Menu
A+ A A-

¿Avergonzados del Evangelio?

  • ROBERT P. GEORGE

Los días del cristianismo socialmente aceptable llegaron a su fin. Los días del catolicismo cómodo quedaron en el pasado. 


George8Ya no es fácil ser un fiel cristiano, un buen católico, un testigo auténtico de las verdades del Evangelio. Nos exigen un precio y debemos pagarlo. Si queremos ser discípulos de Jesús, debemos pagar los costos, los cuales son pesados, onerosos y dolorosos.

Por cierto, todavía podemos identificarnos sin peligro como "católicos" y hasta incluso pueden vernos asistir a misa.  Ello se debe a que los custodios de aquellas normas de la ortodoxia cultural que hemos dado en calificar como "políticamente correctas" no asumen que identificarse como "católicos" o asistir a misa quiere decir necesariamente que realmente creemos en las enseñanzas de la Iglesia sobre matrimonio y sexualidad moral y la santidad de la vida humana. Y si de hecho no creemos en lo que nos enseña la Iglesia o, por lo menos hasta ahora, aun si creemos en sus enseñanzas, pero estamos dispuestos a mantenernos en absoluto silencio respecto de ellas, estaremos seguros… Todavía podemos ser católicos cómodos.  En otras palabras, un católico dócil, un católico que tiene vergüenza del Evangelio, o que está dispuesto a actuar públicamente como si estuviera avergonzado, todavía es socialmente aceptable.  Pero un católico que deja en claro que no está avergonzado del Evangelio lo pasará muy mal y deberá estar preparado para asumir riesgos y hacer sacrificios. "Quien quiera ser mi discípulo", dijo Jesús "que cargue con su cruz y me siga."  Nosotros, los católicos estadounidenses, por habernos vuelto más cómodos, hemos olvidado o ignorado esa verdad eterna del Evangelio. No podemos seguir ignorándola ahora.

La pregunta que cada uno de nosotros debe enfrentar es la siguiente: ¿Estoy avergonzado del Evangelio?  Y esa pregunta abre la puerta a otras preguntas: ¿estoy preparado para pagar el precio que me exigirán si me niego a estar avergonzado, si, en otras palabras, estoy en condiciones de dar testimonio público de las verdades masiva y políticamente incorrectas del Evangelio, verdades de las que los mandarines de una cultura de elite determinada por dogmas del individualismo expresivo y del liberalismo de la generación del yo no quieren ni escuchar hablar?  O, en términos más sencillos, ¿estoy o no estoy dispuesto a tomar mi cruz y seguir a Cristo?

Las fuerzas y corrientes poderosas imperantes en nuestra sociedad nos presionan para sintamos vergüenza del Evangelio, que estemos avergonzados de lo bueno, avergonzados de las enseñanzas de nuestra fe sobre la santidad de la vida humana en todas sus etapas y condiciones, avergonzados de que nuestra fe nos enseñe que el matrimonio es la unión conyugal entre un hombre y una mujer.  Estas fuerzas insisten en que las enseñanzas de la Iglesia están desfasadas y son retrógradas, insensibles, poco compasivas, intransigentes, intolerantes y hasta incluso odiosas.  Estas corrientes nos presionan a todos, y particularmente a los católicos jóvenes, para que nos dejemos vencer por esta insistencia.  Nos amenazan con consecuencias si nos negamos a decir que lo malo es bueno y que lo bueno es malo.  Nos obligan a adaptar nuestro pensamiento a su ortodoxia o a mantenernos absolutamente callados.

Las fuerzas y corrientes poderosas imperantes en nuestra sociedad nos presionan para sintamos vergüenza del Evangelio, que estemos avergonzados de lo bueno, avergonzados de las enseñanzas de nuestra fe sobre la santidad de la vida humana en todas sus etapas y condiciones, avergonzados de que nuestra fe nos enseñe que el matrimonio es la unión conyugal entre un hombre y una mujer.

¿Creen, como yo, que cada uno de los miembros de la familia humana, independientemente de su edad, tamaño, etapa de desarrollo o situación de dependencia, merece una dignidad inherente y el mismo derecho a la vida?  ¿Sostienen que los valiosísimos niños que se encuentran en el vientre materno, como criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, merecen respeto y protección?  Entonces, según dicen las personas e instituciones poderosas, ustedes son unos misóginos, odian a las mujeres, constituyen una amenaza para la privacidad de las personas, son enemigos de la "libertad reproductiva" de las mujeres.  ¡Claro que deben estar avergonzados!

¿Creen, como yo, que la función social principal del matrimonio es unir a un hombre y a una mujer como esposo y esposa para que sean madre y padre de los niños nacidos de su unión?  ¿Sostienen, como yo, que las normas que hacen del matrimonio una verdadera sociedad conyugal se cimientan en su naturaleza procreadora, su aptitud singular para el proyecto de la crianza de los hijos?  ¿Entienden que el matrimonio es una forma de unión excepcionalmente integral -integral en cuanto une los cuerpos y no meramente los corazones y mentes de los esposos- que está orientada a la concepción y crianza conjunta de los hijos, lo cual colaboraría con su realización natural?  Entonces, son estas mismas fuerzas las que dicen que ustedes son homófobos, intolerantes y que no creen en la igualdad.  Ustedes incluso representan una amenaza para la seguridad de las personas.  ¡Claro que deben estar avergonzados!

Sin embargo, desde luego, lo que ustedes creen, si creen en estas cosas, es una parte crucial del Evangelio.  Ustedes creen en la verdad -en su plenitud- sobre la dignidad de la persona humana y el carácter del matrimonio y la moralidad sexual tal como la proclama la Iglesia, que es la única fuente segura que nos servirá para entender el mensaje del Evangelio. Entonces, cuando los invitan a distanciarse de estas enseñanzas o a evitar hablar de ellas, cuando los amenazan con el oprobio o la pérdida de oportunidades profesionales o de una posición social si no lo hacen, los están presionando para que sientan vergüenza del Evangelio. Ello significa renunciar a la fe en Cristo nuestro Señor y a la esperanza en el triunfo de la bondad, de lo que es correcto y del amor en Él y a través de Él.

Si somos testigos del Evangelio hoy en día nos convertimos en hombres o mujeres marcados.  Implica exponernos al desprecio y al reproche.  Si proclamamos sin vergüenza el Evangelio en su plenitud ponemos en riesgo nuestra propia seguridad, nuestras aspiraciones y ambiciones personales, la paz y tranquilidad que gozamos, nuestra posición en una sociedad amable.  Como consecuencia de nuestro testimonio público, podríamos sufrir discriminación y podrían negarnos oportunidades educativas y las prestigiosas referencias que pudieran ofrecer; podríamos perder oportunidades valiosas de trabajo y progreso profesional; podríamos ser excluidos de reconocimientos y honores mundanos de varios tipos; nuestro testimonio podría incluso costarnos las amistades más preciadas.  Podría traer aparejada discordia familiar e incluso podría distanciarnos de nuestros familiares.  Si, estos son los costos, por cierto muy pesados, de ser discípulos de Cristo.

No mucho tiempo atrás todo era bastante distinto.  Por supuesto, siempre hubo corrientes anticatólicas en sectores de la sociedad estadounidense.  Y en determinados momentos y en ciertas circunstancias y lugares, se pagaba el precio de ser católico.  Sin embargo, en la medida que la nación progresaba, se disipó el anti-catolicismo en muchos sectores y uno podía ser un católico verdadero y fiel sin sufrir demasiado en lo que respecta a la pérdida de oportunidades y de posición en la comunidad.  Las creencias bíblicas y del derecho natural sobre la moralidad fueron culturalmente normativas, no fueron desafíos a las normas culturales.  Pero esos días quedaron atrás.  Lo que alguna vez fue normativo ahora se considera herético, que es el equivalente moral y cultural de traición.  Entonces, aquí estamos. Ya ven, para nosotros, como así también para nuestros amigos fieles de la Iglesia evangélica, dentro de poco es Viernes Santo. Se desvaneció el recuerdo de la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén.  Sí, le dieron la bienvenida -no mucho tiempo atrás- multitudes de personas que flameaban hojas de palma y gritaban "¡Hosanna al Hijo de David!".  Ingresó en la Jerusalén de Europa y en la Jerusalén de América y fue proclamado Rey y Señor. Pero ello quedó en el pasado. Llegó el viernes y se terminó el romance con Jesús y su Evangelio y su Iglesia. Los sectores selectos de las culturas de Europa y Norteamérica ya no le dan la bienvenida a Su mensaje.  "¡Llévenselo!", gritan.  "¡Queremos a Barrabás!".

Sí, para nosotros los católicos y para los que buscan ser fieles, es Viernes Santo. Ya no somos aceptables. No podemos seguir estando cómodos. Este es un tiempo de prueba para nosotros, un tiempo de prueba ante la adversidad.

Entonces, para nosotros no hay forma de evitar la pregunta: ¿Estoy avergonzado del Evangelio? ¿Estoy dispuesto a estar junto a Cristo proclamando Sus verdades? ¡Vaya, todo era más fácil el Domingo de Ramos! Estar junto a Jesús y sus verdades era lo que estaba de moda. Todos gritaban "Hosanna". Pero ahora es viernes y los días del cristianismo aceptable terminaron. Los días del catolicismo cómodo quedaron en el pasado. Jesús está ante Pilato. La multitud grita "crucifícalo". Lo llevan al Señor al Calvario. Clavan a Jesús en la cruz. Y ¿dónde estamos?  ¿Dónde estás tú y dónde estoy yo?  ¿Tenemos miedo de que sepan que somos sus discípulos?  ¿Estamos avergonzados del Evangelio?

¿Debemos reunir fuerza, coraje y fe para ser como María, la Madre de Jesús, y como Juan, el apóstol que amó Jesús, y pararnos con fe al pie de la cruz?  O, ¿huiremos presos del miedo como los otros discípulos?  Con temor a poner en riesgo la riqueza que hemos acopiado, los negocios que hemos construido, la situación profesional y social que hemos logrado, la seguridad y tranquilidad que tenemos, las oportunidades del progreso mundano que celebramos, los contactos que hemos cultivado, las relaciones que atesoramos, ¿consentiremos silenciosamente en la destrucción de las vidas humanas inocentes o en la demolición del matrimonio?  ¿Buscaremos encajar, ser aceptados, vivir cómodamente en la nueva Babilonia?  En ese caso, nuestro silencio hablará y dirá las palabras de Pedro, calentándose al lado del fuego: "¿Jesús, el Nazareno?  Te digo que yo no conozco a ese hombre".

Tal vez deba decir expresamente lo que ustedes sin dudas percibieron tácitamente en mis comentarios.  El mensaje salvífico del Evangelio de Jesucristo incluye, integralmente, las enseñanzas de Su Iglesia sobre el lazo profundo y conyugal, la unión en una sola carne.  La pregunta sobre fe y fidelidad que se nos presenta hoy en día no es igual a la que se le presentó a Pedro -"seguro que tú también eres uno de ellos"-. Es más bien la siguiente, ¿identificas la santidad de la vida humana y la dignidad del matrimonio con la unión de marido y mujer?  Estas enseñanzas no son todo el Evangelio -la cristiandad exige mucho más que su afirmación-, sino que son esenciales al Evangelio, no son opcionales o prescindibles. Ser un testigo auténtico del Evangelio consiste en proclamar estas verdades entre los demás.  El Evangelio es, según San Juan Pablo el Grande dijo, un Evangelio de la Vida.  Y también es el Evangelio de la vida familiar.  Son esas dimensiones integrales del Evangelio las que las fuerzas y corrientes poderosas de la actualidad exigen que neguemos o suprimamos.

Estas fuerzas nos dicen que nuestro fracaso en las causas de matrimonio y vida humana es inevitable.  Nos advierten que estamos en el "lado equivocado de la historia". Insisten en que las futuras generaciones nos juzgarán del mismo modo que nosotros ahora juzgamos a quienes abogaron por la injusticia racial en el Sur de Jim Crow.  La historia no tiene lados, sino que es una secuencia de sucesos impersonales y contingentes, sucesos que están determinados en formas decisivas por la deliberación, juicio, elección y acción humana.  El futuro del matrimonio y de las innumerables vidas humanas puede estar y estará determinado por nuestros juicios y elecciones, por el hecho de que estemos dispuestos o no a dar testimonio fiel, por nuestros actos de valor o cobardía.  Ni la historia como así tampoco las generaciones futuras son jueces revestidos de poderes deíficos para decidir, y mucho menos dictar, quién tenía razón y quién no.  La idea de un "juicio de la historia" es el intento vano, sin sentido, desesperanzado y patético de idear un sustituto para lo que las grandes tradiciones abrahámicas de la fe conocen como el juicio final de Dios Todopoderoso.  La historia no es Dios.  Dios es Dios.  La historia no es nuestro juez.  Dios es nuestro juez.

Un día tendremos que dar cuenta de todo lo que hemos hecho y dejado de hacer. Que nadie suponga que daremos estas explicaciones a una secuencia impersonal de sucesos sin más poder para juzgar que un becerro dorado o un tótem tallado o pintado. Deberemos presentarnos ante Dios, el Dios de la verdad, el Señor de la historia.  Y cuando temblemos en Su presencia ya no servirá que sostengamos que hicimos todo lo posible para estar "del lado correcto de la historia".

Sólo una cosa pesará: ¿fui testigo fiel del Evangelio?  ¿Hice todo lo que estuvo a mi alcance para colocarme del lado de la verdad?  Aquél cuyo único Hijo engendrado nos dijo que Él y sólo Él es "el camino, la verdad y la vida" querrá saber de nosotros mismos si buscamos la verdad con un corazón puro y sincero, si buscamos vivir según la verdad en forma auténtica y con integridad y -permítanme decirlo con la mayor claridad posible- si defendimos la verdad, diciéndola a los cuatro vientos y en público, soportando el costo del discipulado que las culturas que le dan la espalda a Dios y a su ley les imponen inevitablemente a los testigos fieles de la verdad.  O, ¿estamos avergonzados del Evangelio?

El Evangelio es verdadero. Todo el Evangelio es verdadero. Sus enseñanzas sobre la vida y el matrimonio son verdaderas, incluso sus dichos más duros, tales como la enseñanza clara de Cristo sobre la indisolubilidad de lo que Dios ha unido y sobre el carácter adúltero de cualquier relación sexual fuera de esa unión.


Si negamos las verdades del Evangelio, en verdad actuamos como Pedro diciendo "yo no conozco a ese hombre".  Si nos quedamos callados, verdaderamente somos como los otros apóstoles, huimos aterrorizados.  Sin embargo, cuando proclamamos las verdades del Evangelio, realmente nos ponemos al pie de la cruz con María, la Madre de Jesús, y Juan, el discípulo amado de Jesús.  Demostramos a través de nuestra fidelidad que no estamos avergonzados del Evangelio.  Demostramos que somos verdaderos discípulos de Jesús y que deseamos cargar su cruz y seguirlo, incluso hasta el Calvario.

…-permítanme decirlo con la mayor claridad posible- si defendimos la verdad, diciéndola a los cuatro vientos y en público, soportando el costo del discipulado que las culturas que le dan la espalda a Dios y a su ley les imponen inevitablemente a los testigos fieles de la verdad.

Y por nuestra fidelidad somos testigos de la verdad más grande de todas, es decir, que la historia no termina en el Gólgota.  El mal y la muerte no triunfan. Sí, es Viernes Santo, pero aquel que se hizo como nosotros en todo, menos en el pecado, conquista la muerte para redimirnos de nuestras transgresiones y para hacernos partícipes de la vida eterna, la vida divina de la Santísima Trinidad.  La cruz no puede derrotarlo.  El sepulcro no puede retenerlo.  Su Padre del Cielo no lo abandonará.  El salmo que comienza con desesperación, Eloi, Eloi lama sabachtani, termina con esperanza y alegría.  Llega la Pascua.  El Cristo crucificado resucitará de entre los muertos.  Las cadenas del pecado se romperán. "¿Dónde está, muerte, tu victoria?  ¿Dónde está tu aguijón?"

Crecí como católico en una cultura protestante.  Los protestantes de mi niñez eran lo que ahora llamamos evangélicos.  En aquellos días, las diferencias religiosas entre nosotros parecían inmensas, sin embargo hoy en día los lazos personales y espirituales que hemos formado al dar testimonio común del matrimonio y de la santidad de la vida humana han relativizado, sin haber eliminado, por supuesto, aquellas diferencias.  Ahora sabemos que los protestantes evangélicos son realmente nuestros hermanos y hermanas en Cristo, separados de nosotros en cierta forma, pero de todas maneras ligados a nosotros en la comunión espiritual. Creciendo, admiré la fortaleza de su fe y su deseo de profesarla abiertamente.  Y me encantaban sus himnos.  Uno de los más conocidos contiene un mensaje vital para nosotros, los católicos de hoy en día.  Seguramente reconocerán el primer verso:

En el monte Calvario se vio una cruz,
emblema de afrenta y dolor,
y yo quiero esa cruz donde murió mi Jesús
por salvar al más vil pecador.

Y el estribillo dice:

¡OH! yo siempre amaré a esa cruz,
en sus triunfos mi gloria será;

y algún día en vez de una cruz,
mi corona Jesús me dará.

Sí, ese es el relato.  Cristo debe soportar el sufrimiento del Viernes Santo para cumplir con su misión salvífica.  Pero ya llega la Pascua.  Nosotros, que amamos su cruz y que anhelamos soportar su sufrimiento y vergüenza, participaremos de su gloriosa resurrección.  Quien esté aferrado a esa vieja y dura cruz la cambiará algún día por una corona.

Luego sigue el siguiente verso y la manera en que capta perfectamente la actitud que debemos tener, la postura que debemos tomar y el testimonio que debemos dar en estos tiempos de prueba si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús:

Yo seré siempre fiel a la cruz de Jesús,
sus desprecios con él sufriré;
y algún día feliz con los santos en luz,
Para siempre su gloria tendré.

Sí.

¡OH! yo siempre amaré a esa cruz,
en sus triunfos mi gloria será;

y algún día en vez de una cruz,
mi corona Jesús me dará.

Sí, para nosotros los católicos y para los que buscan ser fieles, es Viernes Santo.  Ya no somos aceptables. No podemos seguir estando cómodos. Este es un tiempo de prueba para nosotros, un tiempo de prueba ante la adversidad. Pero si por si acaso fracasamos en esa prueba, como muchos lo harán, recordemos que la Pascua está por llegar. Jesús derrotará al pecado y a la muerte. Sentiremos miedo, igual que los apóstoles, eso es inevitable. Como Jesús mismo en Getsemaní, preferiríamos no beber de ese cáliz.  Preferiríamos mucho más ser cristianos aceptables, católicos cómodos.  Pero nuestra confianza en Él, nuestra esperanza en la resurrección, nuestra fe en la soberanía de su Padre celestial puede conquistar el miedo. Por la gracia de Dios Todopoderoso, la Pascua sí que está llegando. No estén avergonzados del Evangelio. Nunca sientan vergüenza del Evangelio.

dividertop

Agradecimiento

georgerobert Robert P. George "Ashamed of the Gospel?" dirigida al Desayuno de Oración Nacional Católica (13 de mayo de 2014).

Reimpreso con el permiso de Robert P. George. 

Sobre El Autor

George7georger.pngRobert P. George es profesor McCormick de jurisprudencia (McCormick Professor of Jurisprudence) y director del Programa James Madison sobre Ideas e Instituciones Estadounidenses (James Madison Program in American Ideals and Institutions) de la Universidad de Princeton. Es miembro del Consejo Presidencial de Bioética y anteriormente prestó servicios en la Comisión de Derechos Civiles de Estados Unidos. Es miembro del consejo editorial de Public Discourse. Es autor de Conscience and Its EnemiesThe Clash of OrthodoxiesMaking Men Moral: Civil Liberties and Public Morality y In Defense of Natural Law. Su libro más reciente es Embryo:  A Defense of Human Life. Robert George forma parte del comité asesor del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

Copyright © 2014 Robert P. George
back to top