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Un mapa del género humano

  • ANTHONY ESOLEN

Un anciano, vestido con una bata roja holgada, inclina su cabeza con respeto, un pensador a otro pensador.


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ricciPadre Matteo RIcci, S.J.
1552-1610

Su piel es una suerte de ámbar oscuro y sus ojos brillan detrás de unos párpados que por momentos hacen que se vean medio cerrados.  Es una mina de tradiciones antiguas.  Conoce las rutas de las estrellas y los planetas, lo que se necesita para ser un ministro sabio y útil y los sacrificios que deben ofrecerse en honor de sus ancestros.  Conoce las virtudes de los buenos emperadores y los vicios de los malos.  Es maestro de pictogramas multitudinarios y laberínticos del idioma escrito. 

"Padre honorable", dice, "estoy listo para ver el mapa".

El otro maestro, un hombre en la flor de la vida, está vestido de la misma manera, pero lleva una cruz en el cuello.  Su piel está permanentemente oscurecida por el sol y destella un matiz bronceado.  Tiene el cabello oscuro con esa onda que significa extranjero.  Responde a su visitante con la intimidación de una sonrisa y despliega un gran pergamino en la mesa.  Está cubierto con formas imposibles, como las de bestias fabulosas, sombreadas en diversos colores, todos ellos merodeando o escudriñando detrás de una parrilla de arcos y líneas paralelas. 

"Aquí está", dice el joven.

Permanecen en silencio por un momento.  El anciano toca el pergamino en un lugar y en otro con sus dedos.  "No veo mi tierra, padre".

"Estamos aquí, mi buen amigo Pao", dice el joven, señalando un sitio cercano al Gran Mar.  "Todas estas tierras, desde el frío páramo de Mongolia aquí, hasta Tonkin al sur y desde el mar hacia occidente hasta las montañas del Tíbet, esta gran cantidad de tierra es suya".

"Pensé que abarcaba casi todo el mundo", dijo Pao, agitando la cabeza con algo de tristeza.

"Maestro Pao", contestó el jesuita Matteo Ricci, apoyando su mano sobre el hombre del anciano, "ese es un sueño vano que todos los hombres tendemos a tener".

Conocer gente enamorada

Cuando Matteo Ricci viajó al Lejano Oriente como misionero en 1580 sabía que tenía que aprender todo lo que podía sobre la cultura china a fin de llevarles la Buena Noticia de la manera más eficaz posible.  Entendía que los chinos eran gente antigua y orgullosa, con tradiciones de larga data y venerables.  Pasó varios años en la colonia portuguesa de Macao, estudiando el chino mandarín, un idioma diferente a todos los de Europa en todos los sentidos posibles.  Ya había estudiado matemática y astronomía en Italia con el famoso padre Christopher Clavius, con miras a que esos estudios le sirvieran para ganarse la estima y amistad de los chinos, quienes creían que el deber moral del género humano en la tierra era reflejar el bello y silencioso orden de los cielos.  En otras palabras, Matteo Ricci es lo que ahora podríamos llamar un antropólogo como tantos otros que había entre sus hermanos misioneros.

Escuché que hay quienes se sienten orgullosos de ser personas "multiculturales" que leen a lo sumo en dos idiomas y que tienen una idea de la cultura que parece estar limitada a lo que sale del horno y a la bandera que flamea en los aleros.  Tienen mucho para aprender de los misioneros católicos.  No se puede llevar la Buena Noticia, ni ningún otro tipo de noticia, sin conocer bien a quienes la recibirán, pero para conocerlos profundamente debes amar lo lindo que hay en ellos, honrar lo que tienen de honorable y perdonar lo que tienen de tonto o malvado.  Entonces, los misioneros observaban a las personas a quienes predicaban. Sus cartas y diarios son fuentes invaluables de información.

Pero aún más que información.  Una cosa es tener conciencia de que los chinos creían que la tierra que tenían abarcaba la mayor parte del globo y que se sorprenderían y consternarían al saber que no era así.  Y otra cosa muy diferente es poder desentrañar ese orgullo y locura de su admirable sentido de orden y tradición, los cuales se extendieron a lo largo de muchos siglos.  Matteo Ricci, como Junípero Serra, Isaac Joques y Jean de Brebeuf, aprendió desde su interior cómo eran las personas a quienes él amaba.  Y debemos insistir en el sentido de este amor.

El amor busca la verdad

Piensa qué podría suceder si la profundidad del amor cristiano no estuviera allí.  Margaret Mead, la reina de la antropología, viajó a los Mares del Sur y estudió los hábitos de apareamiento de los nativos, lo cual resultó en la demasiado influyente y ahora desprestigiada obra "Coming of Age in Samoa".  Tenía una suerte de agenda liberal; los nativos se dieron cuenta y jugaron sus cartas en consecuencia.  Las personas bajo el microscopio dieron vuelta la lente para el otro lado.  No estoy diciendo que Mead despreciara a los samoanos; le gustaban mucho.  Pero el padre Ricci tenía que amar a los chinos, con la caridad que espera todas las cosas, cree todas las cosas y soporta todas las cosas.  El padre Ricci tenía que amarlos con un amor que debía desafiar una desilusión después de otra, hasta la muerte.  No fue martirizado, pero nunca regresaría a su tierra natal.  Nunca disfrutó de los elogios que se les daban a los famosos pensadores.

Creo que los misioneros católicos tenían que tener más criterio, precisamente porque los artículos de nuestra fe eran de último interés.  No podían decir simplemente "los chinos dejan ofrendas de comida a sus ancestros fallecidos, entonces deben estar adorándolos como dioses".  Tal vez lo estaban haciendo, pero tal vez no.  El padre Ricci determinó que los más sabios entre ellos lo consideraban un acto de piedad filial.  Dado que llevaban comida a sus mayores cuando estaban con vida, pensaban que la mejor demostración de su honor era "llevarles" comida después de su muerte.  Sin embargo, la gente común mezcló la práctica con mucha superstición y eso también debía tenerse en cuenta.

El padre Ricci buscó a los sabios más inteligentes entre los chinos y determinó que la deidad china más antigua de todas era Tien-Chu Shih-I— "Señor celestial" o "Señor del cielo".  Ese Señor era aquel en quien todas las cosas tuvieron origen y a quien todas las cosas del cielo y de la tierra obedecían.  Entonces, tras una prolongada observación y un estudio cuidadoso de los textos antiguos, escribió La Verdadera Doctrina de Dios, un catecismo breve y brillante de la fe católica, lleno de citas de las palabras veneradas de sabios antiguos como Confucio y Mencio.  Ya que creemos que Dios no deja a ninguno de sus hijos amados en la oscuridad absoluta.

Amor de Dios, el vínculo de la amistad

Luego de muchos años de trabajo paciente, a Matteo Ricci se le otorgó el más extraño de los privilegios.  Se le permitió a él, un mandarín de occidente, el ingreso a la Ciudad Prohibida, la residencia del mismísimo emperador.  Fue una ocasión de trascendental importancia.

...debes amar lo lindo que hay en ellos, honrar lo que tienen de honorable y perdonar lo que tienen de tonto o malvado...

Pues no estamos hablando de operadores hábiles, que compran tierras de indígenas pagándoles con pepitas de vidrio o que pudren su virtud empapándolos con aguardiente.  Matteo Ricci llegó solo, con lo mejor que este mundo tenía para ofrecerle, como un regalo para las mejores de las personas a quienes él predicaba y servía.

¡Que visión debió haber sido aquella, en las primeras semanas de 1601, cuando el padre Ricci, citado en definitiva por el mismísimo emperador Wan-Li, caminaba a lo largo de los patios majestuosos de los terrenos imperiales! Lo imagino escoltado por un desfile de consejeros, pensadores y sacerdotes, mientras que los porteadores cargaban sobre una camilla el más digno de los regalos -mapas y relojes y el astrolabio sobre el cual Clavio, el maestro del padre Ricci, había escrito con tanta precisión y admiración.  Allí, ante ellos se eleva el mismísimo palacio colorido, con las hileras de los techos ondulados al estilo del este, donde se alojaba el Emperador, la Estrella del Norte sobre la tierra, cuyo deber era gobernar a su gente con la misma constancia con que la Estrella del Norte gobernaba los cielos.

El hombre de Dios conoció a un hombre que anhelaba a Dios.  ¿Acaso no es eso lo más profundo que podemos decir sobre nuestros hermanos, sin importar en qué cultura los encontremos, que en los recovecos de sus corazones anhelaban a Dios?  En ese caso, sólo aquél cuyo corazón y mente están vueltos a Dios puede realmente entender los corazones y mentes de otros.

No voy a meterme con las disputas que surgieron, la más amarga de ellas mucho después de que muriera el padre Ricci, entre los jesuitas por un lado y los dominicos y franciscanos por el otro, respecto de si la forma de adorar que han adoptado los católicos chinos es lícita o no o de si el hecho de que continuaran honrando a los muertos de la manera tradicional olía demasiado a paganismo.  Es un asunto intrincado que terminó en derrota para la posición de los jesuitas.  Sin embargo, nadie se olvida de Matteo Ricci.  Lo mejor de esa cultura noble, que el metódico y asesino Mao Zedong intentó eliminar de la faz de la tierra, aún sobrevive, y la seriedad moral de los chinos, su piedad natural y su amor por la belleza y el orden del universo algún día, confío plenamente, encontrará su realización en Cristo.

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Agradecimiento

Magnificat Anthony Esolen. "A Map of Mankind". Magnificat (febrero de 2016).

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Sobre El Autor

Esolen6esolen7Anthony Esolen es profesor de inglés en Providence College. Es autor de Reclaiming Catholic Social Teaching, Reflections on the Christian Life, Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child, Ironies of Faith: Laughter at the Heart of Christian Literature, The Politically Incorrect Guide to Western Civilization, y es traductor de varios poemas épicos occidentales, incluyendo On the Nature of Things: de Rerum Natura de Lucretius, Gerusalemme liberata de Tasso y los tres tomos de la Divina Comedia de Dante: Infierno, Purgatorio, y Paraíso. Graduado en Princeton y en la Universidad de Carolina del Norte, Esolen domina el latín, italiano, anglosajón, francés, alemán y griego. Vive en Rhode Island con su esposa Debra y sus dos hijos. Anthony Esolen es miembro del consejo consultivo del Centro de Recursos para la Educación Católica. 

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