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Una Confesión Imaginaria: El hijo abortado y el amor redentor

  • EL PADRE ANTONINUS WALL, O.P.

Las mujeres que han abortado a menudo se enfrentan a una tristeza y una culpa abrumadoras. En este folleto compasivo y sensato, el P. Wall relata la confesión imaginaria de una de esas madres y muestra, a través de la respuesta del sacerdote, cómo ella puede encontrar la paz. Este folleto ha llevado alivio y cura a un sinnúmero de mujeres después de haber abortado.


sadoverabortionLa voz que llegaba del otro lado de la rejilla del confesionario era la de una mujer. Se identificó como una esposa y madre de tres hijas. Le dijo al confesor que andaba ya por los cuarenta años de edad. La confesión procedió como muchas otras sin nada que escapara de lo ordinario. Cuando llegaba al final de la confesión de sus pecados cometidos desde su última confesión un mes antes, hizo una pausa y luego pidió permiso para adentrarse en una situación que otros confesores le habían aconsejado evitar a menos que ella tuviese una razón especial para ponerlo sobre el tapete. Ella sentía que existía esa razón, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera que el confesor le aconsejara. Él le dijo que prosiguiese y ella lo hizo.

Penitente:   Padre, hace treinta años cuando aún era una adolescente y era bastante ignorante sobre la vida, brevemente me involucré románticamente con un joven. Eso me llevó  a salir embarazada. El joven me dejó y me quedé en estado de pánico. Quienes supieron de mi situación me aconsejaron enfáticamente que abortara. Durante un tiempo, me resistí a estos consejos. Finalmente, asustada e ignorante, llegué a abortar.

Poco después del aborto, me acerqué a la confesión con un sacerdote amable. Me informó que mi ignorancia y mi estado emocional suavizaban mi culpa por lo que había hecho. Me habló sobre el infinito amor y misericordia de Dios Padre y me aseguró que había sido perdonada. A pesar de la reconfirmación por parte de este sacerdote durante un largo tiempo después del aborto, yo seguía en un estado de shock. Me sentía retraída y dominada por la culpa. Cuatro años después, conocí a mi esposo. Él fue mi salvación. Me ayudó a regresar al mundo real nuevamente pero los sentimientos de culpa permanecían.

Con el tiempo, me convertí en madre de tres hermosas niñas y su presencia de alguna manera me distrajo de mis sentimientos de culpa. Sin embargo, el hecho que mi bebé abortado fuera una niña, como me informaron al momento del aborto, hizo de la presencia de mis hijas una bendición entremezclada. Los sentimientos de culpa regresan periódicamente y me encuentro volviendo a tocar este asunto en la confesión, como lo estoy haciendo actualmente. Cada vez que menciono mi culpa, me aseguran que Dios me ha perdonado. Y creo que Él lo ha hecho. El problema es que no puedo perdonarme a mí misma. Es muy bueno que me hayan perdonado, pero y ¿qué hay de mi pobre hija que nunca tuvo la oportunidad de experimentar la vida?. Cada vez que algo especial le sucede a una de mis hijas –un cumpleaños, una primera comunión, una graduación, una promoción– pienso en mi hija, a quien se le negó este gozo.

Durante los últimos siete años, mi crecimiento espiritual ha sido significativo. Me encuentro asistiendo a misa diariamente. Incluso rezo el oficio divino, y le dedico un tiempo significativo a leer libros espirituales y meditar. Lo que me desconcierta es el hecho de que mientras más me acerco a Dios, más me siento perseguida por el recuerdo de mi hija. Mi creciente acercamiento a Dios me hace incluso más consciente de mi hija y del daño que le hice. En vez de aliviar el dolor, éste se intensifica. Sigo tratando de bloquear el recuerdo de mi hija por obediencia a mis confesores, pero no puedo.

Confesor:   Nunca deberías bloquear el recuerdo de tu hija. El amor por tu hija en tu corazón y tu preocupación por su bienestar es un amor que Dios pone en ti. Tu amor por tu hija es un reflejo pálido del amor y preocupación aún más grandes de Dios por ella. Es por ello que mientras más te acerques a Dios y más crezca el amor de Dios en tu corazón, más grande será tu amor por tu hija y más intensa será tu preocupación por su felicidad. Ambas están conectadas de manera íntima. En tu amor por tu hija, estás experimentando el amor de Dios por ella. El dolor que surge de tu amor por tu hija es el precio que pagas por tu experiencia del amor de Dios por ella. En este sentido, debe ser un dolor bienvenido y confortador.

Penitente: Si Dios ama a mi hija aún más de lo que yo la amo, Padre, ¿por qué Dios me permitió hacer lo que hice? ¿Por qué no me detuvo al proceder con el aborto?

Confesor:   Esa no es una respuesta fácil de responder. Nuestro mejor entendimiento sobre por qué Dios permite sufrir a los inocentes proviene de la muerte de Cristo en la Cruz. Si alguna vez hubiera Dios intervenido para detener la muerte de un inocente, sería cuando estaban crucificando a su propio Hijo. Sin embargo, si Dios hubiera en efecto intervenido en ese momento y detenido la crucifixión injusta de su Hijo, hubiera cortado el brote del acto de amor más perfecto que jamás hubiera brotado de un humano. La muerte de Cristo en la Cruz da a luz al amor divino en este mundo de una manera radicalmente nueva. Su muerte es la clave para la salvación del mundo. Mediante su muerte Cristo nos enseña que Dios Padre nunca permitiría el sufrimiento de un inocente por un momento, a menos que tal sufrimiento fuera la ocasión para un bien que trascendiese totalmente el mal permitido.

Penitente: ¿Pero qué bien posible puede sacarse de la muerte de mi hija?

Confesor: Solamente puedo especular sobre esto contigo. ¿Cómo, por ejemplo, la memoria de la muerte de tu hija afecta tus relaciones con tus tres hijas que, por cierto, son sus hermanas?

Penitente: Padre, estoy tan agradecida a Dios por darme las tres joyas que tengo en mis hijas después de lo que le hice a mi primera hija. Las miro como puros regalos de Dios. Me siento tan indigna de ellas luego de lo que hice. Agradezco a Dios diariamente por su presencia en mi vida y le pido continuamente a Dios que me haga una madre digna de ellas.

Confesor: ¿No ve que su hija fallecida la está santificando a usted como madre para sus hijas? El recuerdo de la muerte de su hija la está haciendo mucho más consciente de lo que sería si no lo tuviese, del hecho que sus hijas son más hijas de Dios que suyas. ¿Cuán distinto sería su rol como madre para sus hijas si no fuera por el recuerdo de su primera hija? Ahora, déjeme hacerle otra pregunta. ¿El recuerdo de la muerte de su primera hija tiene algún tipo de impacto en su relación con su esposo?

Penitente: Sí, de muchas maneras. Él es un esposo y padre maravilloso.  Estoy tan agradecida a Dios por darme a la persona ideal para que ame a mis hijas y a mí misma. Nuevamente, como con mis hijas, no me siento merecedora de un esposo así después de lo que hice.

Confesor: Una vez más, estás describiendo cómo tu hija está afectando profundamente la calidad de tu amor por tu esposo, y santificando tu amor por él. ¿Tendría ese amor los mismos atributos si no tuvieras el recuerdo de la muerte de tu hija diariamente en tu mente? Ahora, ¿me puedes decir qué otros afectos han estado y continúan siendo influenciados por el recuerdo de tu hija?

Penitente: Padre, podría seguir hablando sin parar sobre los cambios en mi vida debido al recuerdo de mi aborto. Por ejemplo, descubro que soy decididamente pro-vida, y me identifico con los niños y sus madres que a diario experimentan los horrores del aborto. Siempre rezo por ellos. También descubro que juzgo mucho menos las debilidades de los otros y soy compasiva hacia ellos por sus errores. Me identifico fácilmente con los pecadores dado que me considero entre los peores. Me involucro de manera particular con las madres solteras y con el esfuerzo para coordinar adopciones como una alternativa al aborto. Como le digo, Padre, podría seguir sin parar enumerando los efectos que tiene el recuerdo de mi hija abortada en mi vida diaria.

Confesor: Me estás describiendo todos los tipos de gracias que llegan a tu vida por el recuerdo de la muerte de tu hija. Estas son gracias que no estarían ahí si no tuvieras tales recuerdos con la culpa y pena con que los asocias. Ahora, este es el propósito al que quiero llegar contigo. Es inconcebible que Dios utilice a una niña inocente como la fuente de gracia y santificación de otro ser humano, sin que esa niña participe completamente en las gracias otorgadas. Puedes estar segura que la misión de tu hija es tu santificación como madre y esposa, así como la santificación de tus hijas y esposo. Mientras más experimentes las gracias que fluyen en tu vida provenientes de tu hija, mayor seguridad tendrás de que tu hija en este mismo momento está disfrutando de un lugar extraordinario en el amor de Dios.

Como penitencia quiero que le pongas un nombre a tu hija, si aún no lo has hecho. Luego pasa un tiempo con ella pidiéndole una vez más su perdón. Dile que desde este momento en adelante, le vas a pedir diariamente que interceda con Cristo por ti y tu familia para que ayude a todos ustedes a crecer en santidad. Mientras más activa esté ella en tu vida diaria, y más le permitirás influir de manera positiva en cada momento de tu existencia, más cercana será ella para ti. Dile que estás dispuesta a soportar el dolor de mantenerla diariamente en tus pensamientos como el pequeño precio que tienes que pagar para permitirle llevar a cabo su misión en tu vida. Dile que aceptas ese dolor en unión con los sufrimientos de Cristo como tu manera de participar por el mundo su amor que cura. Luego empezarás a comprender mejor por qué Dios permitió que le quiten la vida. Comprenderás esto así como comprenderás por qué Dios permitió que tomen la vida de Su Hijo. La muerte de tu hija y la muerte de Cristo son ambas parte de un mismo misterio. Puedes estar segura que esta es la misión especial que Dios tenía pensado para tu hija cuando Él inicialmente le concedió el regalo de la vida en tu vientre. Dios te la ha dado a ti como una santa especial para tu familia. Ponla a trabajar.

Algunas Reflexiones Teológicas sobre esta Confesión Imaginaria.

El consejo que el confesor ha brindado a esta penitente está inspirado por una serie de verdades que la Iglesia Católica abraza. Permítanme identificar algunas de ellas.

El amor por su hija abortada presente en el corazón de la madre es un amor que Dios ha puesto en ella. Ahora, Dios no hubiera podido poner este amor en ella si el amor de Dios por su hija no hubiera sido incluso más grande que el amor de ella. En el amor y la preocupación de la penitente por su hija ella está experimentando un reflejo débil del amor y una preocupación mucho más grande por su hija.

Desde el punto de vista psicológico la madre experimenta el amor por su hija como si proviniese solamente de ella misma. Ese amor es experimentado tan íntima, personal, y únicamente como si viniera de las profundidades de su ser, que es casi imposible que ella reconozca que Dios es la fuente de su amor. Incluso la fe católica celebra la verdad de que Dios es la fuente última de todas las perfecciones. Dado que ninguna perfección es mayor que el amor, de una manera más especial, se reconoce que Dios es la fuente última del amor por otra persona existente en el corazón de cualquier ser humano. Esta verdad se aplica al amor de la penitente por su hija.

Dado que el amor por su hija presente en el corazón de esta madre tiene a Dios como fuente, mientras más crezca el amor de Dios en el corazón de ella, mayor será su amor y preocupación por su hija. Es por ello que el Confesor le señala de manera correcta que su propio crecimiento espiritual trae consigo una preocupación más intensa por su hija. El dolor producido por esta creciente preocupación por su hija es el precio que se le pide que pague para acercarse a Dios. Es un dolor bueno. Es un dolor saludable. Cuando se une a los sufrimientos de Cristo, se convierte en un dolor ‘que da a luz’.

En el Plan de Dios, el recuerdo doloroso de esta madre con respecto a su hija abortada se convierte en el instrumento por el cual Dios efectúa la santificación de la madre. De hecho, la principal misión de la hija es la santificación de su madre. La fe católica enseña que Dios solamente permite que suceda un mal cuando Él puede utilizar ese mal como ocasión para traer consigo un bien que trasciende inmensurablemente el mal involucrado. Esta es la lección que aprendemos de Dios Padre que permite que su Hijo inocente sea crucificado. De ese evento aparentemente inútil, proviene el acto de amor más perfecto que jamás será obtenido por un humano. Cuando la madre une sus sufrimientos por la muerte de su hija a los sufrimientos de Cristo, la hija se convierte en instrumento a través del cual Cristo da a luz al amor de Dios en la madre así como dio a luz por su muerte al amor del Padre en este mundo.

Como el confesor señaló a la penitente, es inconcebible que Dios permitiese que un inocente sea la fuente de una gracia preciosa para otro sin que ese inocente comparta completamente las gracias otorgadas. Por lo tano, mientras más crezca la madre en santidad uniendo a los sufrimientos provenientes del recuerdo de su hija a los sufrimientos de Cristo, más podrá tener la certeza de que su hija goza de un lugar extraordinario en el amor de Dios.

A menos que la madre experimente el flujo real del amor de Dios en su vida que surja de la muerte de su hija, nunca será capaz de comprender y aceptar el significado de la muerte de su hija y el papel que ella desempeñó en esto. Solo debido a que experimentamos diariamente las gracias que fluyen en nuestro mundo por la muerte de Cristo es que somos capaces de afirmar con confianza que el amor de Dios tuvo el control en el momento del Calvario. De la misma manera, es en la medida en que la madre experimente en su vida diaria las gracias y el fruto espiritual que provenga de la muerte de su hijo que aceptará la sabiduría y el amor actuando en lo que de lo contrario parece ser un evento trágico, sin sentido. Solo entonces podrá ver a su hija a través de los ojos de Dios como el escogido por Él para abrirles las puertas del cielo a ella y a sus seres queridos.

El consejo del confesor no proviene de alguna teoría especial sobre el destino de los bebés abortados deliberadamente o que sufrieron un aborto espontáneo y que mueren sin el sacramento del bautismo. Los teólogos tienen opiniones contrarias con respecto a esto. Por el contrario, el consejo del confesor se basa en las circunstancias positivas de este caso. A continuación, algunos de los factores que influyen en su consejo:

        • El hecho que mientras más crezca el amor de Dios en la madre, mayor se hace su amor y preocupación por su hija;

        • La certeza del confesor de que el amor de Dios por la hija es la fuente del amor de la madre;

        • Los afectos positivos y santificadores en la madre, que provienen del recuerdo de la hija;

        • La convicción del confesor de que Dios no utilizaría un niño inocente como instrumento de santificación de otra persona sin que el niño participe completamente en las gracias conferidas. Viene a su mente el caso de los ‘santos inocentes’.

Se debe recordar a la penitente la enseñanza de la fe católica sobre la vida después de la muerte y la resurrección del cuerpo. A la luz de esas enseñanzas, ella debe saber que su hija está muy viva y que Cristo vino a salvar su totalidad, su cuerpo y su alma. A medida que la madre crece en el amor a Dios con la ayuda de las gracias provenientes de su hija, ella también puede mirar hacia adelante en el momento en que llegue a ver con sus ojos el cuerpo completamente maduro, juvenil, glorificado de su hija irradiando la belleza de su alma. Ella escuchará su voz y la alcanzará y tocará y la abrazará, y le agradecerá por el papel indispensable que ejerció en la salvación de su madre.

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Agradecimiento

wall1 Padre Antoninus Wall, O.P. "An Imaginary Confession: The aborted Child and redemptive Love." Rachel's Vineyard Ministries (Ministerios del Viñedo de Rachel).

Publicado con autorización del Padre Wall.

Los fines de semana en el Viñedo de Rachel, para la curación después de abortar se ofrecen a lo largo del año en distintas localidades en todos los Estados Unidos y Canadá, con lugares adicionales en Portugal, Australia y Nueva Zelanda. También ofrecen un modelo de grupo de apoyo de 13 semanas para el Viñedo de Rachel. Para aprender más, sírvase leer sobre los retiros de fin de semana del Viñedo de Rachel. Además, vea los comentarios de las personas que han asistido a los fines de semana, así como una explicación del nombre "El Viñedo de Raquel".

Sobre El Autor

wallsmbookEl Padre Antoninus Wall, O.P. original de San Francisco, es hijo de padres nacidos en Irlanda, y hermano del difunto Padre Kevin Wall, O.P. El Padre Wall asistió a la preparatoria de San Ignacio en Bay City y al St. Mary's College de California. Al ingresar a la Orden Dominica, prosiguió sus estudios sagrados en el St. Albert's College en Oakland y en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en Roma. Fue ordenado en Roma en 1950.

El Padre Wall ha tenido una carrera rica en experiencias pastorales y académicas. Ha trabajado como pastor asociado en Seattle y como Profesor de Teología en el Corazón Inmaculado y en la Facultad Dominica. Negoció el ingreso de los Dominicos al Seminario de la Unión Teológica en Berkeley y fue Presidente ahí de la Escuela Dominicana durante dos periodos. Actualmente reside en el Monasterio de San Alberto en Oakland, California. El Padre Wall es autor de Viajeros Hacia Dios. Se puede contactar al Padre Wall por teléfono al 510-596-1800 o por correo electrónico a: antwall@hotmail.com.

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