Menu
A+ A A-

Como la Iglesia cambió el mundo: La Iglesia, madre de pensadores

  • ANTHONY ESOLEN

Ni bien mi padre dobló por la calle Nassau, mis ojos se encontraron con la torre gótica de la Cámara de Comunes, donde luego almorzaríamos los alumnos de primero y segundo año de la Universidad de Princeton.


Únase a la gran familia Magnificat suscribiéndose ahora mismo: ¡su vida de oración cambiará por completo!

gothic Era una estructura hermosa, de grandes bloques de granito gris, sobria y majestuosa, que se elevaba desde la tierra hacia el cielo. El gran salón que se encontraba en su interior, que albergaba las mesas de madera donde comíamos, estaba adornado con los retratos de todos los presidentes de la universidad. Poco después, me contaron que todos tenían manchas de los proyectiles de comida que los estudiantes se arrojaban entre sí. Era, podríamos decir, una tradición manchada por la tradición.

Al igual que sus rivales Yale y Harvard, Princeton se había fundado en primer lugar como una facultad de teología, y eso aún puede percibirse en sus edificios antiguos, que eran una manifestación de la vida y la devoción de quienes vivían en las cercanías. Una o dos veces al año, profesores y estudiantes desfilan vestidos con togas cuyo significado original ya no entienden —togas clericales que llevaban los estudiantes y maestros de las primeras universidades de la Edad Media. Aparte de algunos restos esporádicos del pasado —como el robo anual del badajo de la campana del salón Nassau por parte de los estudiantes del primer año y para el cual yo aporté una palanca— no había nada que mantuviera unida a la universidad, que la hiciera una unidad, excepto su nombre.

Cuanto más cambian las cosas…

En esa época también hacíamos ruido por las noches, caminábamos por las calles o nos sentábamos en un bar a tomar algo. Eso no era ninguna novedad. En ese sentido, éramos los típicos estudiantes, llenos de energía juvenil, propensos a pecar, libres de la vigilancia de nuestros padres y no siempre inclinados a quemarnos las pestañas estudiando. Se pueden encontrar interesantes ilustraciones manuscritas que revelan algo de la vida universitaria de la Edad Media. Hay, por ejemplo, una escena invernal con chicos jugando a tirarse bolas de nieve —¡uno de los cuales es zurdo! También hay una escena de primavera, en la que se puede ver un aula con la ventana abierta, y si bien la mayoría de los estudiantes están atentos al profesor, hay uno que está mirando por la ventana y otro que duerme en el fondo con la cabeza apoyada sobre el escritorio.

Por otra parte, algunas veces había conflictos entre el pueblo y la universidad, sobre todo con respecto a los vicios más bajos, pero en general los vecinos medievales recibían con gusto a las universidades porque le daban más vida al pueblo y ofrecían mejores oportunidades comerciales. Hoy en día las universidades se enorgullecen si logran atraer a unos cuantos estudiantes del extranjero, pero en aquel entonces, había tantos estudiantes de otros países que los compatriotas solían unirse en agrupaciones. Tomás de Aquino, quien provenía de una fortaleza ubicada en el sur de Italia, viajó hasta Colonia en Renania para estudiar con Alberto Magno y luego fue profesor en la Universidad de París, donde su amigo y rival era Buenaventura, otro italiano, y su principal oponente era el belga Siger de Brabante. Lo podían hacer porque hasta incluso los hombres más comunes y corrientes que frecuentaban los puertos o centros comerciales sabían más de un idioma, por lo que no se suponía que leer y hablar en latín fuera un logro tan extraordinario para las personas instruidas de todas partes del mundo.

Sin embargo, no cualquiera podía enseñar, era necesario tener títulos. Los profesores de Princeton se dividían en facultades por disciplina, un legado que recibieron de la Edad Media. Si bien una universidad se destacaba en derecho (Bologna), otra en medicina (Salerno) y otra en teología (París), las distintas facultades también dictaban carreras en otras disciplinas que estaban a cargo de profesores avezados. ¿Cómo se podía tener la certeza de que un profesor sabía de lo que estaba hablando? Pues bien, de la misma manera en que se podía tener la certeza de que un albañil conocía su oficio y que el altar que estaba construyendo no quedaría torcido ni desprolijo. El albañil pertenecía a un gremio de maestros que le exigía años de aprendizaje hasta que pudiera producir una obra maestra—literalmente una obra de arte que demostrara que era maestro en su oficio. Del mismo modo, los profesores y estudiosos medievales formaron gremios o sindicatos, universitas magistrorum et scholarium, el origen del término universidad. Garantizaban que los profesores enseñarían y que los estudiantes aprenderían. Los maestros de ese gremio se aseguraban de que los profesores fueran solamente aquellos hombres que realmente dominaran sus especialidades. Pues bien, esto era realmente algo muy novedoso en el mundo: que alguien que obtuvo el título de doctor en París pudiera enseñar en cualquier universidad de la cristiandad. Se respetaban sus logros y conocimientos en todas partes.

Pero entonces, ¿algunas cosas sí cambian?

Sin embargo, en muchos aspectos, las primeras universidades fundadas por la Iglesia en la Edad Media eran más públicas e interesantes que las de hoy en día. Imagínense la escena. Es un cálido día de primavera en Oxford. No hay clases esta tarde, ni hubo clases el día anterior y ni habrá clases mañana ni el resto de la semana.

Pero los estudiantes no andan vagando por ahí o remando en el río. Están todos presentes, como así también todos los maestros.

Miles de personas observan y escuchan, algunas de ellas toman notas de lo que está sucediendo; y como todas estas personas necesitarán algún refrigerio, también están presentes los tenderos, vendedores de vino, panaderos y cocineros. También podemos encontrar allí a esa parte del género humano que siente una atracción natural hacia una buena pelea; sacerdotes y clérigos locales; hombres y mujeres nobles; todo aquel que esté interesado en la vida intelectual; cualquier persona. Todos están presentes porque se desarrollará el gran debate anual sobre cualquier tema que elija el interrogador, y será un gran carnaval intelectual que durará una o dos semanas, o el tiempo que sea necesario para responder a todas las preguntas. Los exámenes finales privados de hoy en día, tomados en el silencio de un aula, con alumnos que apuntan unas cuantas frases mal redactadas, son pálidas sombras de esta gloriosa y colorida justa.

Todo este cometido implica que la mente humana se perfecciona con las virtudes intelectuales: sed por la verdad, confianza en que la verdad puede derrotar al error, una humilde disposición a someter las opiniones al juicio y la sólida creencia de que las palabras son signos y servidoras de las cosas, cuyas naturalezas podemos conocer.

Sin embargo, todavía queda señalar el elemento más emocionante y significativo del debate. Es sencillo y profundo. Y es que hay sólo un maestro en el banquillo que responde a todas las preguntas. "Maestro Alejandro, si el género de una cosa existe antes que la cosa en sí, ¿es también verdad que nuestra percepción del género es anterior a nuestra percepción de la cosa? ¿Cómo es esto posible cuando todos hemos tenido la experiencia de percibir que hay algo—por ejemplo, un animal que se mueve en un árbol— y sólo después nos damos cuenta de que se trata de un pájaro y de qué especie de pájaro es?"

Y el gran plátonico Alejandro de Hales, de visita en su tierra natal, sonríe, inclina la cabeza y dice: "No, la percepción del género es también anterior; pero antes debemos definir lo que queremos decir con percibir". Unos aplauden, otros al fondo se ponen a debatir entre sí, algunos se sorprenden. Así es la vida.

Él es el paladín que está enfrentando a todos, que no son cualquier persona. Son maestros que han entregado sus preguntas al portavoz de la oposición. No es lo que nosotros hoy día conocemos como "debate", en el que las partes se lanzan afirmaciones entre sí, o se acusan de prejuicio o de odio o de alguna otra enfermedad moral o intelectual. No es un ejercicio de discurso ostentoso, cuya finalidad es impresionar con palabrería. El maestro debe identificar los términos de la pregunta. Debe definir y distinguir. Debe demostrar exactamente cómo se aplica su respuesta. Debe anticiparse a las objeciones y responderlas. Y lo hace en el acto. Todo este cometido implica que la mente humana se perfecciona con las virtudes intelectuales: sed por la verdad, confianza en que la verdad puede derrotar al error, una humilde disposición a someter las opiniones al juicio y la sólida creencia de que las palabras son signos y servidoras de las cosas, cuyas naturalezas podemos conocer./p>

En más de un sentido, entonces, estas justas se llevaban a cabo a plena luz del día.

Una universidad de hecho

No obstante, esa gran reunión no fue, estrictamente hablando, un invento del hombre. Fue hecha por Dios quien imprimió en el corazón y la mente de los hombres el anhelo de conocerlo. No se trata sólo de que la Iglesia inventó la universidad por casualidad. Sólo la Iglesia podría haberla inventado porque sólo la revelación de Dios tiene el poder de elevar y reunir a todos los demás campos de estudio. Esto no significa que haya una astronomía para los cristianos y otra astronomía para los demás. Quiere decir que, en el ambiente nutritivo de una verdadera universidad, el estudio de la astronomía influye en los demás estudios y ocupa un lugar justo y subordinado en relación con la servidora, la filosofía, y con la reina de las ciencias, la teología.

No se trata sólo de que la Iglesia inventó la universidad por casualidad. Sólo la Iglesia podría haberla inventado…

Cuando terminé la carrera en Princeton, ¿qué era lo que nos mantuvo unidos además de haber compartido el mismo código postal durante cuatro años? No cursábamos la misma carrera, no teníamos el mismo conocimiento, ni el mismo culto, ni la misma fe. Vestíamos los ropajes de una comunidad religiosa, pero no éramos ni religiosos ni una comunidad. Llamábamos a Princeton nuestra alma mater, la madre que nos alimenta, pero nadie podía decir qué poción se suponía que habíamos bebido.

Cuando Tomás enseñaba en París, seguramente había estudiantes y maestros mundanos y numerosos muchachos que pasaban más tiempo bebiendo en los bares que nutriéndose de las fuentes de la sabiduría; pero sonaban las campanas a la hora de rezar, y tanto jóvenes como adultos caminaban bajo las pérgolas o en los claustros, y hablaban del mundo que los rodeaba, de los grandes poetas y teólogos del pasado, y de Dios.

Esas universidades podían servir de escondites para jóvenes descuidados y depravados. Siempre existieron. Pero también eran, por designio más que por accidente, arboledas y jardines para los santos.

Es hora de que la Iglesia invente la universidad una vez más.

dividertop

Agradecimiento

Magnificat Anthony Esolen. "How the Church Has Changed the World: The Church, Mother of Scholars." Magnificat (junio de 2015).

Únase a la familia mundial del Magnificat suscribiéndose ahora: ¡Su vida de oración nunca será la misma!

Para leer el trabajo del Profesor Esolen's cada mes en Magnificat, junto con los textos diarios de la misa, otros buenos ensayos, comentarios de arte, meditaciones y oraciones diarias de la Liturgia de las Horas, visite www.magnificat.com para suscribirse o solicitar una copia gratuita.  

Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2015 Magnificat
back to top