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Preparando a la generación del milenio para el matrimonio

  • GEORGE SIM JOHNSTON

Pasé más de veinte años preparando matrimonios en la Arquidiócesis de Nueva York y calculo que si reúno a todas esas parejas en un mismo lugar fácilmente podrían llenar el Madison Square Garden.


catholic_wedding_ceremony Aún hay ocasiones en que debo ponerme a trabajar y presentarme ante unas cincuenta parejas comprometidas que hacen el curso prematrimonial sólo porque necesitan cumplir con ese requisito para poder casarse por la Iglesia.

Como es lógico, podemos encontrar toda suerte de creencias e incredulidades entre las parejas.  Más de uno no son católicos y podemos decir sin temor a equivocarnos que hay varios que han sido católicos desde la cuna, pero que saben muy poco sobre la fe.  La mitad de las parejas ya viven juntos y me da la impresión de que piensan que la promesa solemne que están por hacer no cambiará demasiado su relación.  Un signo de ello es que algunos no han planeado una luna de miel luego del casamiento.

De más está decir que la mayoría no comparte lo que la Iglesia entiende por sexo.  Para la generación del milenio o generación Y, el sexo es el intercambio de placer entre adultos involucrados por su propia y libre voluntad que determinan su importancia según el caso.  No hay nada dado en la sexualidad; es simplemente lo que eligen hacer de ella.  Estoy exagerando - sólo un poco.

Debo agregar que, al tratarse de Nueva York, algunos llegan con actitud y están listos para asumir el papel de orador durante la sección de preguntas y respuestas.  De hecho, algunas de las personas que dictan el curso prematrimonial directamente no planifican una sección de preguntas y respuestas para evitar que todo se salga de control.

Todos estos factores hacen que las clases del curso prematrimonial en Manhattan se conviertan en una de las “periferias” a las que suele hacer referencia el papa Francisco.  Está claro que no es una situación cómoda para el orador, pero su trabajo no puede ser más importante.  De hecho, la prioridad para cualquier obispo debería ser ocuparse de que los cursos prematrimoniales sean buenos.  Es prácticamente el último recurso que tiene la Iglesia para dirigirse a muchos de los que están allí presentes.

Quienes dictan el curso prematrimonial suelen adoptar uno o dos enfoques, ninguno de los cuales funciona.  Uno es el camino fácil y terapéutico.  Aparece un diácono de mediana edad que empieza a contar chistes.  Se vale de muchos términos psicológicos y esquiva las enseñanzas de la Iglesia que cree que serían poco compatibles con la audiencia.  Esto puede ser muy lamentable.  Incluso los no creyentes entre la audiencia se enfadarán ante el espectáculo de un orador condescendiendo con lo que él supone que son los hábitos mentales de los jóvenes.

Luego están los rigoristas.  Especialmente en lo que respecta al tema del comportamiento sexual, han venido a reprender severamente a los asistentes.  Anuncian, por ejemplo, que la anticoncepción es un pecado mortal.  Ahora bien, no hay dudas de que existe el pecado mortal y de que el uso de anticonceptivos es un desorden grave.  Sin embargo, cuando el orador de un curso prematrimonial lanza la palabra “pecado” en una reunión de jóvenes de la generación del milenio, le cierra la puerta en la cara a la mitad de la audiencia.  Dejarán de escuchar todo lo demás que tenga que decir.  Se trata de un error que el Magisterio de la Iglesia ha aconsejado no cometer en repetidas ocasiones: legalismo.

No ignoro que esto que acabo de escribir pueda incomodar a los católicos conservadores que piensan que la doctrina católica debe expresarse de manera clara y contundente.  No puedo estar más de acuerdo con eso.  Sin embargo, también estoy de acuerdo con el papa Francisco cuando dice que la primera obligación de la Iglesia es reunirse con la gente en el lugar en que se encuentra, preocupándose por su bienestar.  Entonces, primero es necesario que reconozcamos que la generación Y tiende a no estar abierta al dictado de normas o al pecado como una categoría teológica.

Al mismo tiempo, estas parejas están buscando orientación.  Están rodeadas de matrimonios infelices y no quieren repetir los errores de sus padres o amigos.  Quieren hacer lo correcto.  Prestarán atención a consejos empáticos sobre temas como la comunicación y sobre cómo manejar (y abandonar) una discusión.  Escucharán anécdotas sobre el matrimonio del orador, que pueden ser bastante instructivas y divertidas.

El orador puede desafiar a las parejas con ideas que probablemente nunca antes hayan escuchado. Por ejemplo, que el amor verdadero está en la voluntad y no en las emociones. Que el amor conyugal es la decisión de seguir tomando una decisión.

La parte “suave” de la charla puede fundirse en temas más profundos.  El orador puede desafiar a las parejas con ideas que probablemente nunca antes hayan escuchado.  Por ejemplo, que el amor verdadero está en la voluntad y no en las emociones.  Que el amor conyugal es la decisión de seguir tomando una decisión.  Que la “entrega radical de uno mismo” mejora la vida de maneras imprevistas.  Que la enseñanza de Cristo acerca de la indisolubilidad del matrimonio es un llamado para hacer que una relación funcione.  (Nadie que se dé por vencido fácilmente alcanza la felicidad.)  Que la planificación familiar natural es de gran ayuda para la felicidad sexual.  (Si tendrán relaciones sexuales con la misma persona durante treinta o cuarenta años, debe existir algo de ascetismo para que funcione.)  Que los niños son nuestro legado más duradero.  (Hasta el trabajo de oficina más encomiable termina reduciéndose a una pila de archivos en el ático - o es eliminado por el equipo de informática de la compañía.)

El orador -o los oradores: las parejas casadas lo hacen mejor- debe al menos dejar la impresión de que la Iglesia ha pensado profundamente en estas cuestiones.  Las enseñanzas católicas sobre la sexualidad, por ejemplo, no fueron pensadas por un grupo de monjes célibes de la Alta Edad Media en un intento de malograr las vidas sexuales de todo el mundo.  Por el contrario, se basan en la lectura profunda de hombres y mujeres como seres sexuales.  Sirven para ayudarnos a prosperar.  Como nos dice Santo Tomás, Dios sólo se siente ofendido por aquellos actos que no son para nuestro propio bien.  Al mismo tiempo, se regocija cuando vivimos la “ley del don” inscripta en nuestro ser con más plenitud.

Por sobre todas las cosas, debemos convencer a estas parejas de que si trabajan por su matrimonio, tanto ellos como la sociedad se verán beneficiados.  Así también la Iglesia.  Tiene algo que ver con la idea de Mary Eberstadt de que el deterioro de la familia ha precipitado el deterioro de la religión y no al revés.

Al final de la noche, es probable que las parejas no se den cuenta del volumen de doctrina al que han estado expuestas.  Muchas veces, eso es algo positivo.  Hasta es posible que conversen sobre ello cuando lleguen a sus hogares.

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Agradecimiento

johnston George Sim Johnston. "Preparing Millennials for Marriage". The Catholic Thing (31 de octubre de 2015).

Reimpreso con el permiso de The Catholic Thing.

Sobre El Autor

johnstonGeorge Sim Johnston es un escritor que vive en la Ciudad de Nueva York y es editor adjunto de la revista Crisis y del Registro Católico Nacional. Sus artículos y ensayos han aparecido en Harpers, The American Spectator, Commentary, The Wall Street Journal, Harvard Business Review, Crisis, y Catholic World Report. Ha Ganado el Premio de Periodismo de la Asociación de Prensa Católica. Su libro más reciente, ¿Darwin Entendió Bien?: Los Católicos y la Teoría de la Evolución ha sido publicado por Our Sunday Visitor y puede pedirse llamando al 1-800-348-2440.

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