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Beata Madre Teresa

  • EL PADRE GEORGE W. RUTLER

Aunque parezca mentira, no puedo recordar nuestra primera reunión, que fue en el año 1980, cuando yo estaba estudiando en Roma.


teresa17Blessed Mother Teresa of Calcutta
1910-1997

En la película Las Cruzadas de 1935, hay una escena intensa en la que Loretta Young le suplica a Henry Wilcoxon, que encarnaba a Ricardo Corazón de León, "¡Debes salvar al cristianismo, Ricardo! ¡Debes hacerlo!". A pesar de que no fue un punto culminante en el arte cinematográfico, estas líneas me recuerdan el modo en que muchos le hablaban a la Madre Teresa, ahora beata. Todos los que la conocieron tienen algo para contar, pero el común denominador en la mayoría de los encuentros con ella era la certeza de que ella podía hacer algo por la frágil situación en que se encontraban los creyentes y los medio-creyentes hacia fines del milenio.

Aunque parezca mentira, no puedo recordar nuestra primera reunión, que fue en el año 1980, cuando yo estaba estudiando en Roma. En la constancia moral de su presencia, todas las conversaciones parecían iguales y todo lo que las rodeaba era completamente irrelevante. Sin embargo, ella siempre daba la impresión de que tenía todo el tiempo del mundo y de que la persona con la que estaba hablando era la única que existía para ella en el mundo. En una oportunidad, llegué a la antigua iglesia de San Gregorio con mi sotana un poco alborotada, luego de la persecución de un perro que me tuvo contra la pared, y me dio la impresión de que la Madre Teresa creía que era una manera normal de preparar la misa. Ella besaría las manos del sacerdote que le había dado la comunión como muestra de agradecimiento de haberle traído a Jesús, pero no se hacía ninguna ilusión: más de una vez la escuché decir cómo la gente de todos los lugares que ella visitaba se sentía traicionada por los sacerdotes. Sin embargo, les pedía que se acordaran de ella como la gota de agua que se mezcla con el vino en la preparación del cáliz.

Le hizo callar la boca incluso a un jesuita que hizo una broma sobre lo pequeña que se estaba poniendo: "Sí, y debo hacerme mucho más pequeña hasta que pueda caber en el corazón de Jesús". Aún tengo en mi memoria una conversación que mantuvo con mi madre en una visita que hizo a Nueva York unos años después: parecían dos vecinas hablando a través de la cerca. Igual de pintorescos eran los tiempos en Roma en los que me llevó de la mano a través de un gran campo de amapolas en la periferia de la ciudad y luego me sirvió un té en una mesa desvencijada que había en el jardín. Más tarde, como el transporte público estaba de huelga, junto con otra hermana, intentamos hacer dedo. Nadie nos levantó, pero la Madre rara vez se encogía de hombros.

Tengo una fotografía de ella con un abrigo impermeable, como los que usan los empacadores de carne, cuando llegó al Bronx una noche de invierno. Cuando le tomaron la fotografía, hizo una mueca de dolor debido a las cataratas que le habían hinchado los ojos: "Jesús me dijo que dejara que me tomen fotografías, entonces le pedí que dejara que un alma saliera del Purgatorio por cada vez que se disparara el flash". Sus ojos podían verse inefablemente tristes, como cuando escuchó que mientras celebrábamos la hora santa en nuestro hospicio un paciente se ahorcaba en el piso de arriba. No había charlatanería en su entorno. Podía dar órdenes como un sargento de la marina y su consejo era duro, pero no hiriente. Cuando me pidió que corrigiera a un reportero que no había reproducido sus palabras con exactitud, le dije que rezaría por ello y que luego escribiría. "No", insistió, "es necesario hacerlo ahora mismo. Yo rezo. Tú escribe".

Luego de predicar una mañana, empujó un libro a lo largo de la mesa de la cocina y me dijo: "Leer es bueno, pero debes meditar antes de predicar y luego contarle a la gente todo lo que te dijo Jesús". Tenía la sensación de que ella estaba en una longitud de onda especial. Cuando fui a dar misa para ella en Nueva York, me encontré en el metro parado frente a un kiosco que exhibía revistas con mujeres que sólo eran inocentes víctimas de la Legión para la Decencia. Luego de la misa, a pesar de que no le hice ningún comentario al respecto, me dijo "Cuando camines por la calle para venir a dar misa, no mires las revistas con mujeres en las portadas". Al mostrar la absoluta naturalidad de la sobrenaturalidad, los santos son un sacramento de la transfiguración. A lo largo de los anales cristianos ha parecido perfectamente natural y nada tonto decirles "Deben salvar al cristianismo. ¡Deben hacerlo!".

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Agradecimiento

Rutler5smEl Padre George William Rutler. "Beata Madre Teresa."  Crisis (122, N 11 (diciembre de 2004).

Reimpreso con el permiso del El Padre George W. Rutler. 

Sobre El Autor

rutler46smrutler5El padre George W. Rutler es pastor en la iglesia de Saint Michael en la ciudad de Nueva York.  Escribió muchos libros, entre los que se incluyen los siguientes:  Cloud of Witnesses — Dead People I Knew When They Were Alive, Coincidentally:  Unserious Reflections on Trivial Connections, A Crisis of Saints:  Essays on People and Principles, Brightest and Best, Saint John Vianney:  The Cure D'Ars Today, Crisis in Culture, and Adam Danced:  The Cross and the Seven Deadly Sins.

Copyright © 2004 Crisis
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