigrante irlandés, dueño de algunas tabernas, que se ganaba la vida en el lado oscuro de la ley, vendiendo licor en un estado al que no le importaban demasiado los irlandeses o los católicos, o el licor.  Jack Fenney creció sabiendo lo que era el trabajo duro, peleando por las calles y arrodillándose en la iglesia.  No luchó en la Primera Guerra Mundial, pero luego se incorporó a la Reserva Naval, donde prestó servicios durante diecisiete años.  La verdad es que no sé si Ford alguna vez conoció a un santo, pero sí conoció a pecadores honestos.  Y no me refiero a personas que pecan en una bruma de indiferencia o insensibilidad.  No hay demasiado drama en ellos.  Me refiero a hombres y mujeres que pecaron y que sabían que pecaban y a quienes luego se los podía encontrar en el confesionario o deshaciéndose en oraciones en su lecho de muerte. 

Un drama vivo

"En él vivimos, nos movemos y existimos" dijo San Pablo a los pagano en Atenas, cuando intentaba revelarles al Dios que habían buscado en la oscuridad durante tanto tiempo.  Pues bien, la gente que cabía en el mundo de John Ford, aquel en el que creció y el que representó en la pantalla, vivía su historia dentro de la gran historia del hombre como imagen de Dios, caído, pecador, con tendencia a la maldad, duro de corazón, vengativo, cobarde, pero aun mostrando rastros de esa primera gloria; del hombre, infinitamente precioso, redimido por Cristo, huyendo del amor pero a la vez anhelándolo, con el corazón marchito pero a la vez listo para florecer en la belleza con una mínima gota de agua sanadora.

  Sin La historia más grande jamás contada, todas las demás historias se vuelven secas y polvorientas.  En la verdadera historia, la que aprendió Jack en la Iglesia de Santo Domingo, lo próximo que hagan puede tener consecuencias eternas. 

El teniente coronel Kirby Yorke está apostado con sus hombres cerca de Río Grande.  Su hijo había dejado el colegio pupilo para incorporarse a la caballería y fue asignado al regimiento de Yorke.  La esposa de Yorke, Kathleen, que estaba enemistada con él, viajó hasta allí para traer a su hijo de vuelta.  Son un hombre y su esposa - no existe el divorcio en las películas de John Ford, como así tampoco existió en su propia vida, ya que falleció poco después de haber celebrado cincuenta y tres años de matrimonio.  Los Yorkes son Adán y Eva; esencialmente hombre y mujer; el orgullo de él, los sentimientos magullados de ella, la imprudencia de él, la necesidad sofocante de proteger de ella.  Hombre y mujer: ¡sus vicios se complementan!

Entonces Kathleen Yorke se queda junto a Kirby Yorke porque los hombres del regimiento habían preparado una sorpresa.  Le daban la bienvenida con una vieja canción popular irlandesa "I'll Take You Home Again, Kathleen" (te llevaré de regreso a casa, Kathleen).  Ella supone que su esposo les había dado la idea, pero él estaba tan sorprendido y avergonzado como ella.  Durante la canción, él intenta por todos los medios no mirarla y ella intenta por todos los medios no mirarlo, pero ninguno de los dos lo logra, a pesar de que sus ojos nunca se encuentran.  Hay más electricidad en esa escena, más anhelo humano, mezclado con decepción y culpa, resentimientos, nostalgia y remordimiento, que en cientos de películas de "amantes" tocándose con movimientos por demás extravagantes, no sea que nos demos cuenta de que allí no hay corazón. 

Ese era John Ford, que dirigía a John Wayne y a Maureen O'Hara, en Río Grande. 

El drama del cuerpo

Ningún director sintió con tanto entusiasmo la santidad de la virilidad y de la femineidad.  No quiero decir con esto que Ford nos ofreciera santos y santas de yeso, sino que no era dado a la sensiblería.  Nos muestra la realidad, las cosas como son.  Podemos ver a la campechana Beth Morgan, una buena y corpulenta madre de seis hijos y una hija.  Allí está en plena tormenta de nieve cuestionando a un grupo de mineros que estaban de huelga y amenazaban a su esposo por no unirse.  Ella sacude el puño y los llama "hipócritas con aires de superioridad" porque se atreven a sentarse en la capilla junto a él.  "Tengo otra cosa que decirles y es la siguiente.  Si llegan a lastimar a mi Gwilym, descubriré quienes fueron y los mataré con mis propias manos.  ¡Y lo juro por Dios todopoderoso!".

No era dado a la sensiblería. Nos muestra la realidad, las cosas como son.

También nos narra la historia de Tom Doniphon, el ranchero que efectivamente disparó al bandido Liberty Valance, salvando la vida de quien fuera su rival por el amor de su novia y dejándole creer a todos que su rival había sido quien disparó.  Ese hombre –el rival de Doniphon-, bueno, pero menos hombre, está a punto de ser designado como el nuevo senador del estado.  No quiere aceptar, pero Doniphon lo convence: "Hallie es tu chica ahora.  Regresa allí y acepta ese nombramiento.  Le has enseñado a leer y escribir; ¡ahora debes darle motivos para que lea y sobre los que pueda escribir!" Luego de decir eso, Doniphon regresó, ebrio, a su rancho y a la hermosa casa que había construido para cuando Hallie fuera su esposa.  La quemó íntegra y fue su fiel sirviente quien lo sacó de las llamas.  Muere miserable y olvidado. 

¿Qué sucede cuando no creemos en la virilidad y en la femineidad? Es posible que tengamos criaturas extrañas, interesantes por uno o dos minutos, pero ¿cuál sería el verdadero drama? Esos hombres y mujeres son como abedules que crecen en el pantano, sus troncos son raquíticos, con la mitad de sus extremidades desnudas y sus raíces pudriéndose.  No están dónde y cómo deberían estar.  Están como si estuvieran vivos. 

Alaben a Dios todopoderoso

¿Qué pueden celebrar si la vida no tiene un propósito?  John Ford creció bajo el alero de una familia irlandesa católica.  Si el tiempo es litúrgico, podemos delimitar mejor el tiempo con oración y cánticos.  Todas las películas tienen música; las de Ford tienen canciones de la gente.  Algunas son canciones de la rebelión irlandesa, como "The Minstrel Boy"; otros son cánticos patrióticos; muchos son himnos.  No se reproducen los aleluyas exaltados de la épica bíblica; son himnos de gente común en adoración, como "Shall We Gather at the River" y "Guide Me, O Thou Great Jehovah".  Es mucho más conmovedor escuchar las voces de los hombres cantando al unísono -quienes trabajan uno junto al otro, quienes suelen pelear entre sí, quienes soportan la carga de vivir penosamente cultivando la tierra.

  Semejantes canciones nunca son una simple decoración, sino que  son expresiones de solidaridad.  Ford vio que las divisiones y asperezas del género humano sólo logran subsanarse desde lo alto.  Los bandidos se convierten en los Tres padrinos y sus vidas se transforman porque cumplen lo que habían prometido a una mujer en agonía: que salvarían a su bebé.  Lo primero que hacen los pobladores en Al redoblar de tambores es construir una iglesia y sus ministros son quienes los guían en la defensa de sus tierras contra los británicos.  Cuando los cadetes en Cuna de oro marchaban en honor a su viejo amigo Martin Maher, el hombre orquesta que vivió en West Point y que se convirtió en padre de generaciones de soldados, cantaban elogiando a Marty Maher-O con la melodía de "The Rising of the Moon" mientras Marty los miraba y parecía encontrar entre esos rostros el de su padre y esposa fallecidos y el de muchos otros muchachos que murieron en la guerra tiempo atrás. 

¡Díganme si eso hubiera sido posible sin tener fe! Es lo mismo que suponer que podemos tener rosas sin tierra ni agua.  Para los escépticos, terminaré con una escena de Cuna de oro.  Notre Dame está jugando un partido de fútbol americano contra Army.  El combativo entrenador irlandés, Knute Rockne, estuvo perfeccionando una nueva arma, el pase adelantado.  Marty y su padre hicieron una apuesta, Marty por Army y el señor Maher por Notre Dame.  De más está decir que todos los jugadores del equipo Army quedan deslumbrados por la fácil victoria de Notre Dame. 

El señor Maher le cobra las apuestas a todos, incluso a Marty.  "Espero que aprendas de esto, hijo mío", dijo.  "Nunca apuestes dinero contra la Santa Madre, la Iglesia". 

Nosotros tampoco debemos hacerlo nunca más.

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Agradecimiento

Magnificat Anthony Esolen. "Católico hasta la médula." Magnificat (enero de 2015): 196-201.

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Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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